jueves, 22 de octubre de 2020

Virgen asunta

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

La corporeidad inmaculada de María fue el diseño de Dios para poseer su altar de Salvador dentro de la criatura amada, su madre.

El tabernáculo del Altísimo vive en el alma de su progenitora sostenido por la condición terrena de la carne. Así el soma entró a desempeñar una misión vital y definitiva en la redención del neuma.

La virginidad, símbolo de la entrega al Creador, integró la dupla milagrosa del asombro: la madre virgen que da a luz al Dios hombre.

El Todopoderoso tomó su naturaleza humana de las entrañas purísimas de María y se hizo consustancial a la mujer. Bastaría esa idea para santificar al mundo, especialmente al feminista herético.

La materia de la cual el Eterno hizo su volumen anatómico pasaría rigurosas pruebas de amor en el martirio, la crucifixión, la muerte y la resurrección. La sangre derramada en el calvario tuvo una herencia genética e indivisiblemente mariana. Esa cooperación, desde la anunciación hasta Pentecostés, fue asociada al misterio de la cruz para transformar a María Santísima en Corredentora (colaboradora) de la obra mesiánica. Gracia del Espíritu Santo.

El cuerpo de María, inmune al dolor del parto, sí padeció el horror de sus lágrimas silentes en un tormento brutal incendiado por la huida Egipto y traspasado en el holocausto del madero.

Ese trauma feroz, sometido en humilde oblación a la voluntad divina, la liberó de la corrupción del sepulcro, léase muerte física. Nada justifica el fallecimiento de María.

Ella fue asumida por el cielo, en cuerpo y alma, por gracia de los méritos de su Hijo, necesidad omnipotente del Redentor. “Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios, 15, 55).

 

 

 

jueves, 15 de octubre de 2020

El disparate y el salterio


 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana


“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. (Col. 4,2)


El error se despertó hoy con su vocación para la equivocación un tanto acentuada. Esa conducta, tan mediocre, encontró un tiempo vital para que el yerro se incrementara. La causa de esa tozudez se llama octubre, el mes del santo rosario.

La burla, amante celestina del desatino, lanzó el discurso del sofista: “Esa retahíla mecánica de los rezanderos es el oficio de las abuelas solitarias. ¿Quién les entiende esa jeringonza de idolatras?

El desacierto volvió a la palestra para convertir su postura en una tesis dogmática. El pecado de la posmodernidad, la opinión elevada a la categoría de verdad, arrojó su premisa falsa apoyada en la libertad de conciencia: “El rosario no está en la biblia porque Dios es amor”.

La expresión: “Dios es amor”, misericordia que engendra santidad, se trasmuta en la frase del anarquismo pro aborto y adulterio, entre otras calamidades del libertinaje. La caridad se usa como bandera del relativismo para pecar sin reatos de conciencia.

Así el error pasa a ser parte integral de la cultura del dislate legalizada por una pifia constitucional. Contra ese desmadre moral queda el refugio en la escuela de María Santísima. Ella dictó la catedra del evangelio en su salterio porque allí el gazapo no tiene cabida. “El rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor”, san Pablo VI.

Esa gracia, la de salir de la era de la errata, se logra al aferrarse a la camándula de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Madre de Dios y Patrona de Colombia. 

jueves, 8 de octubre de 2020

María, madre del Hijo de Dios en el evangelio de san Lucas.

 

 

Diácono  Gonzalo Sandoval Romero.

 

 

1. MARÍA, MADRE DEL HIJO DE DIOS EN EL EVANGELIO DE SAN LUCAS.

 

El Evangelio de Lucas es el más rico en datos sobre la Virgen. La anunciación del misterio, la visita a Isabel, el Magnificat, el nacimiento de Cristo, la infancia de Jesús, la presentación con sus profecías, la vida oculta de Jesús con María y José, la presencia de María en la Pasión.

 

a) Anunciación del Misterio de la Encarnación a María. (Lc 1, 1-38)

Lucas relata la Anunciación hecha a María, este relato es un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en el que se revela que el Señor va a nacer ya, ha llegado la plenitud de los tiempos.

 

Ubicación del hecho: “Al sexto mes (de la gestación de Bautista por Isabel) fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de la virgen era María”.

 

Es una determinación precisa del mensajero, el que lo envía, la destinataria y su condición de virgen desposada con José.

