jueves, 26 de enero de 2023

La tela de las advocaciones


                        Colección Familia Ortiz del Valle. Foto Julio Ricardo Castaño Rueda.



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo”. (He 10, 16).

 

La iconografía mariana guarda milagros y enseñanzas. Entre sus formas y delineaciones se trasmiten valores místicos con la propedéutica de la imagen.

El maravilloso arcano del arte sacro logra sorprender a los hombres cuando se plasma la figura de la Santísima Virgen María sobre las épocas y sus convicciones.

Y es justamente sobre esa palestra del asombro donde estas líneas intentarán diagramar una remembranza con los mejores recuerdos de una pregunta olvidada. Es momento para abrir el cofre sellado.

El arca de la memoria cuida de una pintura realizada por el doctor Samuel Ortiz Valdivieso (1921-1993) un santandereano con alma de templario a quien sus allegados dieron el título de Caballero Cristiano. Este florideño dedicó su vida a pregonar el Evangelio de Jesucristo con las razones del ejemplo y su cátedra de bondad. Tarea de congregante mariano edificada bajo el tutelar amparo del Trono de la Sabiduría.

Los retos conceptuales de su tratado de verdadera devoción a la Rosa del Cielo, en el aula y en el foro, lo llevaron a diseñar una efigie con características específicas en su pedagógica. Su acabado es una pieza singular repleta de significados marianos y mariológicos.

Don Samuel utilizó la versátil técnica de los pasteles al óleo sobre un lienzo de 65 x 90 cms. La fecha de creación se cerró en 1990, al final de un milenio necesitado de un maestro de la escolástica.

Y Ortiz demostró que María Santísima es única en sus múltiples advocaciones. Él la modeló con varios signos de patronazgo en una armonía de estructuras cohesionadas con un vínculo de catequesis sin tregua. La amalgama de atributos invita al análisis de aquellas representaciones acopladas por un trazo de su genialidad. (Ver ilustración).

El primer punto visual se enmarca dentro de la Teología Mariana como el principio de un hecho asombroso, la virginal maternidad divina. La Esclava del Señor sostiene sobre su brazo izquierdo a su primogénito, el Niño Dios. “El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre…” (Lc 1, 32) dogma explicado, defendido y proclamado por el Concilio de Éfeso, 431.

El siguiente concepto es la diadema, símbolo de su realeza. María Reina. Su santidad Pío XII, en la introducción a la carta encíclica Ad Coeli Reginam, pontificó:

          “Desde los primeros siglos de la Iglesia católica, el pueblo cristiano ha venido elevando fervientes oraciones e himnos de alabanza y devoción a la Reina del cielo, ya en circunstancias de alegría ya, sobretodo, en tiempos de graves angustias y peligros. Y nunca fallaron las esperanzas puestas en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció jamás la fe, por la que aprendimos como la Virgen María Madre de Dios, Reina con corazón materno en la tierra y cómo es coronada de gloria en la celestial bienaventuranza”.

El delicado y dulce rostro está inclinado hacia el lado derecho. Su faz guarda un parecido, en su gesto y postura, con María Auxiliadora, devoción propagada por el fundador de los salesianos, san Juan Bosco. Título por demás digno de antiguos pergaminos. En el siglo IV el obispo de Constantinopla, san Juan Crisóstomo, expresó: “Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios”.

La parte central muestra la unión consustancial de Jesús y María. Un par de órganos tallados por el trauma de la cruz, íntimo sigilo del precio de la redención.

El corazón maternal destaca las rosas blancas que muestran el privilegio propio de su concepción inmaculada, Tota Pulchra (Pío IX 8 de diciembre de 1854), y la espada que abarca lacerante la profecía de Simeón (Lc 2,35). Madre Dolorosa.

La mano derecha sostiene una camándula como un recordatorio de la identidad cultural de un pueblo de promeseros cuyos tiples y guabinas le rinden un homenaje de vasallaje sublime a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Ella fue proclamada Reina de Colombia en Bogotá, el 9 de julio de 1919. El bastidor, renovado milagrosamente en los aposentos de la encomienda de doña Catalina García de Irlos (1586), convirtió al Nuevo Reino de Granada en el Jardín Mariano como denominó a Colombia Pío XII. (Julio de 1946).

Ella, la mujer humilde, lleva el manto carmelita que representa a la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Su Jesús enseña el escapulario, sacramental emblema de los bienaventurados.

La Patrona le entregó al general de la Orden Carmelitana, san Simón Stock, (julio de 1251) una promesa tejida en la rueca de su amor intercesor y le prometió: “El que muriere con el escapulario no padecerá el fuego del infierno”. Garantía que se injertó en las tradiciones familiares como un bordado de penitente santidad para el alma campesina de un país creyente.

En síntesis, esta mirada de perspectiva y léxico deja diagramada una aproximación al encanto de una enigmática estampa. Su simbolismo vive intacto en el museo de los profundos afectos del gran Santander, tierra noble y bravía donde el salterio de María guía a la Iglesia militante.