viernes, 25 de febrero de 2022

Oración a la Virgen María para luchar contra el aborto

 

 Por padre Frank Pavone:

Oh María, Madre de Jesús y Madre de todos nosotros, nos dirigimos a ti hoy como Aquella quien dijo “Sí” a la Vida. Padre 

 “Tú concebirás y darás a luz un hijo”, te dijo el ángel. A pesar de la sorpresa y la incertidumbre acerca de cómo podría ser esto, dijiste que SÍ. “Hágase en mí según tu palabra”.

 Oh María, oramos hoy por todas las madres que tienen miedo de ser madres. Oramos por aquellos que se sienten amenazados y abrumados por su embarazo.

 Intercede por ellos, para que Dios les dé la gracia de decir que SÍ y el valor para continuar.

 Que tengan la gracia de rechazar la falsa solución del aborto.

 Que puedan ellos decir Contigo: “Hágase en mí según tu palabra”.

 Que experimenten la ayuda del pueblo cristiano y conozcan la paz que viene de hacer la voluntad de Dios.

 Amén.

 

 

viernes, 18 de febrero de 2022

«Tú has guardado el vino bueno hasta ahora»

 

San Romano el Melódico (?-c. 560)

Himno nº 18, Las Bodas de Caná


Cuando Cristo asistía a las bodas de Caná y la multitud de invitados se regalaba, les faltó vino y su gozo se convirtió en tristeza... Viendo esta situación, la purísima María fue inmediatamente a decir a su hijo: «Se les ha acabado el vino; así es que te ruego, hijo mío, que demuestres que todo lo puedes, tú que lo has creado todo con sabiduría».


Por favor, Virgen venerable, ¿a partir de qué milagros has sabido tú que tu hijo, sin nunca haber vendimiado, podía darles vino siendo así que nunca antes había hecho milagro alguno? Enséñanos... cómo es que has dicho a tu hijo: «Dales vino tú que lo has creado todo con sabiduría».


«Yo misma he visto a Elizabeth llamarme Madre de Dios antes de que yo diera a luz; después del nacimiento de mi hijo, Simeón me ha cantado, Ana me ha exaltado; los magos vinieron corriendo desde Persia hasta el pesebre, porque una estrella les anunció por adelantado este nacimiento; los pastores junto con los ángeles se convirtieron en heraldos del gozo, y la creación entera se gozaba con ellos. ¿Podía yo ir a buscar mayores grandezas que estos milagros para creer, según su fe, que mi hijo es aquel que todo lo ha creado con sabiduría?»...

 

Cuando Cristo manifiestamente cambió, por su poder, el agua en vino la multitud se alegró mucho, encontrando admirable el sabor de este vino. Hoy es en el banquete de la Iglesia que todos nos sentamos, y en el que el vino es convertido en sangre de Cristo, y todos bebemos de él con alegría santa, glorificando al gran Esposo. Porque el Esposo verdadero es el hijo de Maria, el que es el Verbo desde toda la eternidad, que ha tomado la forma de esclavo y que todo lo ha creado con sabiduría.

Altísimo, santo, salvador de todos, conserva sin alteración alguna el vino que está en nosotros puesto que tú lo presides todo. Aleja de nosotros toda adversidad, todos los malos pensamientos que diluyen tu vino santísimo... Por las plegarias de la santa Virgen Madre de Dios, líbranos de las angustias del pecado que nos oprimen, Dios misericordioso, tú que todo lo has creado con sabiduría.

 

 


sábado, 12 de febrero de 2022

El altar de María, el sagrario del enigma




 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración”. (Is.56,7).

 

El templo de Nuestra Señora de la Peña guarda un tesoro, el milagro de piedra cincelado en la historia de Bogotá.

 

La morada del Altísimo, en la loma oriental, cumple trescientos años de sagrada existencia. El 12 de febrero de 1722, el cerro de Los Laches, se vio colmado de los vecinos vestidos con humildad colonial y acento virreinal. La felicidad santafereña, representada por el mestizaje, ofrendó un gesto especial. Los asistentes a la santa misa tenían cicatrices en sus hombros, impronta brutal de sus esfuerzos titánicos. Ellos bajaron de la punta del Alto de la Cruz el conjunto escultórico de Nuestra Señora para construirle su capilla en un sitio donde los abismos no fueran los centinelas de la Virgen pétrea.

