jueves, 24 de septiembre de 2020

Novena del avemaría



 


Dios te salve, María, llena eres de gracia;

el Señor es contigo.

Bendita Tú eres

entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. (Lucas 1, 38).

 

Modo de rezar

 

En el nombre del padre… Acto de contricción. Oración para todos los días. El día correspondiente, meditación, petición, canción, (Preferiblemente temas del repertorio musical chiquinquireño). Oración final. (Salve, Madre del Salvador).

 

 

 

Acto de contrición

 

Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas, y me has de llevar a la vida eterna. Amén. 

 

 

Oración a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (para todos los días).

 

¡Oh incomparable Señora del Rosario de Chiquinquirá!

Madre de Dios, Reina de los ángeles,

abogada de los pecadores,

refugio y consuelo de los afligidos y atribulados.

Virgen Santísima, llena de poder y de bondad,

lanzad sobre nosotros una mirada favorable

para que seamos socorridos por Vos

en todas las necesidades en que nos encontramos.

Acordaos, ¡Oh Clementísima Señora del Rosario!,

que nunca se oyó decir que alguien que haya recurrido a Vos,

invocado vuestro Santísimo nombre,

e implorado vuestra singular protección,

fuese por Vos abandonado.

Animados con esta confianza, a Vos recurrimos.

Os tomamos desde hoy y para siempre por Madre nuestra,

nuestra protectora, consuelo y guía,

esperanza y luz en la hora de la muerte.

 

Libradnos de todo aquello que pueda ofenderos

y a vuestro Santísimo Hijo, Jesús.

Preservadnos de todos los peligros del alma y del cuerpo;

dirigidnos en todos los negocios espirituales y temporales;

libradnos de la tentación del demonio,

para que andando por el camino de la virtud,

podamos un día veros y amaros en la eterna gloria,

por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

Reflexión para el primer día: Dios te salve, María,

El Verbo preparó un diálogo de perpetuidad.

El saludo del ángel a María contiene la reserva exclusiva de la misericordia de Dios para sus criaturas. El Padre Eterno envió un mensajero para comunicar la gracia de la salvación a la joven de Nazaret.

La historia humana se encontró con la humildad de Creador en el trascurrir de su esperanza. El Omnipotente asumió la bondadosa razón del respeto para entablar una conversación de redención con la mujer escogida. Ella, su obra inmaculada, portará la luz del Evangelio, camino, verdad y vida.

“Canta, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh Israel; gózate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén”. (Sof. 3, 14).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don maravilloso de tu humildad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Reina de Colombia.

Oración final.

 

Reflexión para el segundo día: llena eres de gracia

La Sierva del Señor recibió la plenitud del don.

El Cielo la llama kecharitomene porque es la virtud diseñada para servir a la santidad. El tabernáculo del Altísimo está listo y perfumado con aromas de una sagrada devoción.

Ella, la Virgen, rebosa de la gloria de Dios. Su alegría de mediadora alumbra el sentimiento de los profetas. Ella se prepara para recibir una semilla de fuego. El cristianismo arde en su esperanza.

“Te saludo, oh llena de gracia: esta es la gracia que ha dado la gloria a los cielos, Dios a la tierra, la fe a los gentiles, el fin a los vicios, orden a la vida, disciplina a las costumbres”. (Pedro Crisólogo).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don apostólico de amar a Jesucristo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Vengo a visitarte.

Oración final.

Reflexión para el tercer día: El señor es contigo

La virtud del Espíritu Santo y la sombra del Altísimo se dan cita en el alma de María para que el Verbo se haga carne y su amor, pan de vida.

La naturaleza eterna de la divinidad late bajo el delicado pulso humano.

La redención de los pecadores vive para ser entregada, sin fin y sin tregua, por tu Hijo, Esposa de Dios.

“El Señor es contigo, oh toda santa, gloriosa y buena. El Señor es contigo, oh venerada, oh incomparable, oh súper gloriosa, todo esplendor, digna de Dios, digna de toda beatitud. Yo admiro tu humildad, oh eminentísima”. (Teodoro de Ancira).

Petición:  Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don salvífico de amar al prójimo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Guabina Chiquinquireña.

Oración final.

 

 

 

 

Reflexión para el cuarto día: Bendita tú eres

La bendición de Dios, trino y uno, santifica a la intercesora de toda súplica. Ella será el templo cuyo sagrario acoge la ternura de la gloria celestial.

María Santísima enciende el fuego evangelizador en Juan, el Precursor, porque solo el Padre y Ella engendraron al Hijo. El primero en el principio y la Virgen en la anunciación.

“Verdaderamente bendita eres tú entre las mujeres pues has cambiado la maldición de Eva en bendición pues has hecho que Adán, que yacía herido por su pecado, por medio de ti sea bendecido”. (San Sofronio).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de místico de la fe.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  Ave María de Chiquinquirá.

