Coronel Alonso Jaramillo, KCHS, BM.
¿Cuándo se inicia el culto a la Santísima Virgen? Debemos remontamos al
hogar conformado por San Joaquín y Santa Ana, miembros de la Casa Real de
David, padres de la futura Madre de Jesús. Seguramente, por designio divino,
presentían que su Hija había sido predestinada por Dios para un cometido que
marcaría el futuro de la humanidad, hasta el fin de los siglos. Ellos fueron
quienes rindieron inicialmente culto de veneración a la Mujer excelsa que daría
cumplimiento a la llegada del Mesías, tan anunciada por los profetas del
Antiguo Testamento.
El primero en venerar a Nuestra Señora fue el mismo mensajero que le
entregó el anuncio del Señor. El Arcángel San Gabriel le rinde homenaje cuando
le dice: “Ave María Gratia Plena” (Lc 1,28). La Segunda devota de María, como
nos muestra el Evangelio es su prima Santa Isabel quien le expresa sus
sentimientos de júbilo diciéndole: “Bendita tu entre las Mujeres y bendito el
fruto de tu vientre” (Lc 1,42).
Los pastores, aldeanos de Belén, adoraron al Redentor envuelto en pañales,
y naturalmente veneraron a la Señora que acababa de entregar a la humanidad a
la Luz del Mundo. Después del cumplimiento de la purificación, según la ley
mosaica, el anciano Simeón bendice también a los padres del niño (Lc 2, 34) y
se suma a los primeros devotos de la Reina del Universo.
Sin duda los apóstoles del Señor, serán los más fervientes seguidores de
Nuestra Señora. Ella será su luz y fortaleza en las dudas y aflicciones, será
la roca firme ante la desconfianza y la incertidumbre. Ella estará en
Pentecostés, acompañando a sus hijos en adopción, los doce escogidos para
transmitir la nueva buena a todo el orbe, y finalmente terminará su tránsito
terreno acompañada de Juan el discípulo amado de Jesús.
La tradición hispánica nos dice que la Santísima Virgen fue en carne mortal
a Zaragoza, donde entregó al apóstol Santiago el Pilar, la columna vertebral
del primer templo Mariano que se construiría en el mundo como lugar de culto a
la Madre de Redentor. Los españoles tienen certeza de este hecho, y se ufanan
de ser los iniciadores de la devoción a Nuestra Señora, en forma “oficial”.
En la patrística occidental, figuras como Justino, Ireneo y Tertuliano
ofrecen sus aportes teológicos para consolidar la devoción de hiperdulía a la
Madre del Mesías. Ellos la ven como la “nueva Eva”, la Mujer que devolvió la
gracia que nos había arrebatado la primera pecadora expulsada del Paraíso.
Una vez terminado el Concilio de Efeso, en 431, la Iglesia empieza a
celebrar las festividades de la Asunción, la Anunciación, la Natividad y la
Purificación. La Edad Media en Oriente y Occidente se verá adornada por el
devotísimo culto a Nuestra Señora a través de diversas advocaciones que han quedado
plasmadas en las multicolores vidrieras de las catedrales de la época. En 1751
se inicia el culto a María como Madre de Dios en Portugal, que se oficializará
por El Santo Padre Pío XI algunos años después. Nuestra Señora será venerada
como Inmaculada Concepción con el beneplácito del Papa Sixto IV, privilegio
elevado a la certeza del dogma, por Pío IX en 1854.
Todos los siglos se colmarán de amor a la Madre de los Cielos con las
manifestaciones de Monserrat, Guadalupe, Lourdes, La Salette, París, Fátima, o
Chiquinquirá, donde Nuestra Señora seguirá acompañando la historia de los
pueblos y naciones que caminan bajo el amparo de su manto sagrado. Recordemos a
San Bernardo “De María Nunquam Satis; De María nunca se hablará suficiente”.
Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 59.
María Madre amada: que todos tus hijos acudamos a Ti para conocer más a tu Divino Hijo.
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