 

El Ángel saluda: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Un gran saludo que hace el Ángel a María seguido por un saludo muy celestial para la que fue escogida como Madre del Mesías que sustituye el nombre de María por la llena de gracia. La preferida y favorecida por el Señor que está con ella, María persona sencilla y humilde que se turba ante el saludo.

 

El mensaje del Ángel: “No temas. María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el Trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. Con estas palabras a María se le anuncia que va a concebir y dará a luz a un hijo en quien se cumplirán todas las promesas hechas sobre el Mesías. Se le invita a que acepte ser Madre del Mesías. No se le revela la maternidad divina sino la maternidad mesiánica. Esta maternidad mesiánica será conocida más tarde a plenitud cuando en ella, se cumplan todas las cosas anunciadas por Dios.

 

Objeción de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” María manifiesta lo que es designio de Dios, que es la concepción virginal de su hijo en el seno de la virgen; algunos mariólogos afirman que con esta expresión María pone en manos de Dios su propósito de virginidad. Lucas, pone en boca de María, lo que confiesa la Iglesia. Que Jesús fue concebido sin intervención de varón, por obra del Espíritu Santo. Estamos ante el Misterio de la Virgen Madre, una obra divina que muestra el Hijo de Dios Encarnado.

 

Explicación del Ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, Isabel tu pariente ha concebido un hijo en su vejez y este ya es el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Lo que le dice el Ángel a María es una evocación de la obra creadora y protectora de Dios Omnipotente, evocada por Yahvé en forma de nube sobre el Pueblo de Israel en el desierto (Ex 13, 22) para indicar que se trata de una obra salvífica por excelencia: El nacimiento del Hijo Altísimo, el “será llamado”, en términos bíblicos significa ser: “cuius nomen, et amen” (su nombre es su mensaje). Hace ver a María que es una obra del Poder de Dios y que está por encima de todos los propósitos humanos.

 

Consentimiento de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María tiene una respuesta de Fe y humildad, como la mejor Hija de Sión, acoge como sierva el mensaje y lo pone por obra. Terminada la visión y culminado el diálogo divino, desaparece el mensajero.

 

b) La Visitación (Lc 1, 39 - 56)

Este acontecimiento Cristológico - Mariano es relatado por Lucas al final del primer capítulo: Determina las circunstancias de tiempo y lugar, que fue en esos mismos días después de la Anunciación. María ya estaba encinta y viaja por “la región montañosa a una ciudad de Judá”, identificada con el actual paraje de Ain - Karin, a la casa de Zacarías. El saludo de María y la acogida de Isabel es otro puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento:

 

“Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamado con voz grave dijo: Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

 

¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 46-56).

 

La descripción del viaje de María, su encuentro con Isabel, las salutaciones y bendiciones, recuerdan varias de las bendiciones del Antiguo Testamento, pero sobre todo el viaje de la Alianza a Jerusalén (cf 2 Sam 6, 1 - 23). “El Arca y María suben a través de la guerra de Judá; en el primer caso se alegra el pueblo; en el segundo, Isabel. En el primero exulta David; en el segundo el Bautista. David exclama: “¿Cómo podrá venir a mí el Arca del Señor?” (2 Sm 6, 9), Isabel exclama: “¿A qué debo que la Madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). El Arca del Señor permaneció tres meses en casa de Obed - Edom (25 m 6, 11). María permaneció tres meses en casa de Isabel”.

 

En las bendiciones de Isabel debemos resaltar un punto que es más mariológico que todos: Su confesión de fe en la maternidad divina de María: LA MADRE DE MI SEÑOR. Y con él la alabanza a la fe de María, con lo que acoge lo que le ha dicho, dirá, ha hecho y seguirá haciendo el Señor en ella y con la que María se granjea las grandes bendiciones del Antiguo y Nuevo Testamento: “Feliz la que ha creído”.

 

 

EL MAGNIFICAT.

 

“Y dijo María: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán Bienaventurada porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le teman. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abraham y de su linaje por los siglos” (Lc 1, 46-56).

 

Lucas pone en boca de María al estilo de los grandes historiadores de la antigüedad el himno con el que María responde a las aclamaciones de Isabel, glorificando al Señor por las obras realizadas en sus entrañas para salud de su pueblo; el Magnificat recoge las actitudes de María. Aunque en su redacción hímnica - litúrgica, puede atribuirse con mucha probabilidad a la primera comunidad palestinense cristiana, que pudo perfectamente conocer de María misma sus sentimientos. El dato de la íntima relación entre lo que se conoce como realizado en ella y en Israel por el Señor, indica cómo desde el primer siglo la Iglesia considera a María como su figura y como parte integrante de la comunidad en forma excelente.

