jueves, 25 de junio de 2020

La invocación de la esperanza


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“Madre de la Misericordia” es un tratado de salvación que el santo padre Francisco agregó a las letanías lauretanas. El texto, pliego del perdón, guarda la esencia eucarística del amor divino.

Las preces llegaron como un bálsamo cargado de milagros. Sus voces estremecieron de alegría a las llagas abiertas de una Iglesia encerrada por la talanquera de una humanidad sin rumbo evangélico.

 Mater Misericordiae. Foto Julio R. Castaño R.
La cátedra de Pedro volvió a iluminar, con humilde afecto mariano, el sendero espiritual del cristianismo. El sumo pontífice colocó en manos de los creyentes la llave del Corazón de Jesús:

 “Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. (Mateo 9,13).

La palabra de Cristo regresó preñada de maternidad como fuego encendido en una llamarada de fe apostólica. Misericordia, grita el sentimiento fecundo de la Virgen Madre. Misericordia repite inagotable el universo. Su semántica gestó el aliento celestial, el éxtasis del Creador. Misericordia, latido de Dios.


María volvió con los pies descalzos a pedir unánime la caridad para su plegaria de escritura bíblica. Se lanzó al abordaje de las almas aterradas por el mar de las miserias prudenciales. La gracia de la Auxiliadora engarzó a su rosario la súplica del Redentor: “Misericordia”. Misericordia engendrada en su vientre inmaculado para consolar dulcísima a un Iglesia sofocada por el aire de las catacumbas.

sábado, 20 de junio de 2020

María, ese corazón que bate por mí


san Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, párroco de Ars

Comparamos a veces a la Santa Virgen con una madre. Pero ella es mucho mejor que la mejor de las madres. Es tan buena que nos trata siempre con amor.

El Corazón de esta buena madre es únicamente amor y misericordia, solo desea vernos felices. Es suficiente volvernos hacia Ella y somos escuchados…

Aunque somos pecadores, la Virgen está llena de ternura y compasión por nosotros. El niño que ha costado más lágrimas a su madre, ¿no es el más querido de su corazón? ¿Una madre no corre siempre hacia el más débil o vulnerable de sus hijos?

Todos los santos tuvieron una gran devoción a la Santa Virgen, ninguna gracia viene del cielo sin pasar por sus manos. No entramos en una casa sin hablar con el portero: ¡la Santa Virgen es la portera del cielo!

El tiempo que el mundo dure, ella es tironeada de todos lados. Es como una madre que tiene muchos hijos. Está continuamente ocupada yendo de uno a otro.

viernes, 19 de junio de 2020

Recíbeme en tu divino corazón


Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)




Ahora, oh amor, mi Rey y mi Dios, ahora, Jesús mi bien-amado. Recíbeme bajo el cuidado misericordioso de tu divino corazón. Ahí mismo, para que viva enteramente para ti, apégame a tu amor. Ahora, sumérgeme en el vasto mar de tu profunda misericordia. Ahí mismo, confíame a las entrañas de tu sobreabundante bondad. Ahora, arrójame en la llama devorante de tu divino amor. Ahí mismo, haz que esté en ti hasta abrasarme y reducir a cenizas mi alma y mi espíritu. A la hora de mi muerte, entrégame a la providencia de tu paternal caridad.

Ahí mismo, oh mi dulce Salvador, consuélame con la visión de tu presencia tan dulce. Ahí mismo, reconfórtame con el gusto del precioso precio con el que me has rescatado. Ahí mismo, llámame con la voz viva de tu hermoso amor. Ahí mismo, recíbeme en el abrazo de tu perdón, infinitamente misericordioso. Ahí mismo, con el soplo suave de tu Espíritu, con fragancia de suavidad, atráeme a ti, tráeme a ti y atráeme. Ahí mismo, con el beso de la unión perfecta, sumérgeme en el disfrute eterno de ti. Dame entonces de verte, poseerte, disfrutar para siempre de ti en la más grande felicidad. Porque mi alma está enamorada de ti, oh Jesús, el más querido de todos los queridos. Amén.

