martes, 16 de abril de 2024

Resurrección, glorificación de Cristo en María


 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana


“Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. (Lc 1, 47).


María Santísima no necesitó visitar el sepulcro vacío porque Ella es la Madre del Verbo Resucitado. La gracia de la fe mariana no tenía porqué pasar pruebas de confianza. El silencio del Evangelio lo confirma con la perfecta claridad del mutismo.

La Dolorosa envió, al amanecer del primer día, a la Magdalena para que constatará la dicha de su corazón inmaculado. La tesis queda demostrada con un documento de piedra. El magisterio de la Iglesia talló en letras de mármol una placa que colocó en la Basílica Mayor de San Juan de Letrán, Roma.

Señor mío Jesucristo, Padre dulcísimo, por el gozo que tuvo tu querida madre cuando tú le apareciste la sagrada noche de la resurrección, y por el gozo que tuvo cuando te vio lleno de gloria con la luz de la Divinidad, te pido que me alumbres con los dones del Espíritu Santo, para que pueda cumplir tu voluntad todos los días de mi vida: pues vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén”.

La razón superior del designio divino la apartó del camino de Emaús porque Ella tenía escrito en su ser: “yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón” (Sl 40, 9). La Madre de Dios no exigía meter su mano en el costado abierto del Cristo traspasado. Sus ojos asombrados de dolor vieron a Longinos lancear el sagrado tórax del cordero inmolado.

Quienes sí necesitaban creer por demostración en el milagro profetizado “ser matado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22) eran los apóstoles. Ellos, los elegidos por su dura cerviz, serían enviados para proclamar al mundo la misión de la misericordia, la santidad.

jueves, 4 de abril de 2024

Jesús glorificado -resurrección- en María

Por Julián Orozco

Escuelitas de María 


Y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones -Ef. 2, 15a-; San Pablo nos da la perspectiva trasfondo de María, nos da el enfoque preciso para reconocer en aquella de quien Él -Jesús- tomó carne, la premanifestación de la gloria de la resurrección en Cristo acaecida en María. Esto nos da a entender que Pablo le da importancia a la unión entre madre e hijo de forma tan única, que en Jesús y María encuentra la plenitud de la realización biológica-humana, inseparables espiritualmente y genéticamente iguales. La iglesia en su sabia definición sobre María, Madre de Dios; -dogma de fe-; condecora a quien llevó en su seno virginal al Verbo Eterno determinándola como Theotokos -Θεοτόκος-, no sin antes advertir el preludio bajo la mirada observante de ciertos movimientos heréticos, que contrarrestaban el verdadero sentir de la Iglesia, quienes profesaban en María su fe, sabiendo que Ella es la Madre de Dios, por quien Dios tomo su carne -ὑπόστασις-; de esta manera se vio la necesidad de proporcionar una definición más clara -Concilio de Éfeso, Segunda carta de Cirilo de Alejandría a Nestorio- sobre este acontecer con el objetivo de no dejar duda alguna expuesta en el ambiente eclesial, evitando divisiones y malas interpretaciones.

Teniendo claro que María es Madre de Dios, y que Dios -Jesús- recibe de María toda su humanidad -Laudario S. Barbara Mart.; San Juan Damasceno-, se desprende todo el desarrollo teológico con respecto a la resurrección de Cristo, manifestando la realización de la salvación para toda la humanidad, obteniendo mediante la carne de Cristo la resurrección inminente -luego de su pasión y muerte-, como cuestión objetiva del acontecer subjetivo de su trascendencia divina -Beatior est Maria (…) San Agustín, De sancta virginitate, 3-, siendo el resultado de la glorificación de Jesús mediante su resurrección que es asumida en María -Santo Tomas de Aquino, S. Th., 3, q.27, a, 4-.

Por lo tanto, en su resurrección, Dios revela su gloria mediante Cristo quien, resucitado en su cuerpo recibido de María, revela todo el misterio acaecido en Nazaret, como el vencedor del mal y de la corrupción de la muerte eterna como resultante de la acción del pecado; en virtud de la misma acción de Dios en María -Concilio de Trento fomes peccati D. 1515- ; -Concilio de Trento D. 1573-, como figura de la resurrección anunciada desde la salutación angélica contenida en el Evangelio de Lucas. Por consiguiente, y concluyendo bajo el sentir de la mariología en cuanto la acción objetiva de la misma, podemos unirnos al papa Benedicto XIV: Supremo Rey de Reyes la amó de tal manera (…) parece haberle comunicado no solo la mitad de su reino (…) todo su imperio y su poder -Bula Gloriosae Dominae-.

 

Alégrate Virgen María (…) en verdad resucitó -tomado del Regina Coeli-.