Foto: archivo Santuario de N.S. de la Peña , Bogotá.
Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…” (Jn 8,32)
La historiografía de Nuestra Señora de la Peña se pasa
por alto cuando se trata de relatar su participación en la vida colonial,
republicana y contemporánea de Bogotá.
Los estudios bibliográficos sobre su fascinante
hagiografía se dejan de lado por la inmediatez de la información. Los portales
web y el exceso nacional del facilismo citan sin verificar las fuentes. Lo
lamentable de ese episodio, investigación y publicación, es su imposición
formal de un estilo informal de imprenta donde impera el error disfrazado de
contundente cátedra.
Para comprender la dimensión de la equivocación,
convertida en palabra impresa, se tomaron tres ejemplos para invitar a la
urgente enmienda, tarea para preservar el bagaje cultural de la Nación.
Año 2019. El libro Así nació La Candelaria: una mirada a su Patrimonio Cultural. En su página 171 consignó:
“…Leyendas populares aseguran que en los
declives de la peña está enterrado aún el tesoro que don Francisco de Osuna
sepultara para salvaguardarlo de sus enemigos…”
Mencionar una
leyenda, viciada por una evidente mentira, genera muchas preguntas sobre la
calidad del texto.
El buen
Francisco de Osuna, O.F.M., fue un español que nació en 1492 y falleció pobre
en 1540 sin haber salido de la hispánica península a enterrar tesoros en las
faldas del tutelar cerro. La colina bogotana cambió su nombre por causa de la
Virgen de la Peña en 1722 cuando su imagen de piedra fue trasladada a ese
sitio.
Año
2018. OMP de Colombia
publicó el artículo: “Bogotá y la Virgen de la Peña”. (Internet).
“…Los cronistas santafereños, Rodríguez Freile
y Cordovez Moure para citar solo dos, han puesto en sus páginas historias
fantásticas, misteriosas, milagrosas, si se quiere míticas, pero todas cargadas
de un gran sentimiento religioso y de gran devoción a Nuestra Señora en las que
cuentan de sus apariciones, de sus imágenes prodigiosas y de los favores
recibidos…”
El cronista bogotano Juan Rodríguez
Freyle (1566 - 1642), autor de El Carnero,
no tenía el don de adivinar el futuro sino el de registrar los hechos pasados.
Entre sus múltiples virtudes de investigador no se encontró el don de la
profecía. La escultura de Nuestra Señora de la Peña fue hallada 43 años después
de la muerte del ilustre soldado. Por tanto, esas páginas que se le atribuyen,
no existen ni en la literatura de ultratumba.
Mientras el muy querido payanés, José
María Cordovez Moure, en sus célebres Reminiscencias
de Santafé y Bogotá cometió una errata con características de gazapo propio
de ciertas habladurías de tertulia anticlerical. El escritor atribuyó la
hechura del conjunto escultórico de la Sagrada Familia de la Peña a un artista
foráneo.
“…Refiere la tradición que un presidiario
español ofreció hacer la escultura en piedra que representara a la Virgen con
el Niño en los brazos, san José, el ángel guardián con una custodia, y san
Miguel. Dio principio a sus trabajos en un enorme bloque de piedra que encontró
al oriente del sitio sobre el cual se edificó la iglesia que hoy existe.
Terminado el grupo, se pensó en trasladarlo a la ciudad: fue fácil conducirlo
hasta el lugar que hoy ocupa, pero imposible hacerlo avanzar más; por lo cual,
y por varias otras señales misteriosas que aparecieron sobre las efigies, se
vino en conocimiento de que la voluntad del cielo era que en esa misma
localidad se erigiera un templo a la Madre de Dios, bajo la nueva advocación de
Nuestra Señora de la Peña, hechos que fueron autorizados con la aprobación
pontifical…” (Cf. Reminiscencias de Santafe y Bogotá. Primera edición digital.
Fundación Editorial Epígrafe. Bogotá noviembre de 2006. Pág. 580).