jueves, 18 de junio de 2020

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote


Conferencia Episcopal Colombiana, 2017

 La fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y del Sagrado Corazón de Jesús, se constituye en una oportunidad para que todos oremos por la santificación de nuestros sacerdotes, para agradecerle a Dios el don inmenso de la vocación sacerdotal; es un tiempo para amar el sacerdocio de Jesucristo, prolongado en sus ministros ordenados. El prefacio de la celebración de la Eucaristía de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, resume perfectamente el sentido de nuestra oración: “constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige hombres de este pueblo para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan el nombre de Cristo, el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darle así testimonio constante de fidelidad y amor.” Vivimos momentos muy difíciles en la Iglesia, se resaltan los pecados de los sacerdotes, se revelan hechos muy dolorosos, algunos sectores de la sociedad intentan desvirtuar el estilo de vida sacerdotal. Ante este panorama, la Iglesia nos invita a agradecer a los sacerdotes su entrega radical, su testimonio de vida, su pasión por la Iglesia, el dejar ver a través de su ser a la persona de Jesús. Hoy tenemos que hablar con valentía de lo bueno y positivo del ministerio sacerdotal, del estilo de vida sencillo, orante y caritativo del que consagra su vida en el sacerdocio ministerial. Hoy los sacerdotes, ministros ordenados, debemos renovar e interiorizar lo que significa “actuar en la persona de Cristo” La santificación de los sacerdotes no depende solamente de las propias fuerzas de quien ha recibido esta gracia, desde luego, el Señor cuenta con nuestra libertad y la decidida voluntad de ser sus discípulos, sin embargo, se requiere pedir insistentemente la gracia de la fidelidad, de la perseverancia; estas fuerzas vienen de lo alto y hay que pedirlas todos los días. La Comisión Episcopal de Ministerios Ordenados de la Conferencia Episcopal de Colombia, invita a elevar plegarias por la santificación de los sacerdotes, con motivo de las fiestas de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y el Sagrado Corazón de Jesús. Desean que todos, ministros ordenados y fieles, sientan en su corazón la urgencia de pedir con fe la santificación de todos los que han sido llamados a ser ministros del Señor, obispos, presbíteros y diáconos. El material que encontrará junto con este breve mensaje, puede ayudar en el fomento de la oración por la santificación, vida y ministerio de los sacerdotes, esperamos que cada jurisdicción eclesiástica del país, lo replique en las comunidades parroquiales, de tal manera que los fieles se puedan unir en la adoración eucarística, el rezo del santo rosario y la celebración de la Eucaristía por la santificación de los ministros ordenados y el aumento de las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada.

Oración por la santificación de los sacerdotes.

Oh Jesús, que has instituido el sacerdocio para continuar en la tierra la obra divina de salvar a las almas, protege a tus sacerdotes, especialmente a N.N. en el refugio de tu Sagrado Corazón. Guarda sin mancha sus manos consagradas, que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo, y conserva puros sus labios teñidos con tu Preciosa Sangre. Haz que se preserven puros sus corazones, marcados con el sello sublime del sacerdocio, y no permitas que el espíritu del mundo los contamine. Aumenta el número de tus apóstoles, y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro. Bendice sus trabajos y fatigas, y que como fruto de su apostolado obtenga la salvación de muchas almas que sean su consuelo aquí en la tierra y su corona eterna en el cielo. Amén De Santa Teresita del Niño Jesús.

jueves, 11 de junio de 2020

Oración expiatoria al Sagrado Corazón de Jesús

Diseño Angélica Urbina Sánchez



Papa Pío XI

Dulcísimo Jesús, cuya caridad derramada sobre los hombres se paga tan ingratamente con el olvido, el desdén y el desprecio, míranos aquí postrados ante tu altar. Queremos reparar con especiales manifestaciones de honor tan indigna frialdad y las injurias con las que en todas partes es herido por los hombres tu amoroso Corazón.

Recordando, sin embargo, que también nosotros nos hemos manchado tantas veces con el mal, y sintiendo ahora vivísimo dolor, imploramos ante todo tu misericordia para nosotros, dispuestos a reparar con voluntaria expiación no sólo los pecados que cometimos nosotros mismos, sino también los de aquellos que, perdidos y alejados del camino de la salud, rehúsan seguirte como pastor y guía, obstinándose en su infidelidad, y han sacudido el yugo suavísimo de tu ley, pisoteando las promesas del bautismo.

