miércoles, 31 de mayo de 2017

Donde llega María, está presente Jesús


                                        

Benedicto XVI, papa 2005-2013 


Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas del Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actitud de amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret, aún sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado —que será la madre del Mesías prometido—, se entera de que también su anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora, se pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1, 39), para llegar "con prontitud" a la casa de su prima y ponerse a su disposición en un momento de particular necesidad. 

¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y la ya anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo lleva en su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don a Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creciendo en el seno de ella. "Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo —le dice la madre de Juan Bautista—, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). Donde llega María, está presente Jesús. Quien abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se llena de su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca o menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, único mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse a la Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numerosos santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues, consagrémonos a ella con filial abandono.


Discurso del 31 de mayo en la gruta de Lourdes de los jardines vaticanos de 2006 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana). 


miércoles, 24 de mayo de 2017

“¿La Virgen?, eso es solo un cuadro”



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La frase se refiere a la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El concepto salió de los labios de un sacerdote, cuya expresión sonó a tristeza de huérfano.

Ya pasaron dos milenios y el significado de las palabras del Cristo moribundo: ahí tienes a tu madre (Jn 19, 27)  siguen crucificadas en la dura cerviz del intelecto especulativo. El eco del ecce tua mater suena en el alma del peregrino que se coloca de hinojos ante el altar de La Chinca. La prueba elemental de la devoción la registró el trasegar de la romería en 20 generaciones, de raizales y foráneos, que fueron a rezar un rosario a los pies de la Patrona.

El cura impuso su criterio: “Es un cuadro y punto, nada más”.

Ante ese autoritarismo es urgente redactar un tratado del disparate. En ese texto se reformaría la Axiología, la Mariología, la Teología, la Antropología, la Historia, la herencia ancestral, la sagrada Biblia y la vida de un continente.

Habría que elaborar un nuevo discurso de teleología donde las causas finales sean el fin de la causa. La crónica de los abuelos registró que ha venido gente, de los cinco continentes, por más de 400 años a Chiquinquirá para implorar el auxilio de la Reina.

Entre el gentío estuvieron Juan Pablo II (1986), el embajador de Egipto, Salah Allouba (1978) y el general Pablo Morillo, el Pacificador (1816).

Los tres personajes se asomaron al misterio del Altísimo que quiso dar un signo de su presencia en la obra que plasmara Alonso de Narváez. Cada uno le rindió su tributo de veneración de forma pública. La mezquina afirmación, que niega para justificar el error de la ignorancia, no estuvo presente en aquellas visitas. Ninguno usó su poder temporal para mancillar el tesoro de la Villa de los Milagros.

Entonces, ¿qué pasó con el pastor? ¿No tuvo un maestro de novicios capaz de empalagar su corazón con el amor a la Santísima Virgen? ¿El educador no le explicó que sería el Alter Christi, el otro hijo de María?

¿Será que caminar de rodillas en la Basílica de Chiquinquirá es un vicio pagano propio de gentuzas incultas? Si la respuesta es afirmativa sería imperativo echar a la hoguera la biblioteca de la Pontificia Academia Mariana Internacional (PAMI). La quema medieval encontraría un caluroso propósito en la despectiva frase repleta de iconoclasia: “Eso es solo un cuadro”.

Seguramente, el arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas, O.F.M.,  un inquisidor ignaro del siglo XVI, se equivocó cuando firmó la aprobación de una investigación titulada: Proceso eclesiástico sobre la milagrosa renovación de la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y hechos portentosos que se siguieron.

Al desliz de monseñor Zapata se agregan los doctos dominicos, que han cuidado el santuario de la Virgen de Chiquinquirá desde 1636 hasta la fecha. Ellos deberían cambiar su ministerio porque son los testigos de un singular ejemplo de estulticia colectiva. Allí pervive una perversa idolatría que diagrama la tara del oscurantismo religioso. La fe se postra ante un desteñido bosquejo del arte colonial.

