martes, 31 de mayo de 2022

«Proclama mi alma la grandeza del Señor»


 


San Pablo VI

Exhortación apostólica sobre el gozo cristiano «Gaudete in Domino»

     Después de veinte siglos, la fuente del gozo cristiano no ha cesado de brotar en la Iglesia, y especialmente en el corazón de los santos...En primera fila está la Virgen María, llena de gracia, la Madre del Salvador. Acogiendo el anuncio de lo alto, esclava del Señor, esposa del Espíritu Santo, madre del Hijo eterno, deja estallar su gozo ante su prima Isabel que celebra su fe: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu se goza en Dios mi salvador... Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».


Ella ha captado, mejor que todas las demás criaturas, que Dios hace maravillas: su nombre es santo, muestra su misericordia, enaltece a los humildes, es fiel a sus promesas. No es que para María el desarrollo aparente de su vida salga de la trama ordinaria, sino que medita los más mínimos signos de Dios, repasándolos en su corazón (Lc 2, 19.25). No es que los sufrimientos le sean ahorrados, en absoluto: permanece de pie junto a la cruz, asociada eminentemente al sacrificio del Servidor inocente, madre de dolores. Pero está también abierta al gozo sin medida de la Resurrección; ha sido también elevada en cuerpo y alma hasta la gloria del cielo. Primera rescatada, inmaculada desde el momento de su concepción, incomparable morada del Espíritu, habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, es al mismo tiempo la Hija muy amada de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Es el símbolo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.


Que resonancia tan maravillosa adquieren, en su existencia singular de Virgen de Israel, las palabras proféticas que ser refieren a la nueva Jerusalén: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como un novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas» (Is 61,10).

jueves, 26 de mayo de 2022

Consagración a María Auxiliadora

                                                Foto Julio Ricardo Castaño Rueda.
 


¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos! Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio. Te consagramos la mente con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Tú, pues, ¡oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por piedad, siéndolo especialmente en estos días. Humilla a los enemigos de nuestra religión y frustra sus perversas intenciones. Ilumina y fortifica a los obispos y sacerdotes y tenlos siempre unidos y obedientes al Papa, maestro infalible; preserva de la irreligión y del vicio a la incauta juventud; promueve las vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra.

Te suplicamos ¡oh dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: sé para todos ¡oh María! dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.

Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu presencia, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo, Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas.

Haz, ¡oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos formarte una corona en el Paraíso. Así sea

Devocionario católico.

jueves, 19 de mayo de 2022

«Abrahán vio mi día, y se llenó de alegría»

 

San Efrén (c. 306-373)

Diácono en Siria, doctor de la Iglesia

Sobre Abrahán e Isaac

 


Por su avanzada edad, Abrahán y su mujer eran ya incapaces de dar vida; en el cuerpo de los dos se había extinguido ya la juventud, pero su esperanza en Dios se mantenía viva; no desfallecía jamás, era indestructible.

 

Por eso Abrahán, contra toda esperanza, engendró a Isaac que fue una figura según el placer del Señor. En efecto, no era natural que el seno ya muerto de Sara pudiera concebir a Isaac y le alimentara con su leche; no era más que la Virgen María que, sin conocer varón, concibió al Salvador del mundo y lo dio a luz sin perder su integridad... El ángel, delante de la tienda, había dicho al patriarca: «El año próximo, en esta época, Sara tendrá un hijo» (Gn 18,14). También el ángel dijo a María: «La Llena-de-Gracia dará a luz un hijo» (Lc 1, 28.31). Sara, mirando al ángel, se rió pensando en su esterilidad (v. 12); sin creer a la palabra que se le anunciaba, exclamó: «¿Cómo Abrahán y yo podremos tener un hijo? ¡Los dos somos ya viejos!». María, pensando en la virginidad que quería conservar, dudaba; dijo: «¿Cómo será eso pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Ciertamente que la promesa era contra la naturaleza, pero aquel que contra toda esperanza había dado Isaac a Sara es verdaderamente el mismo que, según la carne, nació de la Virgen María.

