“He bajado al nogueral para ver la floración del valle,
para ver los brotes de la vid y si florecen los granados”. (Ct. 6,11).
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
Nuestra Señora del Campo guarda
en su corazón inmaculado una de las múltiples bendiciones del Altísimo para su
querida Bogotá, la candidez de su mirada eterna.
La historia de esa advocación
está tejida por las añejas tradiciones de antaño con un arraigo de noble
prosapia y delicado solar. Una inclinación de cabeza y una avemaría de rodillas
frente a su camarín en el templo parroquial de San Diego, en el Centro Internacional,
bastan para reverdecer un acervo que sobrepasa los cuatro siglos de fidelidad
generacional. El reverente sosiego ante su realeza se extiende lejano a estas
líneas del ordenador. Ellas sólo intentarán rememorar la presencia de la Rosa Mística
en la ciudad marial.
Los anales en el Archivo Nacional
de la Nación, la sapiencia de los investigadores, laicos y religiosos, y la honrada
tradicional oral le sugieren al lector un sendero delicioso. Él deberá buscar
en la biblioteca familiar la encantadora narrativa de la intercesión en favor
de los labriegos granadinos de los siglos castellanos.
Mientras algún devoto idealista
inicia las pesquisas, sus heroicos hijos hacen esfuerzos por mantener intacto
el bagaje cultural y el signo de la gracia que representa su escultura. Esta
hoja digital se permite recordar que la fiesta patronal es el próximo dos de
julio.
La crónica del milagro se
redactó junto al cincel del maestro Juan de Cabrera, el abandono en una
quebrada y los ángeles talladores.