jueves, 25 de marzo de 2021

Homilía sobre la Madre de Dios

San Efrén (c. 306-373)

Diácono en Siria, doctor de la Iglesia

Homilía sobre la Madre de Dios, 2, 93-145

Contemplad a María, amados míos, y ved cómo Gabriel entró donde estaba ella y la objeción que le puso: «¿Cómo será eso?». El servidor del Espíritu Santo le dio esta respuesta: «Eso es fácil para Dios; para él todo es sencillo.» Considerad como ella creyó en la palabra que había escuchado y dijo: «Aquí está la esclava del Señor.» En aquel momento el Señor descendió de una manera sólo conocida por él; se puso en movimiento y vino como le plugo; entró en ella sin que ella lo sintiera, y ella lo acogió sin experimentar ningún sufrimiento. Llevaba en ella, como niño, el que llena el mundo. Descendió para ser el modelo que renovaría la antigua imagen de Adán.

Por eso, cuando se te anuncia el nacimiento de Dios, guarda silencio. Que tengas presente en tu espíritu la palabra de Gabriel, porque no hay nada imposible a esta gloriosa Majestad que se abajó por nosotros y nació de nuestra humanidad.

Por eso cuando recibas el anuncio del nacimiento de Dios, guarda silencio. Que tengas la palabra de Gabriel presente en tu espíritu, puesto que no hay nada imposible a esta gloriosa Majestad que por nosotros se abajó y nació de nuestra humanidad. En este día María se convierte para nosotros en el cielo que lleva a Dios, porque la Divinidad sublime ha descendido y ha establecido en ella su morada. Dios se hace pequeño en ella –aunque conservando su naturaleza- para hacernos grandes a nosotros. En ella nos ha tejido un vestido con el cual nos salvaría. En ella se han dado cumplimiento todas las palabras de los profetas y de los justos. Desde ella se levantó la luz que ha disipado las tinieblas del paganismo.

Son numerosos los títulos de María...: es el palacio en el que habita el poderoso Rey de reyes, pero que no ha dejado igual que cuando vino a él, porque es de ella de quien ha tomado carne y ha nacido. Ella es el cielo nuevo en el que habita el Rey de reyes; de ella salió Cristo y de ella subió al cielo para iluminar la creación, formada y modelada a su imagen. Ella es la cepa de la vid que lleva el racimo; ella ha dado un fruto superior a la naturaleza; y él, aunque difiere de ella en naturaleza, se ha revestido de su color naciendo de ella. Ella es la fuente de la que han manado las aguas vivas para los sedientos, y para los que en ella apagan su sed dando frutos al cien por uno.

 

 

viernes, 19 de marzo de 2021

San José, granadino y santafereño

 

 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“…el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto…” (Mt 2, 13​).

 

San José, el esposo de Nuestra Señora de la Peña, porta en sus manos el fruto del granado como signo de su patronazgo sobre el territorio del Nuevo Reino de Granada cuya capital era la ciudad de la santa fe.

Los santafereños lo tuvieron presente en sus preces, carnavales y romerías a la Capellanía de la Peña, sitio dependiente de la Parroquia de Nuestra Señora de Egipto. Las colinas orientales, rumbo predilecto de los paseos sociales, fueron el punto para contemplar la sabana y sus campanarios. Desde allí, las novenas al carpintero tenían la huella del sendero del promesero. Los artesanos, las criadas y los patrones subían a la loma para pedirle sus favores. Él era el protector de varios oficios coloniales.

Y así, entre súplicas y herencias devocionales, san José entró a formar parte de la historia familiar de una etnia castellana y mestiza que perdió su inocencia con la independencia de la libertad.

El cronista de aquellos tiempos idealizados por la revuelta, José María Caballero, consignó algunas líneas sobre el patrocinio de su tocayo, tan vigente ayer, en los siglos de los abuelos, como hoy.

Las citas se tomaron de José María Caballero, Diario. Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá, 1990.

“El día 3 de julio de 1679 concedió el papa Inocencio XI al rey de España, por patrón y titular de todos sus dominios, al patriarca señor San José, con indulgencia y remisión de todos sus pecados el día del santo”.

“El año de 1779 coronaron al patriarca señor San José, por la Santidad de Pío VI, en 19 de noviembre”.

Los documentos sobre la coronación de San José se encuentran en las páginas 89 y siguientes del libro La Capilla del Sagrario, de Bogotá, publicado por don Eladio Vergara en 1886.

“1783. Este año fue la peste grande de viruelas, donde murieron sobre 5.000 personas. A 18 de mayo puso la primera piedra del templo del Señor San José de capuchinos el arzobispo y virrey don Antonio Caballero y Góngora, y se echó en el tesoro bastante dinero y joyas que ofrecieron algunas señoras”.