 

La multitud pertenecía a la generación constructora de ermitas. La primera en 1685 sobre aquel pináculo agreste, territorio del portento, caída en 1714. La segunda, de piedra y teja, la inauguraron en 1715, pero los recios vientos que bajan del Diego Largo y la humedad paramuna se confabularon contra el oratorio del picacho y les derrumbaron las paredes, mayo de 1716.

 

El descenso de las efigies era imposible. Las estatuas no cabían por el estrecho sendero entre dos rocas, en la parte Norte de las ruinas. La dificultad generó oración y las preces, el prodigio. Los cargueros llevaron las pesada figuras (625 kilos) bordeando el implacable abismo hasta el altozano tutelar donde hoy bendicen a la metrópoli.

 

El peregrino, al visitar a la Patrona, podrá comprender el misterioso encanto de un santuario edificado para honrar el arte del escultor divino, imágenes talladas por la mano de Dios.

viernes, 4 de febrero de 2022

La capilla que recordó el olvido

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

“El Altísimo ha santificado su tabernáculo”. Sal 46, 4.

 

Nuestra Señora, la Inmaculada Virgen del Rosario de Chiquinquirá, tuvo una predilección por una heredad teñida de cielo bogotano.

La pervivencia afectiva de un pueblo sencillo la veneró con un profundo arraigo ancestral. El primer capítulo de esa devoción fue el párrafo de una utopía. Una semilla de perseverancia sembrada a la vera del camino a Tunja, a una legua de la rancia Santafé de Bogotá, gestó el milagro de una diáfana esperanza.

Ignacio Forero, un orejón de la cuenca del Fucha, heredó de su familia la devoción por María Inmaculada, piedad colonial impulsada por Carlos III de España entre las fronteras del Virreinato de Nueva Granada.

El fervor por la pureza de María evolucionaba con fuerza de fe en las familias santafereñas y en la conciencia del piadoso hacendado. Él requería un lugar para su culto. Su cariño, de humilde sabanero, deseaba dotar a su Purísima Señora con un templo campestre. La tarea, entre quimérica y descomunal para su pecunia, encontró entre las sementeras de Chapinero la solución a su anhelo.

El 4 de febrero de 1812, día de san Isidoro Pelusio, Forero detuvo el brioso paso de su caballo tordo junto al broche de una cerca de piedra. Allí conversó con un boyero. El labrador abría los surcos y plantaba pedazos de papa pastusa. El ojo avizor del campesino miró un destello entre el terrón de la tierra negra. Su berrido jadeante detuvo a la yunta de bueyes. En una de las besanas encontró una medalla en cuyo anverso tenía acuñada la imagen de la Santísima Virgen María, y en el reverso un relieve del Santísimo Sacramento del Altar.

Ignacio se apeó y le rapó la pieza al atónito jornalero. El feliz hallazgo era una revelación privada para sus aspiraciones. Así lo interpretó e inmediatamente montó y puso su cabalgadura a galope tendido. Se fue a buscar al dueño de la siembra, don Primo Groot, un abogado neogranadino, oficial del Estado Mayor de las Milicias de Caballería en los bochinches de 1810.

El funcionario escuchó el relato con paciencia y le donó el lote para el ara. El portento quedó certificado en el corazón del pionero porque era una acción celestial, un jurista le había regalado un terreno a la Madre de Dios.

La noticia estremeció a los lugareños. Ya no tendrían el apetecido tubérculo para el sancocho, pero podrían ir a la santa misa después del ordeño en las corralejas sin echar quimba, por más de una hora, para llegar a la Plaza de las Nieves.

La función del cambio de uso del suelo tuvo la aprobación de los padres dominicos. Ellos eran los propietarios de una casaquinta en las antiguas dehesas de aquella finca.

La dinámica silvestre del trabajo constructor quedó bajo la orientación de Groot, los frailes y el señor Forero. Ellos convirtieron el sembradío en un campamento de alarifes.

Los peones abrieron las zanjas profundas para los cimientos y un conjunto de manos, capacitadas por los callos, se sumaron de forma voluntaria a los oficios varios. Los mayordomos le obedecieron al patrón y algunos rebajaron el costo de la aplicación de sus saberes atávicos.