Oración final.

Reflexión para el quinto día: entre todas las mujeres

La Santísima Trinidad diseñó un modelo de beatitud para la Bienaventurada. La dinámica servicial de la criatura perfecta borrará la terrible herencia de Eva.

La mujer caída por la seducción de la desobediencia es restaurada por la perpetua obediencia de Santa María.

Nuestra Señora, Virgen y Madre del Dios humanado, limpia la imagen primera oculta por la suciedad del polvo, pecado de Adán.

“María representa verdaderamente todas las mujeres: por ello el nuevo anuncio cancela los dolores de parto de la mujer y proclama la gloria”. (Hesiquio de Jerusalén).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de la esperanza en Cristo.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción: Guabina Chiquinquireña. Oración final.

Reflexión para el sexto día: y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

“La Virgen está encinta”, la profecía del Isaías encontró el cumplimiento de su plenitud en el amor del Padre y del Hijo cuya caridad permitió la encarnación de la Palabra.

El Emmanuel, el Dios con nosotros, es Jesús Eucaristía.

“Es bendito el fruto de tu vientre, siendo él sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos”. (San Bernardo de Claraval).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don inmaculado de la castidad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  Ave María

Oración final.

Reflexión para el séptimo día: Santa María, Madre de Dios,

El dogma de la maternidad divina, así lo han definido los padres conciliares en Éfeso (431), florece como morada de la Sabiduría increada.

El Niño Dios vuelve sus ojos enternecidos por aquel cálido regazo que lo abriga en la rústica pesebrera donde reposa su fragilidad indefensa. El Mesías, aguardado por santos y profetas, contempló extasiado el gesto inocente de una plegaria maternal que con sus ecos angelicales le arrulló. El Eterno ha puesto su cuna en el corazón de María. Entrega total, dependencia infinita.

“Yo lo sé, tú tienes, en calidad de Madre del Altísimo, un poder igual a tu querer. Por eso mi confianza en ti no tiene límites”. (San Germán de Constantinopla)”.

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de una pobreza evangélica.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  La Salve.

Oración final.

 

Reflexión para el día octavo: ruega por nosotros, pecadores,

La súplica conserva la condición de la debilidad.

El constante ruego es el oficio de la Auxiliadora. María es el motivo generador de la invitación para renovar a las almas atrapadas entre las ligaduras del mundo.

María Purísima es la ruta segura hacia el sacramento del perdón. La reconciliación, la alegría del cielo.

“Arrodíllate para obtener mi reconciliación, Tú que eres la Madre de Dios”. (San Gregorio de Narek).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos que nos regales el don de la santa obediencia.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  El magnificat.

Oración final.

Reflexión para el día noveno: ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

La perseverancia final, el anhelo de Dios.

La serena alegría de la Iglesia triunfante es la bendición escrita por Simeón con un espada de dolor. María, la Dolorosa, sintió su ser traspasado por la cruz vociferante.

Ella es la merced del último suspiro del Nazareno. “Hijo, he aquí a tu Madre”, dádiva del Redentor.

“Yo soy la resurrección y la vida. El que vive en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. (Juan 11,25).

Petición: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, te rogamos nos regales el don misericordioso de acompañarte en la eternidad.

Tres avemarías, padrenuestro y gloria.

Canción:  El Cuchipe

Oración final.

 

Salve, Madre del Salvador

 

Salve, Santísima Madre del Salvador,

nuestro Dios,

por cuyo medio vino a vivir con nosotros

y nosotros con Él;

 

Él, que te hizo digna de ser celebrada y venerada

como verdadera y natural Madre de Dios,

en la tierra por cuantos te rinden honor,

y sobre todo en el cielo con los santos ángeles,

como augustísima Madre de Dios.

 

Salve, venerable e inmaculada madre de Dios.

Aquel que de lo alto de los cielos,

sin dejar el cielo

se encarnó en tu seno como en su patria terrena.

Él mismo. Cristo Dios,

te hizo digna de ir de esta patria terrena

a la patria celeste, que concedió,

por tu medio, a los santos que le esperaban.

 

Salve, María, espiritual paraíso espléndido,

que has cultivado por obra del Espíritu Santo

el fruto de la vida y de la inmortalidad:

el que fue engendrado por el Padre,

Cristo nuestro Dios.

 

Nosotros, partícipes de su vida por la verdadera fe,

hemos sido vivificados en Él.

 

En fundó por ti en el paraíso un tabernáculo

donde vives con tu cuerpo glorificado;

por tu mediación, también,

se nos ha abierto a nosotros la puerta.

Salve, o refugio esplendente y adornadísimo.

Tú has sido hecha madre de Dios.

