jueves, 5 de octubre de 2023

Nuestra Señora del Campo, ¿un objeto de culto?


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana


Rechaza, en cambio, las fábulas profanas y los cuentos de viejas. Ejercítate en la piedad”. (1Tim 4,7).

La Virgen del Campo es una advocación bogotana archivada en la memoria de la capital. Su bagaje mariológico lo compone una serie de procesos documentados, tradición y cultura.

Su participación en las costumbres de un pueblo recién bautizado marcó el derrotero de la construcción de su esencia didáctica. El peso argumental de los milagros y sus testimonios, quehacer misericordioso del Altisimo, motivó el asombro intelectual.

La enjertación de Dios, Trino y Uno, en la formación teológica de una naciente sociedad católica invitó a la evolución del neuma hacia el magnífico logro de buscar la verdad sin la fragilidad de la opinión.

Así, la evidencia del portento original perduró por un espacio superior a las cuatro centurias.  Allí, en esa resolución de ciclos y personas, se trazó una línea de tiempo cuya lectura crítica puede ser estudiada por los ojos de la fe o sin ellos, ceguera del relativismo.

La realidad contundente, exacta y veraz, del prodigio fue examinada por las disciplinas liberales de la incredulidad y el interrogante. El veredicto, solución y sentencia, anotó: era la voluntad del Creador.

La potestad del Verbo, el logos, en sus variados matices semánticos estableció una relación intrínseca con la belleza del Ser. “El hágase” se tradujo en la gestación de la vida inmortal sobre la nada.

En síntesis, la estatua del templo de San Diego es la representación tangible de un principio metafísico, la bondad de Nuestro Salvador. Cualidad donde no caben los ídolos, objetos de culto degradados por su condición abominable.

 

 

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