Los adoberos de Barrocolorado, los tejeros de Tunjuelo, los carpinteros de la calle Bejares, los canteros de Usme, los chircaleños de San Cristóbal y los aserradores de Usaquén se unieron a la gran fiesta de la creación. El romántico paisaje del bucólico sendero se alteró con la sinfonía de la ilusión: un domicilio para María de Chiquinquirá.

La migración de asalariados trajo a las chicheras de las Cruces, los polvoreros de Santa Bárbara y sus festejos de ruido, luces y coquetería. La muchedumbre se aumentó con los fonderos, los herreros, las mulas resabiadas y los serenateros invitados a las noches junto a la quebrada de Las Delicias. El trajín de los empleos era la causa justa de las plegarias de un beato. Progreso en armonía.

La capilla, de una sola nave cubierta de paja, quedó lista en septiembre. Pero don Ignacio quería más espacios litúrgicos. Necesitaba la sacristía, una plaza adyacente, la pila bautismal, el sagrario, el presbiterio, la decoración espacial, la espadaña y los detalles arquitectónicos ausentes del lugar. Su oficio, de maestro de fábrica y limosnero, era sufragado por la bolsa de los donantes.

Hasta que los planes de ampliación sufrieron un inesperado retraso. Los recaderos trajeron la infausta noticia de la pendencia. Los señoritos Camilo Torres Tenorio y Antonio Amador José de Nariño y Álvarez del Casal decidieron demostrar que su invento, la Patria Boba, tenía el vicio de los matarifes, engendro del crimen político.

La matanza de labriegos, tiznados con pólvora de Tunja, ocurrió en el puente de San Victorino. El sangriento 9 de enero de 1813 abrió tumbas con duelos incurables.

Incienso victorioso

Los sepultureros se esforzaron en combatir la hedentina callejera. Los gozques famélicos y los buitres saciaron sus buches con los cadáveres arrojados a los vallados de la Alameda. Al culminar el entierro del enemigo, occisos mutilados y desvalijados, llegaron las celebraciones religiosas.

José María Caballero anotó en su Diario que la ermita se denominó de la Inmaculada Concepción.  El título “Virgen de Chiquinquirá” se había renombrado en la refinada manzana de la Catedral. La añeja alcurnia de los reinosos impuso su criterio.

Enero de 1813.

“Sábado 23.

A la tarde trajeron a Nuestra Señora de la Concepción (la del oratorio de don Ignacio Forero) que la habían llevado al campo y depositado en el convento de San Diego, desde el día 13 de diciembre, para que nos favoreciese, y la dejaron en la iglesia de Las Nieves para traerla mañana”.

“Domingo 24.

A las nueve se celebró misa de acción de gracias en La Candelaria, con asistencia del presidente, comunidades, canónigos y toda la oficialidad; predicó el padre Moya un gran sermón, se cantó el Te Deum con las preces, hubo descargas de fusiles y pedreros. Concluida la función entró el presidente y comitiva al convento, a la celda del padre prior, el que había preparado un refresco; fray Venancio era el prior. Estuvo el presidente en varias celdas y pasó a la celda del doctor Ordoñez, congresista y prisionero de guerra, que se había mandado poner preso en este convento. A la salida se encontraron con la procesión de Nuestra Señora, que traían de Las Nieves a Nuestra Señora de la Concepción, del oratorio de Forero; se juntó el señor presidente y toda la comitiva y caballería, desde la iglesia de La Enseñanza hasta El Carmen, cargando a Nuestra Señora la oficialidad. En dicha iglesia se hicieron las preces acostumbradas y hubo misa de doce”.

La circunstancia celebrativa de la victoria implantó nombre al proyecto eclesial. Los financiadores dieron su bautismo con marcado acento español y mariano. El renombramiento generó una triple denominación para el despoblado potrero donde imperaba el gusto individual marcado por las clases sociales.

Toponímico: Capilla de Chapinero.

Advocación: Virgen de Chiquinquirá.

Dogma: Inmaculada Concepción. 

Ignacio continuó, durante los años de 1813 a 1815, con el ensanchamiento de la estructura. Las deudas, las quejas y el empeño en terminar los espacios interiores no le dejaban paso al merecido reposo. La trifulca de las Provincias Unidas de Nueva Granada contra los húsares de Fernando VII volvió a detener los recursos financieros y a los artesanos laboriosos. Los cañones de bronce tenían hambre y saciarlos con carne de peón de estribo era lo adecuado.