 

En cuanto a su composición, el himno está inspirado en los cantos litúrgicos del Antiguo Testamento, especialmente en el de Ana y en los Salmos. Siendo el Magnificat el canto de los humildes y pobres del Señor que exaltan el poder divino que se manifiesta particularmente defendiendo a los pobres contra la opresión de los poderosos.

 

La apreciación de pueblo sobre el cántico de María dice: “El Magnificat es espejo del alma de María. En este poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la Nueva Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo, el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. El Magnificat proclama que la salvación de Dios tiene que ver con la justicia hacia los pobres”.

 

c) El Nacimiento:

María da a luz a Jesús, en Belén, un Salvador, que es el Cristo Señor.

 

Tres son los grandes momentos de esta gran mariología del Nacimiento del Mesías: 1) El nacimiento en Belén, 2) La adoración de los pastores, 3) El nombre de Jesús.

 

1º El Nacimiento

“Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazareth de David que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras estaban allí, se cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no tenía sitio en el alojamiento” (Lc 2, 1-7).

 

Aunque hay algunas imprecisiones históricas que pueden hacer coincidir el nacimiento de Jesús con el censo de Publio Sulpicio Cirino, hecho en Palestina el año 6 D.C. habiendo nacido Jesús según los mejores cálculos del 7 a 6 A.C., es probable que, al hacerse coincidir el nacimiento de Jesús con dicho “Primer Censo”, San Lucas está indicando la humilde sujeción de Jesús a la situación de su pueblo. Así las cosas, José viaja a Nazareth con María, ya en condiciones críticas del alumbramiento inminente.

 

Nace en Belén en esas circunstancias el hijo primogénito de ella, “su hijo” el hijo de María, es ella, personalmente quien toma los cuidados iniciales del niño recién nacido hasta reclinarlo en el pesebre. San Lucas hace énfasis en la expresión griega “tikto” hijo de la madre, para aludir a la concepción virginal; al llamarlo primogénito intenta subrayar la dignidad, los derechos y las obligaciones del primer hijo, sin que el término primogénito incluya otros hijos más, sino más bien una referencia a lo que anunciaba Pablo acerca de este Jesús, primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29). Es, ni más ni menos, el comienzo visible de lo que creemos cuando decimos “y se hizo hombre”.

 

2º La adoración de los pastores.

Había en la misma comarca unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turnos durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la Gloria del Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la Ciudad de David, un Salvador que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” y de pronto se juntó con el ángel una multitud de ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace y sucedió que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto conforme a lo que les habían dicho (Lc 2, 8 - 20).

 

Los primeros momentos de Jesús recién nacido están descritos por Lucas con una serie de detalles del relato histórico - midrásico, llenos de encanto. El anuncio se les da no solamente con detalles de lugar sino con la calificación del recién nacido: “Os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor.”

 

Vemos la sencillez de la revelación a los humildes, bien fuera en visión, o en la aparición, o en sueños porque los primeros en saber del nacimiento de Jesús, del Mesías son un grupo de gente humilde, sencilla e ignorante, siempre preferidos por Dios. La expresión Señor es propia de Dios a quien sólo se debe alabar.

 

María es aquí, al lado del recién nacido, quien comparte el protagonismo, Ésta, medita estas cosas en su corazón. Con esta referencia, San Lucas quiere manifestar delicadamente que María se preocupa por descubrir el significado profundo de cada uno de los acontecimientos y que fue ella quien le transmitió esos recuerdos, como los que siguen y en los que nuevamente el Evangelista repite su afirmación sobre la reflexión de María.

 

3º Circuncisión y nombre de Jesús.

“Cuando se cumplieron los ochos días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2,21).

 

Lucas hace una descripción sobria de la esencia comparada con la que se hace del mismo acontecimiento de Juan el Bautista. El testimonio de Lucas que está dirigiéndose a quienes saben lo que significa Jesús para ellos.

 

d) María, participante de la misión dolorosa del hijo.

Lucas prosigue en su narración de los acontecimientos de la infancia de Cristo, y se refiere a las escenas de la presentación ritual del Niño Jesús en el Templo, ordenada por la ley, en la que encontramos tres momentos claves: 1º El rito de la presentación del hijo y purificación legal de la madre, 2º La profecía de Simeón, 3º La profecía de Ana.

 

e) La Presentación.

“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor: todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones conforme a lo que dice en la Ley del Señor” (Lc 2, 22 24).