 

Cuando, según la palabra de Dios, nació Isaac, Sara y Abrahán se llenaron de gozo. Cuando Jesús vino al mundo, tal como lo había anunciado el ángel Gabriel, María y José se llenaron de alegría... «¿Quien había de decir a Abrahán que Sara, a su edad, amamantaría a un hijo?» exclamaba la estéril. «¿Quién había de decir al mundo que de mi seno virginal alimentaría a un hijo con mi leche?» exclamaba María. De hecho, no es por causa de Isaac que Sara se puso a reír, sino a causa del que había de nacer de María; e igual que Juan Bautista manifestó su alegría saltando de gozo en el seno de su madre, Sara manifestó la suya, riéndose.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Sin noticias de la Reina

 

  Nuestra Señora de la Peña, la colonial patrona de Santafé de Bogotá. Foto J.R.C.R


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

El pasado 27 de abril, el presidente de Colombia Iván Duque visitó el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña en su oficio de sembrador de árboles. La tarea, entre ecológica y mística, pasó casi inadvertida para la prensa. Especialmente para aquellos redactores cuyo ateísmo libertino es la hoz y el martillo contra el catolicismo, la iglesia de Dios.

Esta vez el mandatario no fue crucificado sobre las columnas, de corte transversal y vertical, de los periódicos editados con sarcasmos políticos. La razón de esa conducta editorial se debe al desconocimiento profundo de la Patrona de Bogotá.

Ella, la Virgen de la Peña, a pesar de la visita presidencial, volvió a quedar custodiada por el arcángel san Miguel y un ancestral olvido impuesto por el notablato a las ermitas de extramuros. Lo divino se volvió plebeyo y el tesoro del cielo, herencia de los desposeídos, se dejó allá, en el cerro oriental, como un punto de referencia en el mapa de los caminos.

La capilla, punto de encuentro, termina cobijada por una publicidad contra doctrinal donde algún turista inventa leyendas o mitos para cubrir ese rubor cultural teñido de ignorancia. La esencia del monumento sirve para un autorretrato fotográfico dentro del cotidiano ejercicio de la banalidad.

Y esa muralla de indiferencia es escalada por el vigor del rosario, en manos del promesero mariano. Cada domingo, medio millar de fieles suben para vivir la santa misa y poder oficiar una liturgia de amor contra la amnesia.

 

 

 

jueves, 5 de mayo de 2022

Turismo y devoción, dupla sin rigor documental


 

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

                              Nunca me olvidaré de ninguna de sus obras”. (Am 8,7).

 

La historia de la Virgen de Chiquinquirá se convierte en habladuría y ficción por obra de los guías de las peregrinaciones. La conducta, errónea y repetida, apunta sin tregua a la cuentería o la leyenda con viso de enredo.

La advocación tiene una documentación, amplia y suficiente, tesoro de los académicos. Paradoja sin par. Por ejemplo, el proceso jurídico eclesiástico sobre la renovación del lienzo, 26 de diciembre de 1586, fue abierto en los aposentos de Chiquinquirá el 10 de enero de 1587 por el cura Juan de Figueredo y el escribano de Su Majestad, Felipe II, Diego López Castiblanco. Pieza que los frailes dominicos conservan en perfectas condiciones en su archivo de provincia. ¿Hay algún santuario mariano que ostente un certificado de verificación de los hechos con apenas 15 días después de ocurrido el prodigio?

La respuesta es un no rotundo. Esto demuestra la misericordia divina dada al portento chiquinquireño. No obstante, la charla de inducción a los turistas afanados se reduce a contar sandeces. La síntesis de la persistencia en el yerro está en una frase escuchada con frecuencia en el Pozo de la Virgen: “Aquí, ‘mamita María’ se renovó y el cuadro de arriba no es original porque los padrecitos lo vendieron…”

La patraña sigue con la telenovela del encomendero Santana narrada al gusto del afán. Ese caos es interrumpido por la santa misa y la partida a comprar artesanías en Ráquira. El capítulo de la ruta del error cierra así: “el hermano de Antonio se casó con María Ramos, mujer que trajo a la Virgen a la choza…”  El paseo por la mentira pisoteó a la historiografía con el peso de la indiferente ligereza.