Los tiempos del liberticidio fueron huéspedes del patíbulo de don Pablo Morillo, marqués de La Puerta. Sus sobrevivientes insistían en llegar al final de la proyectada ermita. Don Ignacio invitó a una procesión para transportar una estatua de la Inmaculada desde su morada, frente al templo del Carmen, hasta el oratorio de la Virgen de Chiquinquirá en Chapinero. El solemne acto ocurrió en la fiesta de san José de Cupertino, el 18 de septiembre de 1831.

Sobre ese trasegar apostólico del buen devoto quedó un relato. El médico Pedro María Ibáñez Tovar, en sus Crónicas de Bogotá, consignó:

“Ignacio Forero era hombre de escasos recursos y habitaba en la hacienda de El Tintal, en vecindario de Fontibón, dedicado a trabajos de agricultura. La musa popular fue autora en aquel tiempo del siguiente cuarteto que no carece de ironía:

 Del Tintal a Chapinero,

De Chapinero al Tintal,

Pasa la vida Forero

Sin conseguir medio real´”.

La costumbre ligera de no guardar un registro historiográfico del inmueble hizo mella. Solo resta husmear en el rastro dejado por la amnesia de una sociedad mestiza.

Uno de sus representantes, el moreno expresidente Francisco de Paula Santander, firmó su testamento en Bogotá, el 22 de enero de 1838 y en el último punto anotó:

“…Para ayudar a edificar la capilla de la Virgen de Chiquinquirá, en Chapinero, di veinticinco pesos…”

La donación indica la dilección hereditaria del país nacional, el anónimo y el heroico, por su Patrona. Santander, como buen político, optó por reconocer los logros tradicionales de la gente raizal.

Los del alpargate y sus descendientes sufrieron los calendarios del siglo decimonónico. Época de fechorías demagógicas y dictaduras constitucionales. Ellos, los de la pata al suelo, supieron detenerse a orar ante al crucifijo de la nacionalidad y su fuerza, de usanza telúrica, empujó el progreso.

Urbanismo campestre

El 15 de octubre de 1852, la Cámara Provincial de Bogotá, en sus sesiones del día, expidió una ordenanza:

“Art. 1º. Eríjense en aldeas los distritos parroquiales de Serviez, Jiramena i Arama en el cantón de San Martin y i el Caserío denominado ‘Chapinero’ en el distrito parroquial de las Nieves, cantón de Bogotá”.

Mientras el naciente villorrio respiraba aliviado por el reconocimiento urbano, Pedro Fernández Madrid manuscribía las páginas de Rasgos de la vida pública del Jeneral Francisco de Paula Vélez, o sean, recuerdos de sus campañas en Nueva Granada i Venezuela donde recordó:

“…Al noreste de Bogotá extremidad superior de un prado guarnecido de espesos arbustos, abrigada a la vez que oculta por la frondosa hojarasca de algunos sauces y cerezos, se divisa en una bella tarde del mes de junio de 1854, una casa de estrechas dimensiones y anticuada apariencia, no muy distante de la inconclusa capilla de Chapinero…”

El sagrado edificio, tan visitado por el linaje rolo, entró a formar parte de la vital literatura costumbrista. Eugenio Díaz Castro, en su obra Los aguinaldos de Chapinero, dejó un legado inmortal sobre la vida de fragancias desatadas.

“Capítulo I, la aldea

 Al norte de la ciudad de Bogotá, como a una legua de distancia, en el punto mismo donde la Sabana se deslinda con las lomas que sirven de base a los páramos de oriente, está situada la pequeña aldea de Chapinero. Una capilla, rodeada de algunas casas de paja, es lo que constituye la población. Más lejos se encuentran algunas quintas o haciendas pequeñas sobre bellísimos prados que mantienen ganados de todas las especies. Allí la vista de un horizonte infinito, la grama, los arroyos, las flores y los arbustos convidan al bogotano a disfrutar de una dicha que las ciudades nunca ofrecen; y sobre todo, del aire libre, del cual nunca disfrutan las ciudades algún tanto populosas. Al oriente se levanta una cordillera de escasa vegetación en su declive, y que en su cumbre, erizada de peñascos, muestra, como en relieve, figuras piramidales, con apariencia de mamposterías arruinadas. Las grietas, los arroyos y matorrales, y a veces las peñas de la horrida y espantosa figura parece que poseen sus encantos, reservados para los hombres de negocios, para las matronas y los niños, para los naturalistas y para la romántica joven, que busca la melancolía en las situaciones especiales de su vida, pues que todos encuentran encantadora la posición de Chapinero”.

