sábado, 12 de febrero de 2022

El altar de María, el sagrario del enigma




 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración”. (Is.56,7).

 

El templo de Nuestra Señora de la Peña guarda un tesoro, el milagro de piedra cincelado en la historia de Bogotá.

 

La morada del Altísimo, en la loma oriental, cumple trescientos años de sagrada existencia. El 12 de febrero de 1722, el cerro de Los Laches, se vio colmado de los vecinos vestidos con humildad colonial y acento virreinal. La felicidad santafereña, representada por el mestizaje, ofrendó un gesto especial. Los asistentes a la santa misa tenían cicatrices en sus hombros, impronta brutal de sus esfuerzos titánicos. Ellos bajaron de la punta del Alto de la Cruz el conjunto escultórico de Nuestra Señora para construirle su capilla en un sitio donde los abismos no fueran los centinelas de la Virgen pétrea.

 

La multitud pertenecía a la generación constructora de ermitas. La primera en 1685 sobre aquel pináculo agreste, territorio del portento, caída en 1714. La segunda, de piedra y teja, la inauguraron en 1715, pero los recios vientos que bajan del Diego Largo y la humedad paramuna se confabularon contra el oratorio del picacho y les derrumbaron las paredes, mayo de 1716.

 

El descenso de las efigies era imposible. Las estatuas no cabían por el estrecho sendero entre dos rocas, en la parte Norte de las ruinas. La dificultad generó oración y las preces, el prodigio. Los cargueros llevaron las pesada figuras (625 kilos) bordeando el implacable abismo hasta el altozano tutelar donde hoy bendicen a la metrópoli.

 

El peregrino, al visitar a la Patrona, podrá comprender el misterioso encanto de un santuario edificado para honrar el arte del escultor divino, imágenes talladas por la mano de Dios.

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