Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“La práctica del Santo Rosario es grande,
sublime y divina. El Cielo nos la ha dado para convertir a los pecadores más
endurecidos y a los herejes más obstinados”.
San Luis María Grignion de Montfort.
El salterio de
María necesita almas con capacidades extraordinarias para comprender la fuerza
evangelizadora de su voz apostólica.
La razón de la
urgente obligación es el avance del pecado sobre un mundo industrializado en el
arte mediocre de su propia criminalidad, conducta de relapsos.
La religiosidad
de la posmodernidad, de tórridas turbulencias espirituales y conceptuales,
clama por el adecuado uso de la camándula. El relativismo moral, propio de
aquellos que abandonaron su alma a la deriva de sus yerros quiere adaptar la Sagrada
Escritura a la dictadura de sus vicios. El remedio contra esa manía del error
socializado, disfrazado de misericordia, sigue vigente en las manos de la
Iglesia fiel a su unigénito fundador. La medicina celeste se llama el Santísimo
Rosario, oración de súplica interminable para diseñar un taller de santos.
Y su legado se
extiende dentro de la más perfecta versatilidad del combate místico. Usa la contemplación
para vencer las conspiraciones del traidor al cielo, el ángel caído al abismo
de su miseria, soberbia egolátrica. Ese armamento, blasón y misterio, somete a
Belcebú a la humillante derrota de escuchar la historia del Dios humanado
narrada por el Corazón Inmaculado de María. La rogativa de sus cuentas tiene el
poder de la herramienta de la evangelización para restaurarle al hombre su
origen divino, a imagen de su Creador.
La santísima Virgen María y su Santo Rosario, sea siempre nuestro refugio de amor y divinidad.
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