Foto J.R.C.R.
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
El dulce nombre
de María fue pronunciado innumerable cantidad de veces por Dios. La ternura
respetuosa de Jesús de Nazaret rendía un homenaje de infinita gratitud a su
venerada progenitora. La santa denominación bendecía las relaciones fraternales
de la Sagrada Familia.
La frase: “María,
madre mía” en labios de su hijo, el Redentor, generaba un grado superior de excelsa gracia. La voz del Salvador,
con sus ecos santificantes, penetraban el alma inmaculada con sentimientos de
irresistible dignidad celestial.
La Virgen Santísima escuchaba, humilde y
orante, su nombre bajo la dimensión sublime del mandamiento divino, el amor.
El diálogo Hijo-Madre permitía una perfecta
y continúa relación con el misterio salvífico. Ella meditaba todo en su
corazón. (Lc 2,19).
La responsabilidad mesiánica, de su maternidad
divina, unida a la voluntad del Padre Eterno la iluminaba para comprender el
arcano insondable de la misericordia de Dios, la tarea del servicio en modo corredentor.
Cuántas veces el Niño Dios acudió a Ella en
busca de calor maternal, alimento, y respuestas sobre la cotidianidad de las
costumbres humanas.
María educaba al Dios humanado al llamarle
hijo y Él respondía: “Madre bendita”. Bastaría estas sencillas reflexiones para
recordar, con ventaja espiritual, que el nombre de Maria está colmado de merced,
de omnipotencia suplicante, de intercesión sin tregua y de victoria sobre las bajas
tentaciones porque el nombre de la Virgen era María”. (Lc 1, 27).
MARÍA, nombre poderoso para vencer las astucias del maligno.
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