 

El género humano,

náufrago en el mar de esta vida,

se ha salvado en ti;

por tu medio ha obtenido los dones de la vida

del que te adornó en el tiempo presente

y te glorificó por los siglos de los siglos.

(San Modesto de Jerusalén).

El Espíritu Santo descenderá sobre ti inmaculada para hacerte más pura y ofrecerte un poder fecundo”. (San Sofronio).

 

Trabajo realizado por petición del señor Marco Suárez

Parroquia Nuestra Señora del Rosario, La Renovación. Chiquinquirá, Boyacá

Zipaquirá, 22 de septiembre de 2020.


martes, 22 de septiembre de 2020

La Mariología bogotana, un legado de Alemania


 


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

La Sociedad Mariológica Colombiana cumple hoy 61 años de silentes tareas investigativas. La academia fue fundada por el reverendo padre Richard Struve Haker, un alemán protestante, que encontró el camino al Padre en el catolicismo.

El presbítero, perseguido por la Gestapo a causa de su fe, abandonó su tierra y llegó a Colombia, el Jardín Mariano, 1935. La nueva patria tenía un altar a la Madre de Dios en cada pueblo remoto. La devoción por la Santísima Virgen María era un legado que pasaba de madres a hijos por el cordón umbilical de una devoción cristiana: el rosario.

Eso le llamó la atención.  ¿Cómo en un país tan piadoso no existía un centro de estudios dedicado a la Mariología? La respuesta a la incógnita fue su trabajo como capellán y luego párroco del Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña. Allí en los cerros bogotanos reconstruyó la ermita de la Peña Vieja (1946) y junto a los pies de la Patrona de Bogotá, fundó la revista Regina Mundi (1957) y el 22 de septiembre de 1959 la Sociedad Mariológica de Colombia.

El buen cura restauró el templo colonial, fundó el boletín Ecos del Santuario, levantó el Centro Mariano Nacional de Colombia, creó la Biblioteca Mariana de la Peña, estableció el museo parroquial publicó el libro El Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña y cambió las costumbres de la loma con sus carnestolendas marianas.

El foráneo presbítero lanzó su cruzada por recuperar la memoria de la cultura religiosa de la capital. Su extensa obra se guarda en el cofre del silencio, herencia mariana. Su legado se mantiene vigente en el corazón de la academia.

jueves, 17 de septiembre de 2020

El romance de la tentación

 


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 “…y no nos dejes caer en tentación”.  (Mateo. 6, 13).

La provocación es un complot del mal para destruir las potencias del alma y destazar, mediante el pecado, la esencia divina del hombre.

La definición bastaría para colocar en alerta a la frágil condición humana, pero la advertencia es cómplice de la desobediencia porque el peligro inminente no alerta de la catástrofe. La razón es la existencia de un delicioso amorío entre el deseo y el riesgo, en una confusión sin tregua. En esa ebullición de los sentidos, la aventura de lo prohibido abre sus puertas al goce del alborozo.

La belleza y el placer, dupla idealizada, se transforman en una trampa de prosas.  Las variantes de ese comportamiento serían infinitas en la inconsciencia de la inocencia. Y si la ingenuidad es avasallada por el trasegar de la pasión, la experiencia y la razón son escombros reducidos por un encanto trémulo. El arrebato indiferente grita: antojo. El regocijo invita al azar delirante de la instigación privilegiada por la extravagancia del deleite.

El apetito de la voluntad enciende los devaneos de la sugestión. La lujuria implora la profunda huella de la ilusión. La realidad trastocada se enamora del anhelo fantástico y vuelve frenético a su destino irredento.

El movimiento de la hermosura atrapa al corazón en una fuga de consolaciones errantes. Tiembla la dicha con la ardentía de las dulzuras florecidas. El diálogo de las intenciones saborea placeres atrevidos. La propuesta sin sonrojos saborea con el secreto de los impulsos. La locura es un suspiro donde el instante se vuelve pensativo. El cuerpo estremecido desafía a la sangre reventada por el verso dulce de un poema.

La claridad taciturna de la experiencia advierte sobre la insegura noche sonámbula. La mujer jubilosa marca un punto de ardor en el infinito esplendor del desasosiego.

La frontera entre el amor inmensurable y las sombras confundidas se unen en una lucha de senderos prístinos. Lugar en rebeldía.

La fascinación ha señalado su derrotero con un marcado acento de tatuaje femenino. La elección del frenesí, quemadura del beso, declama la dulzura de los labios desposados por la quimera prometida.

Las honduras galopantes imantan los suspensos. La invitación clama impasible por la inmensidad de la insistencia, miel ardorosa. Deliciosa bebida de conjuros.  

