jueves, 23 de febrero de 2023

“Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”

 

Liturgia latina

Secuencia de los siglos XIV – XV

Oh Virgen, Templo de la Trinidad, el Dios de bondad se fijó en tu humildad; te envió a un mensajero para anunciarte lo que iba a nacer de ti. El ángel te trajo el saludo de la gracia, te explica, y consientes, y en seguida el Rey de gloria se encarna en ti. Por este gozo, te rogamos, que nos hagas dignos de este gran Rey...


Tu segundo gozo: cuando diste a luz al Sol, tú la estrella este alumbramiento no produce en ti cambio ni pena. Como la flor que no pierde su esplendor dando su perfume, tu virginidad no se perdió cuando el Creador se dignó nacer de ti. María, madre de bondad, sé para nosotros el camino recto que nos conduce a tu Hijo...

Una estrella te anuncia el tercer gozo: aquella que ves posarse sobre tu hijo, para que los magos lo adoren y le ofrezcan las variadas riquezas de la tierra... María, estrella del mundo, purifícanos del pecado

El cuarto gozo, lo tuviste cuando Cristo resucitó de entre los muertos: la esperanza renace, la muerte es aniquilada. ¡Cuánta parte tienes en estas maravillas, Llena de gracia! (Lc 1,28) El enemigo es vencido, el hombre es liberado y se eleva hasta los cielos. Madre del Creador, dígnate rogar con perseverancia: que por este gozo pascual, después de los trabajos de esta vida, seamos admitidos en los coros celestiales.

Tu quinto gozo: cuando viste a tu hijo ascender al cielo, la gloria de la que fue rodeado te reveló más que nunca a aquel del que eras la madre, tu propio Creador. Ascendiendo a los cielos, mostró el camino por donde el hombre asciende a los atrios celestes... Por este nuevo gozo, María, haznos ascender al cielo para gozar contigo y con tu hijo de la felicidad eterna...

Es el divino Paráclito quien, bajo la forma de lenguas de fuego, fortificando... e inflamando a los apóstoles, te produce el sexto gozo: para curar al hombre, al que la lengua había perdido y purificar su alma del pecado. Por el gozo de esta visita, ruega a tu hijo, Virgen María, que se borre en nosotros toda mancha hasta el día del juicio.

Cristo te proporcionó el séptimo gozo, cuando te llamó de este mundo a su reino celeste, cuando te elevó sobre el trono donde recibes honores incomparables. Una gloria que te rodea más que a ningún otro habitante del cielo... Oh Virgen, madre de bondad, haznos sentir los efectos de tu ternura... Por este gozo, purifícanos, condúcenos a la alegría eterna. Llévanos contigo al gozo del paraíso. Amén.

 

 

viernes, 17 de febrero de 2023

Testamento de María Ramos, otorgado el 26 de abril de 1618

 


En el nombre de Dios Nuestro Señor. Amén.

Considerando en la brevedad de esta vida y cuan cierta es la muerte, para la cual debemos, según la doctrina del Señor, debemos estar vigilantes y apercibidos.

Yo, MARÍA RAMOS, viuda, mujer que fue de Pedro de Santana, vecina en este sitio de Chiquinquirá, términos de la Villa de Nuestra Señora de Leiva. hija de Juan Ramos y Catalina Hernández de Ávila, vecinos de la Villa de Guadalcanal de donde soy natural, en términos de España. Estando ya cargada de enfermedades y de edad y en razonable salud y en mi entero y libre juicio natural a que Dios Nuestro Señor fue servido de me dar.

Creyendo como firmemente creo como católica y fiel cristiana en el alto misterio de la Santísima Trinidad Padre e Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero. Creyendo todo lo demás que cree y tiene nuestra Madre la Iglesia, invocando por mi abogada a la Reina y Rosa de los Ángeles la Virgen María de quien he sido y soy particular devota, a quien suplico interceda por mí ante su preciosísimo Hijo que en su Divina Majestad por los méritos de su pasión y muerte, perdone mis pecados y lleve mi alma usando de su divina clemencia a su santo reino y gloria celestial. Teniéndome en peligro de la muerte que es a todos natural, hago pues yo mi testamento en la manera siguiente:

Encomiendo mi ánima a Dios Nuestro Señor, y si fuese servido de Él llevarme, mi cuerpo sea enterrado en la Iglesia de este convento (Corregido convento y puesto casa), en la sepultura que allí tengo. Acompañe mi cuerpo e mi entierro el cura de este sitio y los sacerdotes que en él se hallaren. Dígase por mi ánima el día de mi entierro una misa de réquiem de cuerpo presente. Mando que la dicha misa de cuerpo presente se diga cantada con diácono y subdiácono, y se procuren traer aquel día cuatro sacerdotes que se hallen a mi entierro.

Mando a mis albaceas que gratifiquen con dos tomines de plata a cada uno de ellos.

Declaro que tengo una imagen de Nuestra Señora del Pópulo en un retablo. Esta imagen quiero que se le dé a Ana de los Reyes, mi hija y a Gonzalo de Puerta, su marido, y en fin de sus días la doy a esta santa iglesia y en ella esté, sin que de ella sea sacada y llevada a otra ninguna parte, ni mis hijos la enajenen ni dispongan de ella, porque con este cargo se la dejo. Declaro por mis bienes una casa de bahareque en que vivo y una cama blanca en que duermo.

