“Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos
y regocijémonos en él”. (Sl 118,24)
La manifestación de Nuestra Señora de la Peña fue ligada por los campesinos santafereños a los carnavales del domingo de quincuagésima. Los labriegos lograron elevar la festividad a un esplendor místico y a una condena feroz en el patíbulo de las cambiantes modas de la aristocrática sociedad mestiza.
Sobre ese tema, tan olvidado por los estudios de la antropología teológica, se injertó una duda vestida de cuestionamiento. La pregunta estableció un interrogante curioso: en los 339 años de la advocación bogotana (1685-2024) ¿cuántos 29 de febrero coincidieron con el inicio de las carnestolendas?
La contestación breve sería: cuatro. Sin embargo, la demanda requiere una aclaración:
¿cuáles?
La respuesta extensa necesita una revisión de los calendarios para establecer que cada siglo tiene 24 años bisiestos. A la advocación de la Virgen de la Peña le correspondió el siglo XVII y en esa centuria sólo uno generó el jolgorio en la cima de un cerro escabroso, el de 1688 y su dominical 29 de febrero.
El segundo ocurrió 68 años después en 1756, el tercero en 1824 y el último
coincidió con los estertores folclóricos de aquellas comparsas señaladas de
portar los vicios del vino de maíz y los crímenes de las faldas enamoradas, era
el año de 1976 cuando las carnestolendas de la Peña entraron a formar parte del
museo de los olvidos.