 

Estaba ordenado por la Ley (Ex 13, 2 - 16), que todo primogénito fuera consagrado al Señor, y fuera rescatado mediante cinco ciclos de plata. Con respecto a la Madre estaba ordenado que se hiciera la purificación a los cuarenta días de nacido el niño; si era niña a los ochenta (Lv 12, 1 - 8) Y debía presentar una ofrenda de dos tórtolas o dos pichones, como sacrificio y como holocausto por el pecado. Del niño leemos que fue presentado, para presentarlo al Señor pero no de la ofrenda de cinco ciclos, lo que hace presumir que Jesús queda formalmente consagrado a Yahvé, lo que también vemos insinuado en la respuesta que a los doce años, dio a María y a José, que lo buscaban.

 

María, por su parte, ofrece el holocausto y el sacrificio de su purificación, presentando “la ofrenda propia de los pobres” como comenta Vaticano II (L.G. 57). Estos acontecimientos revelan “la unión de la Madre con el Hijo”, es decir, la profunda solidaridad de María, Nueva Eva, con la obra de Cristo Redentor, Nuevo Adán.

 

f) La Profecía de Simeón.

“Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu Santo, vino al templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía, le tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos la salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, y luz para iluminar a los gentiles y gloria para tu pueblo Israel”.

 

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. ¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las pretensiones de muchos corazones” (Lc 2, 25 - 35).

 

Este buen hombre que exalta el Evangelio de la infancia, aparece con cualidades muy propias de los Varones Santos Israelitas: era justo y piadoso, esperaba la redención de Israel y el Espíritu Santo (se repite tres veces en la perícopa) estaba en él, es decir, era Profeta. Aunque se trata de una revelación expresa de la Tercera Persona de la Trinidad, es una insinuación delicada de su modo de actuar en los carismas y mociones.

 

Después de entonar su himno a Dios, Simeón se dirige a María, pronosticando no sólo las contradicciones que ha de sufrir y provocar este Jesús, hijo suyo, sino también a la parte que a ella, en su calidad de Nueva Eva, va a tocar en estos padecimientos.

 

La profecía además de mariológica es también eclesial: La espada de dolor que anuncia atravesará el Corazón de María, además de ser parte que a ella corresponderá en los sufrimientos del hijo, particularmente en la hora de la cruz, tiene una significación que va más allá; así como en el Antiguo Testamento, la Hija de Sion tiene desgarrado el corazón por la espada de Yahvé que devasta el país pero ahorra al pequeño resto, así también María asumirá en su alma el dolor, por los hijos que se han hecho sordos a Jesús, rechazándolo y por la división y desgarramiento del pueblo a causa de Jesús.

 

 

 

g) La Profetisa Ana.

“Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 36 - 38).

 

Aunque el relato de la profetisa Ana no tiene un contenido directamente mariológico, sin embargo la intervención de ella, así como la descripción de su larga vida ejemplar y su carácter profético, nos completa un cuadro en el que María Madre de Jesús tiene una presencia protagónica de primera línea y para completar el cuadro de los profetas enviados por Dios a fin de dar testimonio de la presencia del Mesías en medio de su pueblo. La salvación, de Jerusalén, que es para Lucas el centro predestinado de la obra de la salvación cifraba todas las esperanzas de Israel como lo atestigua en el primer capítulo de Hechos.

 

h) María y la vida oculta de Jesús (Lc 2, 39 - 52).

“Así se cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazareth. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en Él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la Fiesta de Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su búsqueda y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. Cuando le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿porqué nos has hecho así? Mira, tu Padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”. Él les dijo: “Y ¿porqué me buscáis? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

 

Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 39 - 52). La parte final del Evangelio de San Lucas sobre la Infancia de Jesús, que comprende: el crecimiento de Jesús, la pérdida en el templo y la vida oculta en Nazareth, desde el punto de vista de María, tiene una visión de síntesis proporcionada por San Lucas, tomada seguramente del conocimiento mismo de la Virgen.

 

Que el niño creciera y se fortaleciera llenándose de sabiduría, el testimonio de todo ese tiempo, sintetizado en esa pequeña frase, lo recibió muy probablemente San Lucas de la misma persona de María.

 

El episodio del Niño Jesús perdido y hallado en el Templo a la edad de 12 años es el único detalle que revela el Evangelista de todo lo acaecido en esos treinta años de vida oculta en Nazareth, fuera de las generalidades de la sujeción a José y María y el crecimiento en sabiduría, estatura y gracia y lo que de ello se reflejaba en la gente: simplemente era considerado como Hijo de José.