El encanto táctico chapineruno fue aprovechado por el revoltoso Tomás Cipriano de Mosquera en la contienda de 1861. En sus pastizales acantonó a sus tropas y de paso juzgó al expresidente de la derrocada Confederación Granadina, Mariano Ospina Rodríguez, y a su hermano quienes fueron acompañados al sacro recinto bajo el cuidado del pertiguero.

Ángel Augusto Cuervo Urisarri, en su volumen Cómo se evapora un ejército, mencionó ese singular episodio:

“…Como en la capital abundaba el espionaje, no acabaron de poner el pie en el estribo, cuando ya en La Mesa estaban preparados para detenerlos. Los señores Ospinas y los jóvenes atrincherándose en una casa, se defendieron como pudieron; pero era tal el aliciente que ofrecía coger tan codiciada presa, que hasta las mujeres de los liberales acudieron, y los obligaron a entregarse. La captura de los señores Ospinas se consideró en el ejército enemigo como una batalla ganada; y tanto la estimó Mosquera, que, creyendo que nosotros haríamos algo por rescatarlos, mandó una columna a proteger a los conductores hasta el cuartel general, entonces en Chapinero; llegados, los aprisiona estrechamente y los pone en capilla con el objeto de fusilarlos…”

Los prisioneros resultaron indultados, quizás por sus preces a María Santísima en su casita de campo.

El gobierno dictatorial de Mosquera no perdonó los bienes de la Iglesia católica y con su decreto de manos muertas volvió su avaricia sobre la rústica colegiata. El Informe del Agente General de bienes desamortizados e inventario de los mismos (1871) indicó que al señor Eusebio Grau le fue grabada una casa en Chapinero que pertenecía a la capellanía, enero 1 de 1866.

  Madre Impoluta

La rapiña terminó y sobre la desesperanza de un Estado arruinado el arzobispo de Bogotá, Vicente Joaquín Arbeláez Gómez, publicó:

 “Edicto por el cual se ordena el cumplimiento del voto piadoso hecho por el clero secular y regular de Bogotá en honor de la Inmaculada Concepción de María Santísima y se invita a los fieles para solemnizar esta fiesta. Noviembre 20 de 1870”.

El decreto fue providencial para los capitalinos. La gente de bien leía con voracidad a Henrique Lasserre y su crónica Nuestra Señora de Lourdes cuya vigésima tercera edición publicó José Joaquín Ortiz en la imprenta de El Tradicionista, 1872.

El incesante acontecimiento movía las rutas de los peregrinos hacia el caserío donde la frase de María: “Yo soy la Inmaculada Concepción” encontró la certeza para infundir en las almas una prístina devoción. Conducta que se alteró cuando el 7 de diciembre de 1872, un columnista del periódico La Ilustración tituló: “Un templo a María”. Los nativos se quejaron porque consideraron el titular peyorativo para su querida ermita. El periodista tuvo que dar explicaciones y aclaraciones sobre el tema.

El aliento evangélico de los hijos del chapín motivó para que fuera erigida en cuasi-parroquia. El reverendo padre Manuel S. Alfonso fue posesionado en 1874.

Lo cual no bastó para las necesidades del culto. La respuesta de la ciudadanía, al llamado del pastor, permitió el bosquejo de una iglesia digna de las preces de la religiosidad cachaca. La primera piedra se colocó unas cuadras al Norte de la vieja capilla, en julio de 1875. Monseñor Arbeláez, que no tenía ni un cuartillo para invertir en aquellos campos de veraneo, invitó a la feligresía a caminar en pos de su sueño.  El poeta Rafael Pombo se sumó al festejo. El bardo dejó un manuscrito titulado: El canto del peregrino. Recuerdo de la peregrinación piadosa a Chapinero. 22 de agosto de 1875.