Dejo y nombro por mis albaceas testamentarios a Gabriel de Ribera Castellanos, presbítero, cura y vicario de esta santa casa y a la dicha Ana de los Reyes. mi hija y a Gonzalo de Puerta, su marido, a los cuales ‘in solidum’ doy poder para que cumplan este mi testamento.

Cumplido este mi testamento dejo y nombro por mi universal heredera a la dicha Ana de los Reyes, mi hija, a la cual dejo el remanente de mis bienes y le encargo el recuerdo de mi alma y la de Alonso Hernández, su padre, y haga por ambos el bien que pudiere.

Revoco, anulo y doy por ninguno y de ningún valor y escrito otros cualquier testamento, codicilos y mandas que en cualquier manera haya fecho antes de ahora, salvo este que le otorgo por mi testamento y última voluntad en la mejor forma que haya lugar.

Fecho en este sitio en veinte y seis días del mes de abril de mil e seiscientos y diez y ocho, y sépase que la otorgante reconozco dijo no saber firmar. Firmólo un testigo a su ruego. Testigos Alonso Rodríguez, García Varela, Juan de Mesa, Matías Ramos, Juan de la Vega, presentes en este sitio.

(Firmados) a ruego de la otorgante. ALONSO RODRÍGUEZ. GARCÍA VARELA, JUAN DE MESA, MATÍAS RAMOS, JUAN DE LA VEGA. Ante mí: SIMÓN DE MONSALVE, escribano".

Nota: El R. P. Jesús Martínez, agustino recoleto, fue el primero que encontró en la notaria de Villa de Leiva el testamento de MARÍA RAMOS ante quien se renovó el sagrado lienzo de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá.

Posteriormente, y después de repetidos y cuidadosas búsquedas fray Andrés Mesanza, O. P., logró localizar otra vez el valioso documento histórico en el propio archivo de la notaría de la Villa de Leiva.

 

 

 

jueves, 9 de febrero de 2023

María: nuestra Madre del cielo y de la tierra


                                      (“Tríptico mariano jesuita-dominicano”, colección personal del autor)


Por José Luis Ortiz-del-Valle Valdivieso

 

“Viendo, pues, Jesús a su Madre y al discípulo a quien amaba, allí de pie, dice a su Madre: Mujer, he aquí a tu hijo. Luego dice al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió consigo.”

(S. Juan 18, 26-27)

 


 

La piedad del pueblo cristiano, desde los primeros siglos, ha tenido a la persona de María como verdadera Madre de Dios hecho hombre, entre muchos otros atributos excelsos y exclusivos de Ella, y por eso le ha tributado siempre una veneración especial que se ha ido perfeccionando con mayor claridad teológica y filosófica, a lo largo de los siglos, gracias a las definiciones dogmáticas sobre Ella y a los numerosísimos escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia (san Efrén Siro, san Epifanio, san Tarasio, san Germán, san Juan Damasceno, san Jerónimo, san Agustín, san Ambrosio, san Anselmo, san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, san Alfonso de Ligorio, etc.).

No obstante, como se sabe, nunca podrá ser suficiente lo que se diga en alabanza y gloria de la Inefable, como la llama san Bernardo, porque todo lo que se diga será siempre en alabanza y adoración de Dios, pues nuestra santa religión es la única verdaderamente cristiana.

Aunque el sentido de la fe de los fieles, durante los veinte siglos de cristianismo se ha mantenido en lo esencial de las creencias marianas y se ha renovado y purificado en las prácticas, como lo es el Santo Rosario de la Reina Universal de todo lo creado, ha sido un lugar común bastante deplorable que se le llame “Nuestra Madre del Cielo”, como si no fuera a la vez “Nuestra Madre de la Tierra”.

¿Qué sentido cristiano puede tener que sea nuestra Madre solo del cielo si no lo es también en esta vida terrenal, que es cuando más la necesitamos y a sabiendas de que Ella es Soberana de toda la creación? 

La maternidad espiritual de María Santísima sobre todo el género humano, así como nos la entregó Nuestro Señor en el Gólgota, no deja duda alguna de que su principalísima misión iniciada terrenalmente desde el dichoso Fiat, pero prevista por Dios desde la eternidad, hacen que sea tanto nuestra Madre Auxiliadora en esta vida contingente como nuestra Madre en el cielo, si por la misericordia de Dios llegaremos a merecerlo.

Bien recuerda el R.P. Uldarico Urrutia S.I., en su libro “Los nombres de María” (Instituto de Propaganda Católica, Barcelona, 1932, 2ª ed.) la excelsa y exclusiva misión de María, cuando dice:

“Pues bien, todo lo que es la madre en el orden natural, eso es María para el hombre en el orden de la gracia.

No quiso privar Dios a la nueva criatura formada por Él, de los encantos y dulzuras de una madre, y por eso le dio a la Virgen. Quitad del hogar a la madre. ¿Qué os queda? Pues eso sería el mundo sin María.”(pág. 159).