 

En el episodio de Jerusalén, Lucas nos muestra como la familia de Jesús, iba como los Israelitas normales y fervientes, cada año a la fiesta de Pascua en Jerusalén. Jesús a los doce años, que era la edad fijada por el Judaísmo, para hacer entrar a un niño en la observación plena de la Ley, la edad de madurez religiosa, fue llevado por sus padres. La pérdida del niño en la caravana puede ser un hecho normal y así lo entendieron José y María. Pero este incidente de la vida juvenil de Jesús está enmarcado en la celebración de la Pascua, encontrado a los tres días en el Templo, es decir, en la casa de su Padre, lo que nos pone a pensar en la última Pascua de Jesús y la presencia solidaria de María en ella.

 

La parte central del episodio está en la respuesta del Niño Jesús a María ante su reclamo en tono muy bíblico. En presencia de José y María que constituyen su familia terrena, Jesús pone en claro sus relaciones filiales con el Padre, que es quien lo ha engendrado desde la Eternidad.

 

Desde que Jesús ha comenzado a utilizar su inteligencia humana, ha tenido conciencia y experiencia de ser el “Hijo de Dios” en sentido estricto y ahora que ha entrado en la edad de su madurez religiosa, es una obligación divina para Él estar en el Templo, en la Casa de su Padre, ocupándose “de las cosas de su Padre”, es decir de la Ley y los profetas, que son el mensaje de su Padre al pueblo.

 

Jesús se mueve en un nivel superior a los detalles de su familia humana y la respuesta de Jesús a María delante de José y los Doctores de la Ley, constituye una invitación “para que vayan penetrando más y más en el misterio de su filiación divina, en el secreto Plan que Dios Padre tenía sobre él, ellos no lo entendían en su nivel, pero María en su Fe, que la alimenta guardando todas esas cosas en su corazón”.

 

María, en su reflexión contemplativa, guiada por el Espíritu Santo, iba penetrando más y más en el misterio de su Hijo y era testigo excepcional de ese crecimiento, manifestación de lo divino y lo humano de Él, que progresaba en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres.

 

 

BIBLIOGRAFÍA.

 

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Grignion de Montfort Luis María. TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA. Centro Mariano Monfortiano. Edición Especial de los 50 años de Canonización del Autor. Bogotá, Colombia. 1997.

 

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Pablo VI. Exhortación Apostólica Sobre el Culto a María. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. Sexta Edición. 2000.

 

Juan Pablo II. Madre del Redentor. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. Cuarta Edición. 1988.

 

Juan Pablo II. Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. Ediciones Paulinas. Bogotá, Colombia. 2002.

jueves, 1 de octubre de 2020

La advocación del agasajo perdido



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

Las festividades en honor de la Patrona de Bogotá, Nuestra Señora de la Peña, tuvieron su esplendor y su olvido con las carnestolendas, desde el domingo de quincuagésima hasta el martes de carnaval.

Paradójicamente, la efeméride del 10 de agosto de 1685 quedó como parte del inventario folclórico de la capellanía. La conmemoración del hallazgo de la escultura de la Santísima Virgen María, su Hijo, su esposo José y la corte de ángeles por parte del platero don Bernardino de León dejó de ser parte de la ciudad capital y por ende del país.

La razón está en el mes de Octavio Augusto porque este tiene sus días especiales repletos de acontecimientos y preparativos oficiales. Eso terminó por colocar un telón sobre el festejo patronal.

Las fechas, impuestas por las circunstancias de su fama, coparon las páginas de los periódicos. La fundación de Bogotá (6 de agosto), la Batalla de Boyacá (7 de agosto), la Independencia del Ecuador (10 de agosto) y la Asunción de Nuestra Señora, la apoteosis de María, (15 de agosto).

Además, el santuario celebró con sus fieles otras fiestas del calendario litúrgico que tenían una relevancia especial para la historia de la advocación. Ellas son: san José (19 de marzo), la Anunciación (25 de marzo), san Miguel Arcángel, guardián de la ermita, (29 de septiembre), la Inmaculada Concepción, (8 de diciembre) y la Sagrada Familia, (30 de diciembre). El punto final lo colocó un presidente de Colombia, con apellido de hagiografía. Él cumplía años con la bogotanísima Virgen de la Peña. Ella optó por ceder su día a las alegrías de una patria amnésica.