A1 mismo tiempo que queremos expiar todo el cúmulo de tan deplorables crímenes, nos proponemos reparar cada uno de ellos en particular: la inmodestia y las torpezas de la vida y del vestido, las insidias que la corrupción tiende a las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las miserables injurias dirigidas contra ti y contra tus santos, los insultos lanzados contra tu Vicario y el orden sacerdotal, las negligencias y los horribles sacrilegios con que se profana el mismo Sacramento del amor divino y, en fin, las culpas públicas de las naciones que menosprecian los derechos y el magisterio de la Iglesia por ti fundada.

¡Ojalá que podamos nosotros lavar con nuestra sangre estos crímenes! Entre tanto, como reparación del honor divino conculcado, te presentamos, acompañándola con las expiaciones de tu Madre la Virgen, de todos los santos y de los fieles piadosos, aquella satisfacción que tú mismo ofreciste un día en la cruz al Padre, y que renuevas todos los días en los altares. Te prometemos con todo el corazón compensar en cuanto esté de nuestra parte, y con el auxilio de tu gracia, los pecados cometidos por nosotros y por los demás: la indiferencia a tan grande amor con la firmeza de la fe, la inocencia de la vida, la observancia perfecta de la ley evangélica, especialmente de la caridad, e impedir además con todas nuestras fuerzas las injurias contra ti, y atraer a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, te rogamos, benignísimo Jesús, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María Reparadora, el voluntario ofrecimiento de expiación; y con el gran don de la perseverancia, consérvanos fidelísimos hasta la muerte en el culto y servicio a ti, para que lleguemos todos un día a la patria donde tú con el Padre y con el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


jueves, 4 de junio de 2020

La aspirante a obispesa recibe una lírica lección de teología de la conversa Véronique Levy




Véronique Lévy, conversa al cristianismo hace pocos años, ha publicado una carta abierta a Anne Soupa, la teóloga francesa de 73 años, madre de cuatro hijos, que se ha autopropugnado como arzobispesa de Lyon para "romper moldes" contra la que considera "invisibilidad" de la mujer en la Iglesia.

En un escrito de estilo lírico y honda teología, Lévy le recuerda a Soupa, activista desde hace muchos años a favor de la ordenación de sacerdotisas, el papel central de la Virgen María no solo en la Iglesia, sino en la misma Santísima Trinidad.

Véronique Lévy es de origen judío y hermana del célebre filósofo francés Bernard-Henry Lévy, y fue bautizada en la catedral de París en la Pascua de 2012. Desde entonces ha participado en numerosos actos públicos y entrevistas compartiendo su fe católica y su experiencia de conversión.
El escrito sobre la pretensión de Soupa ha sido publicado en Famille Chrétienne:

Hermana Anne:

¿No ves que el corazón de esta Iglesia a la que acusas de ser un feudo de hombres abusivos y ebrios de poder es el corazón de una Mujer?

Voy a anunciarte una buena nueva, voy a cantarte mi Magníficat, mis pasos a la sombra de sus pasos, en un impulso que sigue al de María… Hablas de entusiasmo, ¡oh palabra pagana!, pero yo te hablo de exultación. Sí, mi alma exulta en el Señor en una respiración de amor que envuelve mi cuerpo, toda mi feminidad, la cual, por El y por Solo Él, resucitó el 7 de abril de 2012 en la Iglesia católica y universal, en la noche de la Vigilia Pascual.

Aquella Noche nací bajo la Ley, liberada de las máscaras rotas de una feminidad codificada que la civilización del progreso me había obligado a asumir. Liberada de los fragmentos de un espejo donde había vaciado mi alma. Modelada según el deseo de los hombres… Anne, yo no nací con una Hostia en la boca, y la leche que recibí fue amarga… amarga por las ilusiones muertas ante las paradojas de una República que presumía de igualdad para ocultar su sueño uniforme. La uniformidad del Hombre y de la Mujer que necesitan ser certificados.

