lunes, 25 de marzo de 2024

Missus est


 

San Bernardo Homilía 4 sobre Missus est »  «(el fue enviado), n. 8-9

«No temas, María» (Lc 1,30)

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…

No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…

Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. «Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38).

 

martes, 19 de marzo de 2024

San José, el custodio de Bogotá



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“José hizo como el ángel del Señor le había mandado”. (Mt 1,24)

 

El misionero vicentino Gabriel Eduardo Alfonso Pérez recordó que los viajes familiares de su infancia pasaban muy cerca del Santuario de Nuestra Señora de la Peña. La flota que iba por la ruta a Choachí tomaba una curva ascendente que le permitía contemplar una capilla blanca. Al preguntarle a sus mayores por la edificación le contestaron: “allá vive la Patrona de Bogotá”.

La niñez de los años sesenta se convirtió en adolescencia. La juventud lo llevó por las bellas rutas de la geografía nacional donde encontró las escuelas profesionales que modelaron su existencia, el periodismo y su devoción por san José.

Esa veneración por el patriarca de Nazaret lo invitó a conversar con este medio sobre las tareas fundamentales del carpintero en la historia de la Virgen de la Peña, su esposa.

Alfonso hizo énfasis en el acto institucional que la escultura guarda sobre las tradiciones de la capital. Su hallazgo, sobre el escarpado cerro del Aguanoso, dejó una huella imborrable en la crónica urbana de la antigua Santa Fe, la Perla de los Andes.

La impronta del milagro marcó el derrotero de un pueblo alejado del mar y aislado, entre las arrugas orográficas de la cordillera, de los rumbos del progreso. Sin embargo, los senderos precolombinos de los páramos pronto se colmaron de promeseros que subían al Reino para contemplar la maravilla, el rostro mariano de la montaña.

Y es justamente aquí, donde la observación profunda de aquel prodigio, permite al señor Alfonso descifrar los secretos encantos de la imagen. San José le ofrece a Jesús, por medio del fruto del granado, la capital del Nuevo Reino de Granada. María, la Virgen prudente, permanece expectante. Ella respeta la conversación de José con su Hijo. La Inmaculada comprende y promueve la misión que existe en la comunicación paternal de José con su amadísimo Niño.

De ese diálogo benigno surge una condición exclusiva que convierte a la advocación en una edificadora de la identidad cultural de la metrópoli. La Reina del Cielo y su familia ejercen un patronazgo divino sobre la Ciudad del Águila Negra.

Así, el humilde oficio de san José, el de hacer las obras perfectas, se traduce en el arte de sus manualidades. Técnica que ayuda a construir una sociedad civil justa bajo los esbozos del sagrado ebanista. Su tarea debe perdurar en el tiempo al tener como ejemplo a una trinidad de santidad en la tierra: Jesús, María y José.

El varón virtuoso se convirtió en el protector de Bogotá. Su rostro, de gesto noble, pareciera decir, desde el cerro de los Laches, “salve, urbe capitolina, soy tu defensor”. La interpretación de la postura del conjunto escultórico le autoriza a indagar y descubrir un aspecto místico, el de un legado escrito en piedra, explicó el devoto.

Para el fervoroso josefino existe un último punto escondido en la simbología de las formas de las estatuas. Se trata de la postura silente de María y su proverbial prudencia. Ella concede que su Hijo unigénito reciba el legado de su padre putativo en esta tierra sabanera. Esa rica herencia se comprende mejor con una frase síntesis: “Hazle a san José el patrono de tu familia y pronto tendrás una prueba tangible de su mano protectora”. San Pedro Julián Eymard.

 

jueves, 14 de marzo de 2024

Indulgencia perpetua

 

El papa Pío VIII concedió indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados a los penitentes que se confesaran y comulgaran todos los años el 26 de diciembre en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Pío VIII, el 28 de agosto de 1829.

Para perpetua memoria por pía caridad, atentos a las suplicas humildemente presentada y a los votos de nuestro muy amado hijo sacerdote Francisco Pomares, español, y para aumentar la religiosidad de los fieles y la salvación de las almas con los celestiales tesoros de la Iglesia: concedemos misericordiosamente en el señor indulgencia plenaria y remisión de todos sus pecados a todos y cada uno de los fieles que, verdadera penitentes, confesados y alimentados con la sagrada comunión, visitaren devotamente todos los años el 26 de diciembre la iglesia levantada bajo el título de Nuestra Señora de Chiquinquirá, en la diócesis de Santafé en las Indias, o en otro día señalado por el Ordinario, y también concedemos la misma indulgencia en las cinco festividades de precepto en la Iglesia de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada, desde las primeras vísperas hasta el ocaso del sol, haciendo allí algunas devotas oraciones por la concordia de los príncipes cristianos, por la extirpación de las herejías, por la exaltación de la santa Iglesia el día que esto hicieren.