“1813. Noviembre 19, jueves. Se leyó la oración del patriarca señor San José, que comienza: ‘Santísimo José’, quitándole aquello que pide por España y los reyes”.

“1817. Febrero. 10 nos fuimos para Nimaima. Don Nicomedes Lora y mi comadre Mónica, esposa del dicho Lora, y don Luciano Serrano. Nos estuvimos hasta el día 22 y viniendo en el camino, cerca de la puerta que llaman de Zipaquirá, un peón me dio la funesta noticia que había muerto mi hermanita Manuela el día 17. Fue sepultada en la catedral, al pie del altar del patriarca San José”.

El querido relator no fue el único en honrar con sus líneas al padre putativo de Jesús. Francisco José de Caldas, tan amante de registrar las alturas andinas con su hipsómetro, tuvo la gentileza de reseñar la fiesta del santo, 19 de marzo, en una de sus obras: Almanaque de las Provincias-Unidas del N.R. de Granada para el año bisiesto de 1812 tercero de nuestra libertad / calculado por Don Francisco Josef de Caldas y Tenorio.

Esa rara pieza salió de la Imprenta Patriótica de D. Nicolás Calvo, en 1811, pero a Caldas se le olvidó nombrar las fiestas de la Virgen de la Peña, castísima esposa de su homónimo.

 


jueves, 11 de marzo de 2021

La Legión de María, expresión de la Corredentora

 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

 “Salve, llena de gracia el Señor es contigo”. (Lc 1, 28)

 

La gran obra de Frank Duff fue diseñar una herramienta apostólica para servir a la Iglesia de una forma específica: engendrar un taller de santos.

La dinámica de esa función eclesial vive en la escuela de María Santísima. Allí el misterio de la encarnación iluminó a la esclava del Señor con la gracia del plan mesiánico. La Trinidad Santa le otorgó el don magnífico de la corredención, luz del Redentor.

La Virgen Madre, tabernáculo de la cátedra eterna del cristianismo, entregó su corazón inmaculado para predicar el mensaje evangélico sin sofismas dialécticos.

Y su Legión, de hijos amados, así lo divulga: Santa María, Corredentora:

“El espíritu de la Legión de María es el de María misma. Y de manera particular anhela la Legión imitar su profunda humildad, su perfecta sumisión, su dulzura angelical, su continua oración, su absoluta mortificación, su inmaculada pureza, su heroica paciencia, su celestial sabiduría, su amor a Dios intrépido y sacrificado; pero, sobre todo su fe: esa virtud que en Ella, y solamente en Ella, llegó hasta su más alto grado, a una sublimidad sin par. Animada la Legión con esta fe y este amor de María, no hay empresa, por ardua que sea, que le arredre; ni se queja Ella de imposibles, porque cree que todo lo puede…” (Manual cap. 3). 

La humildad es corredentora. “La oración del humilde las nubes atraviesa, hasta que no llega a su término no se consuela Él”. (Sir 35, 17).

La sumisión es corredentora: “La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión”. (1Tim 2,11).

La dulzura es corredentora: “¡La dulzura del Señor sea con nosotros! ¡Confirma tú la acción de nuestras manos!” (Sal 90, 17).

La oración es corredentora: “Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino”. (Lc 11, 2).

La mortificación es corredentora: “Sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo”. (Col 2, 23).

La pureza es corredentora: “Procura, en cambio, ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza”. (1 Tim 4, 12).

La paciencia es corredentora: “Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor está cerca. (Sant 5,8)”.

La sabiduría es corredentora: Toda sabiduría viene del Señor, y con él está por siempre”. (Sir 1,1).

El amor es corredentor: “El amor todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”. (1 Cor 13, 7).

La fe es corredentora: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. (Heb 11, 1).

“…La Iglesia ha podido proclamar a María no sólo la Colaboradora de la Segunda Divina Persona -es decir, la Corredentora de nuestra salvación, la Mediadora de la gracia-, sino, también hoy, “semejante a Él” (cf. Gén. 2, 18). (Manual cap. VII. Pág. 44).

 

 


 

jueves, 4 de marzo de 2021

Las camareras de la Virgen de Chiquinquirá


 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Saludad a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado en el Señor. Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor”. (Rm 16,12).

 

La coronación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá dejó un legado de feliz agradecimiento entre sus devotos. El pueblo cristiano decidió convertir su gratitud en un monumento de fe.

La alegría nacional se tradujo en la promesa formal de edificar un templo votivo, como recuerdo de aquel 9 de julio de 1919, en que Colombia ciñó con corona de oro las sienes de su Patrona.

La semilla cayó en tierra de esperanzas y, el 21 julio de 1919, el obispo de Pamplona (Norte de Santander), Rafael Afanador, bendijo la primera piedra de la iglesia en el sitio de Marly.