Las fragancias de la incitación irrumpen impetuosas sobre las mareas de la plenitud íntima. El misterio de la palabra se dona prodigioso ante la incógnita fascinante. Vértigo sublime.

El latido de la fiebre danza pensativo. La jornada indivisible enumera el orden de la angustia sonrosada. La lumbre estremece al horizonte, ímpetu ansioso. La piel es prisionera del tacto, arte de los delirios milenarios. Cruzar esa raya lívida es sentir el escápelo avieso en la garganta. Acción desatada.

La última brizna de cordura receta un remedio de curación instantánea. Implorar a la bogotanísima Virgen de la Peña un corazón inmaculado y pétreo. San Bernardo de Claraval lo recomienda con ahínco de templario: “Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María!”

martes, 8 de septiembre de 2020

Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado

Foto Julio Ricardo Castaño Rueda

San Andrés de Creta


Sermón 1: PG 97, 806-810

Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley. De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza. La gracia es la que da vida a la ley y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.

Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos.

Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.

Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se unen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.


jueves, 3 de septiembre de 2020

El origen del culto a Nuestra Señora

 


Coronel Alonso Jaramillo, KCHS, BM.

 

 

¿Cuándo se inicia el culto a la Santísima Virgen? Debemos remontamos al hogar conformado por San Joaquín y Santa Ana, miembros de la Casa Real de David, padres de la futura Madre de Jesús. Seguramente, por designio divino, presentían que su Hija había sido predestinada por Dios para un cometido que marcaría el futuro de la humanidad, hasta el fin de los siglos. Ellos fueron quienes rindieron inicialmente culto de veneración a la Mujer excelsa que daría cumplimiento a la llegada del Mesías, tan anunciada por los profetas del Antiguo Testamento.

 

El primero en venerar a Nuestra Señora fue el mismo mensajero que le entregó el anuncio del Señor. El Arcángel San Gabriel le rinde homenaje cuando le dice: “Ave María Gratia Plena” (Lc 1,28). La Segunda devota de María, como nos muestra el Evangelio es su prima Santa Isabel quien le expresa sus sentimientos de júbilo diciéndole: “Bendita tu entre las Mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42).

 

Los pastores, aldeanos de Belén, adoraron al Redentor envuelto en pañales, y naturalmente veneraron a la Señora que acababa de entregar a la humanidad a la Luz del Mundo. Después del cumplimiento de la purificación, según la ley mosaica, el anciano Simeón bendice también a los padres del niño (Lc 2, 34) y se suma a los primeros devotos de la Reina del Universo.

 

Sin duda los apóstoles del Señor, serán los más fervientes seguidores de Nuestra Señora. Ella será su luz y fortaleza en las dudas y aflicciones, será la roca firme ante la desconfianza y la incertidumbre. Ella estará en Pentecostés, acompañando a sus hijos en adopción, los doce escogidos para transmitir la nueva buena a todo el orbe, y finalmente terminará su tránsito terreno acompañada de Juan el discípulo amado de Jesús.

 

La tradición hispánica nos dice que la Santísima Virgen fue en carne mortal a Zaragoza, donde entregó al apóstol Santiago el Pilar, la columna vertebral del primer templo Mariano que se construiría en el mundo como lugar de culto a la Madre de Redentor. Los españoles tienen certeza de este hecho, y se ufanan de ser los iniciadores de la devoción a Nuestra Señora, en forma “oficial”.

 

En la patrística occidental, figuras como Justino, Ireneo y Tertuliano ofrecen sus aportes teológicos para consolidar la devoción de hiperdulía a la Madre del Mesías. Ellos la ven como la “nueva Eva”, la Mujer que devolvió la gracia que nos había arrebatado la primera pecadora expulsada del Paraíso.

 

Una vez terminado el Concilio de Efeso, en 431, la Iglesia empieza a celebrar las festividades de la Asunción, la Anunciación, la Natividad y la Purificación. La Edad Media en Oriente y Occidente se verá adornada por el devotísimo culto a Nuestra Señora a través de diversas advocaciones que han quedado plasmadas en las multicolores vidrieras de las catedrales de la época. En 1751 se inicia el culto a María como Madre de Dios en Portugal, que se oficializará por El Santo Padre Pío XI algunos años después. Nuestra Señora será venerada como Inmaculada Concepción con el beneplácito del Papa Sixto IV, privilegio elevado a la certeza del dogma, por Pío IX en 1854.

 

Todos los siglos se colmarán de amor a la Madre de los Cielos con las manifestaciones de Monserrat, Guadalupe, Lourdes, La Salette, París, Fátima, o Chiquinquirá, donde Nuestra Señora seguirá acompañando la historia de los pueblos y naciones que caminan bajo el amparo de su manto sagrado. Recordemos a San Bernardo “De María Nunquam Satis; De María nunca se hablará suficiente”.

 

Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 59.