Antes de todo eso, justo antes de cruzar el umbral, yo era una reina, la reina de las noches blancas, pero también una reina de pacotilla, princesa sagrada durante una noche o durante una vida según los caprichos de mis amantes queridos o despechados. El amor carnal era mi artificio, mi arma, mi vocación, a falta de algo mejor. Reivindicaba como libertad mis vagabundeos o mis mariposeos. Inalienable. Mi cuerpo me pertenecía. Aspiraba a la generación espontánea. En fin, es lo que yo creía… Pero esa libertad totalmente relativa había fracturado la unidad original, me sometía a los dogmas de los mercaderes que esterilizan el corazón y el alma y separan la sexualidad del amor, arrancando el cuerpo de su eternidad gloriosa envolviéndola en promesas…

Fue en el seno de la Iglesia como el Señor me coronó con su Amor indefectible. ¿No ves que el corazón de esta Iglesia a la que acusas de ser un feudo de hombres abusivos y ebrios de poder es el corazón de una Mujer? En el principio latía ese corazón. Y en ese corazón, el Corazón de Dios. Se hizo Carne de su carne. De la carne de su corazón. Para unirse a nosotros -a nosotras las mujeres, a nosotros los hombres- bajo el himen intacto, en el santuario de nuestra concepción.

Sí, Anne, los apóstoles son hombres… Ni tú ni yo podemos hacer nada, eso es así… Fueron llamados uno a uno, uno a uno les dio nombre el Señor… Y hoy los obispos continúan elevándose y derrumbándose, columnas de barro o de fuego de la Iglesia en marcha que surca la Historia. Fue también a hombres a quienes, en la Última Cena, Jesús instituyó en el sacerdocio para consagrar el Único Sacrificio de Su Cuerpo ofrecido por la Salvación del mundo. Los sacerdotes perpetúan esa Promesa. Nueva y eterna. Sí, Jesús lo quiso, es así.

Pero no te enojes, Anne. Fue a María Magdalena y solo a ella a quien Jesús se apareció en el jardín de la tumba. Resucitado de entre los muertos… Fue a ella, la exorcizada de siete demonios, a quien él envió ante los apóstoles encerrados y temerosos, para llevarles la Esperanza: “Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro” (Jn 20, 17). Es a ella, acurrucada a sus pies, escuchándole en el insondable silencio de su Adoración, a quien Él acaricia con sus palabras: “María, has escogido la parte mejor, y no te será quitada” (cf. Lc 10, 42). A las puertas de Jerusalén, ella unge misteriosamente Su cabeza, prefigurando, velando y desvelando la Santa Pasión con el perfume de su piedad. Ella ha pecado mucho, pero ha amado aún más, y vuelve a ser ella quien derrama el óleo sobre el Rey, significando con su gesto que todas las realezas se cumplen en Ésta, que es eterna, que no es de este mundo pero lleva al mundo.

En casa de Simón el fariseo, su cabello enjuga el perfume de sus lágrimas y sella la vocación de oración perpetua de los monjes y monjas de quienes ella es santa patrona. Apostolado, sí, el de la contemplación. Esa es su misión, escondida en la ermita de una gruta en la cima de Sainte-Baume, en el hueco de una roca, como la paloma del Cantar de los Cantares… Su vida transcurre, invisible y desnuda en la del Dios de Amor que la hizo renacer, reparando su dignidad, su realeza de mujer, con Su Perdón.

En la basílica de San Maximino se conservan las reliquias de Santa María Magdalena, quien hizo penitencia en la gruta de Sainte-Baume [Santo Ungüento].

Pero sé, Anne, que a Jesús no le reprochas nada. En sus andanzas interminables sembrando Judea, Samaria y Galilea con su Verbo seminal, llevaba mujeres con Él, en su Corazón.

La Iglesia también, Anne. Nunca lo olvides. Proclama doctoras, fundadoras, mártires o santas, a mujeres… miríadas de constelaciones… Mujeres pobres o ricas; princesas, campesinas, obreras; vírgenes, madres, esposas o viudas; prostitutas o castas.

¿No son dos mujeres las santas patronas de Francia para la eternidad, quienes la envuelven con el ardor de su fe y de su caridad, con una armadura y un velo? Santa Teresa del Niño Jesús, doctora de la Iglesia y carmelita, y Santa Juana de Arco, soldado del Señor, la Desarmada de los Ejércitos, mártir de su amor para que venga Su reino… Santa Juana, cuyo corazón late bajo las frías cenizas de nuestras claudicaciones. Sí, el corazón de la Iglesia de Francia es el corazón de una virgen… una virgen que dice sí al Arcángel San Miguel en los espacios abiertos de su Lorena natal… Francia es una Anunciación que transcurre desde el Calvario a Chinon… y de Chinon para siempre.

