«Vas a dar a luz
un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, bien entrados en el llamado “mes del Rosario”,
celebramos a la Virgen bajo la advocación del Rosario. ¿Qué mejor manera de
honrar a nuestra Madre que rezar el Rosario? ¡Tantas veces Ella misma se ha
aparecido con “rosario en mano”! ¡A Ella le gusta! ¿Por qué? La razón es la
siguiente: aunque pueda parecer que el rezo del Rosario es una manifestación de
piedad mariana (desde luego, ¡lo es!), sin embargo su fundamento es
cristológico, Jesús mismo. Dicho llanamente: el protagonista del Santo Rosario
es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María Santísima.
En efecto, los diversos misterios del Rosario —gozosos,
luminosos, dolorosos y gloriosos— son como “fotografías” de momentos
emblemáticos de la vida de Jesús vistos desde la mirada de María. Por ejemplo:
hoy contemplamos la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen María. Es
muy importante el diálogo entre el divino mensajero y María; más importante es
su “sí” («hágase en mí según tu palabra»: Lc 1,38). Pero ahí lo totalmente
decisivo es la Encarnación del Hijo de Dios. El protagonista es Jesucristo;
María actúa como un instrumento (junto con el “sí”, le presta su vientre).
Si ascendemos por el segundo misterio de gozo, la Visitación
de María a su prima santa Isabel, puede parecer otra vez que la protagonista de
la escena es Santa María, teniendo como co-protagonista a Isabel. Sin embargo
no es así: el protagonista —como siempre— es Jesús (con apenas unos pocos días
de existencia humana) y el co-protagonista es Juan Bautista (también en el
vientre de su madre, ya de seis meses). Ellas dos son instrumentos para el
primer acto profético del Nuevo Testamento: Juan señala al Mesías ya presente
en este mundo.
Y así transcurre
el rezo de toda esa devoción: los misterios son misterios de Cristo. Con razón,
el beato papa Pablo VI dijo del Rosario que «es un compendio del Evangelio».
Además, el “Avemaría” —reiterada alrededor de cada uno de esos misterios—
contiene en su mismo corazón el nombre de Jesús. María es bendita entre todas
las mujeres porque es bendito el fruto de su vientre: ¡Jesús!