Los promeseros echaron sus reales y sus morrocotas en la alcancía del mitrado que cedió una parcela arquidiocesana para la magna tarea. Los recursos abrieron el trecho entre el concepto y la realidad. El 8 de diciembre de 1875, las acciones sobre la limitación del área de construcción, excavación, nivelación y cimentación sonaron a fiesta. La inauguración oficial fue en homenaje a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Sin embargo, le faltaban cuatro guerras a la patria de la Virgen Morena para que la edificación, de estilo neogótico y modelo francés, obtuviera el título de parroquia. Las furruscas de 1876, 1885, 1895 y la de los tres años ensangrentaron a los hogares paupérrimos, la economía agraria y la arcilla del ladrillo.

Entre los ciclos de la mortandad, el antiguo oratorio siguió atendiendo a la grey que aguardaba anhelante la culminación de un sitio para sus devociones afrancesadas. Los obreros muiscas, guiados por el arquitecto bogotano, Julián Lombana Herrera, levantaban las tapias.

Antonio María Amézquita, en su libro Defensa del clero español y americano y guía geográfico-religiosa del estado soberano de Cundinamarca, (1882), pronosticó el cambio social del pastoril y entrañable sitio de amores inconclusos entre las hermosas campesinas y los mozalbetes, cachifos escapados de la urbe señorial.

“…Llegamos a Chapinero lugar que dentro de pocos años podrá llamarse con propiedad el Versalles de Bogotá. En cinco años, la mejora material, moral, religiosa e intelectual que se nota en este lugar es sorprendente, y no pudimos sino exclamar llenos de alegría: ‘Todo esto es obra del sacerdocio católico’. Antes de ahora, antes del 22 de agosto de 1875, Chapinero era apenas un pobre caserío, con una triste capilla que solamente de cuando en cuando se abría para ofrecer la hostia sacrosanta. Pero el 22 de agosto de 1875, se trasladó la santa y bella imagen de la Madre de Dios en su advocación de Lourdes, de la Santa Iglesia Metropolitana, a la capilla de Chapinero, con la asistencia de todos los habitantes de Bogotá, aun los más indiferentes y escépticos. En el mismo momento, aquel sitio estéril, paramoso, desapacible y hasta antipático, cobró una nueva vida, y de un modo providencial, hoy es un lugar de recreo, de paz, de piedad y religión, en donde todos los elementos, habitantes, rocas, cascadas, árboles y plantas, unísonamente cantan a María.  Venturoso el día 22 de agosto, en el cual el venerable prelado, con todo su clero y habitantes de Santa Fe de Bogotá, levantaban a la Madre de Dios y a la civilización cristiana un monumento más imperecedero, que todos los recuerdos mundanales…”

Los vestigios documentales pasaron por el tintero del escritor payanés, José María Cordovez Moure. Sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Serie III, Nieves Ramos (1895) retrataron algo de los últimos estertores del campanario en agonía.  

El coche lo conducía el señor don José Manuel de Latorre, caballero a carta cabal, que llevaba a su hermana, la señora doña Concepción de Latorre de Rasch, y a un niño, a Chapinero, con el exclusivo fin de arreglar lo conducente para cumplir una promesa de la señora De Rasch, consistente en hacer celebrar una misa en la capilla de aquel caserío y comulgar en dicho acto…”

La escena activó a la rueca del olvido, tejedora de la desmemoria, y en 1899 el periódico El Globo anunció la venta de lotes a unas cuadras de la plazoleta primera.  El alejamiento equivalía al abandono.

El pretérito de aquella dejación quedó plasmado en el dibujo de Aparicio Pérez Vásquez, hecho sobre una fotografía del año 1902, cuyo texto compuso el padre Germán Morales para el folleto Centenario del templo de Ntra. Sra. de Lourdes.

“Capilla antigua de Chapinero, que se erigió en el costado Norte-oriental del sitio que hoy se llama Parque Sucre o Colón, calle 60 con carrera 7ª, y que hoy ya no existe sino en el recuerdo de los antiguos chapinerunos”.

Las funciones de la iglesita terminaron de un plumazo cuando la mano del arzobispo, Bernardo Herrera Restrepo, firmó el decreto canónico para erigir la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, era el 19 de noviembre de 1903. El barrio de María Santísima comenzaría su desbocada carrera urbanística y arquitectónica para diseñar una ciudad aristocrática.