El entusiasmo místico del festejo pronto fue opacado por la paupérrima economía estatal. La sociedad vivía aún del intento de cicatrizar las heridas decimonónicas, herencia cruel de sus libertadores y gamonales.

El peso de la obra quedó sobre los hombros de los frailes dominicos. Los buenos padres hicieron esfuerzos gigantes por comenzar la tarea encomendada a la nación católica pero sus manos, laceradas por el oficio constructor, requerían ayuda urgente. Los años pasaron y el proyecto estaba paralizado por falta de dinero. La crisis quedó consignada por la prensa capitalina con una frase digna de la dificultad: “El 12 de julio de 1925, día en que se bendijo la segunda primera piedra”.

 La Orden de Predicadores tuvo que asumir, con estoica responsabilidad apostólica, innumerables sacrificios anónimos que en su momento darían frutos.

Y justamente en ese vértice de la incertidumbre financiera, los laicos vinieron en ayuda de la comunidad y de la promesa de un país con una marcada tendencia histórica a olvidar su grandeza.

Las mujeres bogotanas dieron un ejemplo bien singular de apoyo a los dominicos. El 18 de mayo de 1930, ellas enviaron una carta al señor arzobispo primado, Ismael Perdomo, y a la Conferencia Episcopal Colombiana.

En el texto sobresale el nombre del grupo y su misión:

“…Siguiendo lo deseos del actual padre capellán y encargado de la obra hemos constituido la junta denominada Damas Cincuenta y Cuatro, al estilo de otros célebres santuarios, y en tal carácter, estamos dispuestas a trabajar en la obra del templo de María con todo entusiasmo y amor poniendo en juego nuestra devoción y fuerzas; pero necesitamos las bendiciones y el apoyo de vuestras señorías…” (Cf. El Nuevo Tiempo. 12 de junio de 1930. Pág. 4ª).

 

El nombre de la institución, “Damas Cincuenta y Cuatro”, es el resultado del número de sus primeras afiliadas. La pequeña comunidad, de señoras y señoritas, vivió un catolicismo de acción en el servicio al prójimo. Las féminas tesoneras ayudaron a edificar la casa del Señor que lleva el bellísimo y raizal nombre de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Y en un gesto de bogotano agradecimiento se rescataron sus nombres de una crónica urbana bastante olvidada.

1. Señora doña María de Jaramillo, presidenta.

2. Señorita Graciela Villa, vicepresidenta.

3. Señora Inés O. de Wickman, secretaria.

4. Señora Mercedes de Rodríguez Mejía, tesorera.

5. Señora Elvira Rivera de Calderón, subsecretaria.

Y señoras:

Elvira Barriga de Calderón, 6. Carolina Brigard de Londoño, 7. Paulina Borrero de Ramírez, 8. Josefina Ortiz de González, 9.  Paulina Vélez de Grillo, 10. María Teresa B. de Pieschacón, 11. Tulia Escallón de Caro, 12. Rosa de Skorny, 13. Sara Tribín de Sáenz, 14. Eloísa Botero de Isaza, 15. María Diago de Samper y 16. María Francisca Uribe de Hernández, vocales.

Socias, señoras:

Noemí Infantino de Vásquez, 17. María Antonia de Esguerra, 18. María Elena C. de Pinzón, 19. Lucila de Pardo, 20. Josefina Botero de Jaramillo, 21. Virginia Parra de Espinosa, 22. Inés Valderrama de Andrade, 23. Tulia Mejía de Jaramillo, 24. Catalina Ortiz, 25. Lilia Jaramillo, 26. Tulia González de Piñeros, 27. Pepita Pardo de Jaramillo, 28. Clotilde García de Ucrós, 29. Leonor Sáenz de Franco, 30.

Emma Baraya de Garavito, 31. Carmen Escallón de Cubillos, 32. Eva Trujillo de Quiñones, 33. Pepita Gómez de Isaza, 34. María Terán de Gutiérrez, 35. Elvira Ortiz de Maldonado, 36. Georgina González de González, 37. Julia S. de Villa, 38. Clemencia de la Torre, 39. Teresa Sáenz de Ortiz, 40.

Carmen Gutiérrez, 41. Emelina de Caicedo, 42. Blanca Tobar de Ángel, 43. Elvira Calderón de Marroquín, 44. Cecilia Salgar de Pardo, 45. Teresa Soto de Piñeres, 46. Lola Becerra de Hoyos, 47. Clara Osorio de Ortiz, 48. María Helena Leongómez de Saba, 49. Marialis París de De Francisco, 50.

María del Carmen Sáenz Tribín, 51. Barbarita Garzón, 52. Blanca de Tobón, 53. Ana Sáenz de Henao, 54. Pepita de la Cuadra Salgar.