La Iglesia viene -viene eternamente- desde más allá de la predicación de los apóstoles. Ella brota de un Sí, el Sí una joven de Nazaret, una joven discreta cuyo Ecce [He aquí], cuyo Sí [Fiat] y cuyo Magníficat abrieron el camino del Cielo. En Ella, con Ella, la Humanidad atravesó el horizonte de la muerte y penetró el velo de la luz. Esa Luz se hizo Carne en su carne.

Hace dos años, el Santo Padre proclamó que el lunes de Pentecostés sería la fiesta de María, Madre de la Iglesia universal, significando que la vocación de la Mujer es, en el corazón de esta Iglesia de las Postrimerías, la de una fecundidad sobrenatural: “No tiene a Dios por Padre quien no tiene a María por Madre”. Anne, el Papa Francisco, a quien citas distorsionando sus palabras, lamenta el espíritu anglicano, el espíritu de clericalismo que gangrena esta vocación de las mujeres que aspiran al sacerdocio, tú ahora al episcopado… ese espíritu de disputa por el poder y de competiciones mezquinas, de reivindicaciones sexistas que, bajo el pretexto de la equidad, busca una igualdad amoldada a las normas del “mejor de los mundos”, donde la uniformidad es la ley.

Anne, hermana Anne, la misión de las mujeres nace en la eternidad silenciosa del Verbo increado, en la Bienaventuranza gozosa de una Niña que salta a la comba al ritmo del Hogar trinitario. María atrajo sus Voluntades, atrajo al Verbo increado… ¿Hay una locura mayor? ¿Qué otra religión afirma algo semejante? Dios la había ya escogido desde “la fundación del mundo”, una Sabiduría configurada para Su Gloria. ¡Y la Gloria de Dios, como cantó San Ireneo de Lyon, santo Primado de las Galias, es el hombre Vivo! Vivo con la Vida misma de lo Eterno, nacido por la gracia de María, en la Iglesia, de la que ella es el icono dispuesto a un sí sin retorno. Ella es la génesis de Este Cuerpo de piedras vivas… Ella es la fuente de todo sacerdocio. En María, “esposa” no-desposada, “encarnación del Espíritu Santo”. Con esta audaz analogía la dibujó el padre Maximiliano Kolbe.

Sí, Anne, el Cristianismo fue para mí, ante todo, un rostro, el de María ofreciendo en el Calvario a su Hijo martirizado, ofreciéndoselo a una humanidad ingrata y sin embargo sedienta. Dios dijo: “Juan, he ahí a tu Madre; Mujer, he ahí a tu hijo”. La Iglesia levanta el vuelo por esa donación mutua y esa alteridad. El sacerdocio de Juan se recibe de una Mujer tan estrechamente unida al Misterio de la Redención que ella volvió a dar a luz a la Humanidad entera. Hasta el fin del mundo. “La llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Canto del Magnificat, Lc 1, 48).

La Creación se dio la vuelta como un guante, el big-bang de un alba virgen que la retrocede en el tiempo hacia la Salvación: “Ecce ancilla Domini, Aquí estoy, Señor. Como el pequeño Samuel (cf. 1 Sam 3, 2-14), escucho y me levanto a la llamada de mi Dios y mi libertador. Hace mucho tiempo, cuando el mundo aún balbuceaba, Vos sacasteis a Eva del corazón de arcilla de Adán. Yo soy ahora esa mujer nacida de Vuestro corazón mismo. Padre, en la noche del Calvario, Os ofrezco a mi hijo como un sello sobre Vuestro corazón… Os entrego a Jesús mi Cuerpo, a Jesús mi Sangre, vertida por muchos para remisión de los pecados… La Nueva Alianza está sellada con mi Sí al Amor crucificado que ha vencido a la muerte”.

¡Este sí absoluto, radical, se lanzó rumbo a la eternidad, por encima del cielo plomizo del Gólgota! Y el velo del Santo de los Santos se desgarró por la mitad.

¡La muerte ha sido vencida! Han quedado superados los sueños de grandiosas sepulturas de los faraones, que anticipan las quimeras transhumanistas y sirven todavía, bajo la máscara del progreso y de la libertad de las mujeres, para las esclavitudes más indetectables.

Han sido derrocadas de su trono las potencias maléficas de este mundo… aplastadas sus cabezas por el Sí de una niña y de una madre.

El nombre de esa joven era María.
Dios creó a la Mujer y dio aliento a María
con el Esíritu Santo de Amor.

Publicado en Famille Chrétienne.

Traducción de Carmelo López-Arias.