La última notica del inmueble embalsamado la redactó S. Correal Torres. El 9 de febrero de 1917 El Nuevo Tiempo tituló: “El templo de Nuestra Señora de Lourdes”.

“La rústica capillita donde Forero estableció el culto a la Virgen, es la que todos los bogotanos conocen por estar situada en el costado oriental de la Plaza de Colón, ya abandonada, triste, sin culto, sin campanas… mayores exigencias de los fieles y el progreso mismo del culto hicieron que ese primer santuario de la Virgen fuera remplazado por otro superior y se convirtiera más tarde en instituto nocturno destino que tiene todavía. El bien material, inclusive la tierra, pertenecen al culto y pronto será vendida para tender con su producto a gastos del nuevo templo”.

 

Las letras del cronista Correal son el certificado de defunción del vetusto curato convertido en aula de clases. El fatídico terremoto del 31 de agosto de 1917 castigó severamente al bello Chapinero. El tabernáculo vacío, sobreviviente a un siglo de exterminio fratricida no pudo resistir el sismo. Hubo derrumbe y la herrumbre progresista de la relegación inoculó el óxido de la errancia en un viaje amnésico.

 

Epílogo

 

Registro Municipal. Órgano Oficial del Municipio de Bogotá. Julio 19 de 1919. Número 1394. Hemeroteca Luis Ángel Arango.

 

Sesión del martes 11 de marzo de 1919. (Pág. 3561).

 

Los honorables concejales Casas y Fonseca (hoy muerto) informan favorablemente en las diligencias sobre la compra de un lote de la carrera 7ª, calle 60; lote que ocupó la capilla parroquial de Chapinero, para dar ensanche a la vía pública.

 

El señor alcalde informó que este asunto se está ultimando ya en su despacho, y por tal razón, el Concejo negó la preposición del informe que dice:

 

“Pase el oficio del señor Presidente de la Conferencia de Nuestra Señora de Lourdes, a los señores personero municipal y director de obras públicas, para que se sirven entenderse con el mencionado dignatario, con el fin de establecer los términos en que podría ajustarse la adquisición del lote, si en su concepto es de necesidad para el municipio”.

 

                                                                        Foto archivo particular. Internet   

miércoles, 2 de febrero de 2022

¡Ofrezcamos lo mejor que tenemos!

 San Bernardo (1091-1153)monje cisterciense y doctor de la Iglesia.

3º Sermón para el Día de la Purificación de la Santa Virgen 



Ofrezca su hijo, virgen consagrada, y presente al Señor el fruto bendito de su seno. Ofrezca la víctima santa que agrada a Dios, por la reconciliación de todos. (…)


Esta ofrenda, mis hermanos, es delicada. Es presentada al Señor, rescatada por la ofrenda de pájaros y recuperada de inmediato. Llegará el día en que ese hijo no será ofrecido en el Templo, ni en los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad en los brazos de la cruz. Llegará el día que ese hijo no será rescatado por la sangre de una víctima sino que rescatará a los otros con su sangre, porque Dios lo envió como redentor de su pueblo. El primero es el sacrificio de la mañana, el otro será el sacrificio del atardecer. Aquel será el más alegre, ya que fue ofrecido en el tiempo del nacimiento. El segundo será más pleno, ya que fue ofrecido a la plenitud de la edad. (…)


Mis hermanos, ¿qué ofrecemos, qué rendemos al Señor por todo el bien que nos hace? Ofreció por nosotros la víctima más preciosa que tenía, la más preciosa que podía llegar a tener. Nosotros también hagamos lo máximo que podemos, ofrezcamos lo mejor que tenemos, es decir, nosotros mismos. Él se ofreció a sí mismo, ¿tú dudas en ofrecerte?


¿Quién puede acordarme que tan gran majestad quiera recibir mi ofrenda? Sólo tengo dos pequeñas cosas para ofrecer, Señor, mi cuerpo y mi alma. ¡Qué te los pueda ofrece perfectamente en sacrificio de alabanza! Es un bien para mí y mucho más glorioso y útil si le es ofrecido. Porque en mí, mi alma está turbada, pero en usted, si le es realmente ofrecido, mi espíritu se estremece de alegría.