La usanza referida solo existe en aquel
relato. Bastaría con subir al peligrosísimo picacho del cerro El Aguanoso para
leer en el papel de la realidad el yerro del cuento. ¿Tenía sentido llevar a un
recluso, guardianes, obreros, ayudantes, bestias de carga y demás logística
para que el tallador esculpiera la roca colgado sobre un abismo de 600 metros
de altura? En 1685, los oidores de la Real Audiencia no administraban justicia
con gastos inútiles ni habría dejado sin registrar semejante hazaña. Cordovez
no consultó los archivos de la curia, la novena de Baltazar de Mesa ni a los
miembros de la Cofradía de la Peña. Su pluma tachó la tradición oral de sus
cuartillas. El redactor de costumbres tuvo como único desliz salirse de su
estilo para meterse en las honduras de un párrafo de badomía.
2013.
mariamadrecelestial.blogspot
presentó el artículo: “10 de agosto Nuestra señora de la Peña”.
“…No en balde estaría el cura Álvarez
entre los 38 firmantes del Acta de Independencia proclamada el 20 de julio de
1810. Cuando él se dedicó de lleno a la
actividad política, que lo llevó a la muerte, asumió la Capellanía El Padre
Juan Agustín Matallana, también perseguido por los españoles y quien nunca
recibió nombramiento oficial, pero fue uno de los mayores divulgadores e
historiadores de La Peña. Después fue patrono Luis Carbonell, hermano de José
María, el de la Expedición Botánica, otra víctima de Morillo. Los soldados de
Nariño subían a pedir la victoria y a encomendársele a la Virgen. El 23 de
diciembre se hizo una restauración de la Capilla y fue reinaugurada con la
presencia de los Presidentes de la Nueva Granada y de García Rovira. En 1815 se
celebró una misa de gracia con el general Bolívar...”
El tejido apresurado de esas líneas tiene
el agravante de nombrar lo siguiente: “fuentes: forosdelavirgen.org; www.
arquibogota.org.co”.
El modelo informático de copiar, legalizado por el acceso a una red, hace estragos.
Ejemplo, el presbítero José Ignacio de
Álvarez del Basto fue el capellán del templo de la Peña hasta su muerte en 1821
y Juan Agustín Matallana estuvo dedicado a escribir la cronología del prodigio.
Él dejó muy claro su oficio en su tratado: Historia metódica y
compendiosa del origen, aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús,
María y José de la Peña que se veneran en su ermita extramuros de la ciudad de
Santafé de Bogotá, Provincia de
Cundinamarca en la Nueva Granada. Imprenta de C. B. Espinosa, Santafé de Bogotá, 1815. Matallana nunca fue capellán del
Santuario de la Peña.
Sobre los reclutas de Antonio Nariño vale
preguntar si los civiles, armados para la furrusca de 1812 y derrotados en
Ventaquemada, subieron a la loma a pedir la gracia del triunfo. Quizás se
confunde con los datos registrados por José María Caballero en su Diario para los días 23 y 31 de enero de
1813 cuando sí hubo romería a la Peña, eclesial y civil, para agradecerle a la
Santísima Virgen la supervivencia en el combate de San Victorino, 9 de enero del
año 13.
Tampoco acierta con la reparación de la
capilla. Los trabajos de rehabilitación los comenzó el padre Álvarez en
septiembre de 1817 bajo el régimen pacificador de don Pablo Morillo. Y los expresidentes
neogranadinos no aparecieron por aquel mariano paraje porque huyeron o fueron
fusilados como García Rovira, ajusticiado en la Huerta de Jaime el 8 de agosto
de 1816.
La santa misa de 1815 se celebró en la
catedral primada con la presencia del señor Bolívar antes de su partida para la
desastrosa campaña de la costa Atlántica, fracaso rotundo.
En síntesis, ¿la corrección fraterna valió
la pena? ¿O volverán a surgir los mismos
datos en otros estudios donde se copia y se pega sin más criterio que la prisa del
internauta?