lunes, 12 de septiembre de 2022

La amada del Señor


Foto J.R.C.R.

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

El dulce nombre de María fue pronunciado innumerable cantidad de veces por Dios. La ternura respetuosa de Jesús de Nazaret rendía un homenaje de infinita gratitud a su venerada progenitora. La santa denominación bendecía las relaciones fraternales de la Sagrada Familia.

La frase: “María, madre mía” en labios de su hijo, el Redentor, generaba un grado superior de excelsa gracia. La voz del Salvador, con sus ecos santificantes, penetraban el alma inmaculada con sentimientos de irresistible dignidad celestial.

La Virgen Santísima escuchaba, humilde y orante, su nombre bajo la dimensión sublime del mandamiento divino, el amor.

El diálogo Hijo-Madre permitía una perfecta y continúa relación con el misterio salvífico. Ella meditaba todo en su corazón. (Lc 2,19).

La responsabilidad mesiánica, de su maternidad divina, unida a la voluntad del Padre Eterno la iluminaba para comprender el arcano insondable de la misericordia de Dios, la tarea del servicio en modo corredentor.

Cuántas veces el Niño Dios acudió a Ella en busca de calor maternal, alimento, y respuestas sobre la cotidianidad de las costumbres humanas.

María educaba al Dios humanado al llamarle hijo y Él respondía: “Madre bendita”. Bastaría estas sencillas reflexiones para recordar, con ventaja espiritual, que el nombre de Maria está colmado de merced, de omnipotencia suplicante, de intercesión sin tregua y de victoria sobre las bajas tentaciones porque el nombre de la Virgen era María”. (Lc 1, 27).


 

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