También a los fieles que, verdaderamente arrepentidos, confesados y comulgados visitaren a la predicha iglesia en las demás fiestas menores de la Virgen Inmaculada, a saber: de la Presentación, la Visitación, los desposorios, del Carmen, de las Nieves, de la Merced, del Santísimo Rosario, del Santísimo Corazón, del Santísimo Nombre, de la Maternidad, de la Pureza, del Patrocinio, de la Santa Casa de Loreto, de la Expectación del Parto y en las dos fiestas de los siete dolores con tal que, como antes, oraren el día que esto hicieren, les concedemos siete años y siete cuarentenas de perdón por las penas impuestas o por las penitencias, que de cualquier modo debiera imponérseles, perdonándoseles según la forma establecida en la Iglesia. Todas las cuales y cada una de las indulgencias y remisión de los pecados y relajación de las penitencias concedemos que puedan aplicarse, a modo de sufragio, por las almas de los fieles que de esta luz pasaron a Dios unidos en caridad. No obstante, cualquier cosa en contrario, valiendo las presentes siempre, para los tiempos futuros.

 

Dado en Roma en Santa María la Mayor, sellado con el anillo del pescador, el día 28 de agosto de 1829, el año primero de nuestro pontificado. F. Cardenal Albano.

 

Al pie de este breve se halla la nota siguiente.

 

El infrascrito presbítero don Francisco Pomares, que agitó y concluyó felizmente en Roma todo lo perteneciente al culto y oficio de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, movido por sola devoción a esta prodigiosa imagen de María Santísima, obtuvo a propias expensas este breve apostólicos de indulgencias; y por lo mismo suplica vivamente al superior pro tempore de la dicha iglesia y convento, que se digne siempre perpetuamente de publicar y rogar, algunas veces al año, a los fieles y peregrinos que concurrieron para ganar las dichas indulgencias de querer cada un año rezar a dicha imagen tres avemarías, según su intención. Y esto lo pide por solo mera caridad.

Roma a 6 de octubre de 1829. Francisco Pomares. (Cf. Fray Andrés Mesanza, O.P. Nuestra Señora de Chiquinquirá y monografía histórica de esta villa. Imprenta Eléctrica. Bogotá, 1913. Págs. 99-100).

 

 


jueves, 7 de marzo de 2024

Cuadragésima mariana


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

No he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Lc 5, 32)

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de preparación de la Pascua de Resurrección. Este período comprende desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo. El ciclo se caracteriza por combatir la trasgresión al decálogo con una catarsis del alma a través de la fórmula ALO: ayuno, limosna y oración.

Expuesto el tríptico del sacrificio es necesario acudir a un soporte para elevar el esfuerzo al plano místico de la entrega al Señor, sin dudas ni temor. María Santísima es esa columna, de función corredentora, que el cristiano, perdido en los oasis establecidos por el desierto de las costumbres posmodernas, debe aferrar. El carnaval es continuo y la denominada “parranda santa” son los puntos de inicio y finalización para dejar de lado tan delicado proceso de restauración moral. Las consabidas miserias de la Colombia láit aparecen por esta época guiadas por la artera tensión del tentador sugerente, fenómeno maligno que requiere un regreso urgente al cobijo de la gracia.

Colocar bajo el amparo de la Madre de Dios esta tradicional travesía por las heridas del ser debería ser una necesidad humilde, pero imperativa. María, la mujer de la Cuaresma, reclama un lugar para participar de la expiación y darle su sentido liberador en Cristo.

El creyente, criado por los valores de la Palabra, bien podría incluir en sus prácticas de purificación un tinte de fortaleza interior. Ejemplo, tener un ayuno inmaculado. (“Desatar las ataduras de la impiedad”. Is 58,6). Una limosna inmaculada. (“Porque tuve hambre y me disteis de comer”. Mt 25,35). Una oración inmaculada. (“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Mt.6,10).

María de Chiquinquirá, Refugio de los Pecadores, ruega por nosotros.