El presbítero olvidó que Nuestra Señora de Chiquinquirá no es un idealismo icónico porque cuando el romero comulga no degusta pan ácimo en un simbolismo sin esencia. Si se niega la presencia divina de María se negará que su Hijo sea Dios.

El silencio del asombro obliga a la oración.



jueves, 18 de mayo de 2017

De la encarnación del Verbo



San Atanasio, obispo

El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.

Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para si un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.

En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.

Por esta razón, asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.

De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos.

De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.

Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.

Oración


Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu obispo san Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos y te amemos cada vez más plenamente. Por nuestro Señor Jesucristo.

sábado, 13 de mayo de 2017

Fátima, el triunfo de una promesa



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“¿Y yo también voy a ir al Cielo?” La pregunta de Lucía de Jesús Do Santos a la Santísima Virgen María en la Cova de Iría, el domingo 13 de mayo de 1917, sigue vigente en la conciencia del católico sin tregua.

María Reina, en su aparición del 13 de julio, dejó diseñada la respuesta para la pastorcita, representante de la humanidad anhelante: “-Sacrificados por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: ¡Oh! Jesús, es por vuestro  amor, por la conversión de los pecadores y reparación de los pecados contra el Inmaculado Corazón de María”.

El principio de ese legado inextinguible renovó la teología mariana en su cátedra de intercesora. María Auxiliadora regresó para ilustrar a la historia de la salvación. Su ángel edecán ordenó: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!”

La lámpara de ese precepto encandiló la vía del descarrilado siglo XX. La oscuridad traidora replicó con la alevosía propia del padre de la mentira: El aborto, la eutanasia, la ideología de género, la drogadicción, el satanismo y un extenso tratado sobre la vileza fue normalizado por el lóbrego delirio de los hijos de Caín.

La demagogia liberticida, corruptora del liberalismo ateo, llamó mal al bien y se lavó las manos en la fuente de las desgracias políticas al exclamar: “Fue un logro de la democracia”.

El régimen de la tolerancia a las penumbras permitió que los católicos láit se desplomaran en el abismo de la herejía. Ellos aún predican, con voces camanduleras: “vienen tres días de oscuridad anunciados por mamita María en Fátima”. Las dos realidades se oponen con tenacidad de relapsos al Evangelio de Jesús.

La conducta de la rebelión del barro es la contraofensiva del maligno que admite su derrota dentro del inminente tiempo del Altísimo.

La bestia ruge enfurecida porque se sabe vencida. Su alarido de agonía es la alianza túrbida de los sicarios. Babea enardecida y de su saliva ponzoñosa se nutre la masonería. La secta enarboló su lema de ilusionismo sangriento, “igualdad, fraternidad y libertad”, como puntas de tridente contra la Iglesia. La trilogía del rencor ominoso decretó el fusilamiento de la vida sobre el emblema de París (1789). Basta con revisar la herencia de su sedición, la guillotina.

Las orgías de los fratricidas aceptaron aquel convulso donativo. La Revolución Rusa, la que manchó el octubre rojo con un noviembre negro, hizo palidecer de espanto a los nazis con el crimen de Katyn (Polonia) y los campos de exterminio en Siberia.

Los cómplices de Stalin aprendieron de los jacobinos la técnica de la igualdad ante la soga del patíbulo, la fraternidad del frío en la cárcel de la estepa y la libertad para la brega asesina detrás de la Cortina de Hierro. La saña homicida del Sóviet Supremo fue batida por la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. El mandamiento de Nuestra Señora de Fátima, “rezad el rosario”, sometió al comunismo, doctrina perniciosa, programada para erradicar el bien, la verdad y la belleza del alma e implantar un germen sórdido, la soberbia. La tenebrosa esencia del bolchevismo, mal moral industrializado por la licitud del delito, no pudo apagar la luz de Cristo.

La humildad del zagal siguió de rodillas para interrogar a la Virgen Clemente, consuelo de los afligidos: “¿Y yo también voy a ir al Cielo?”


La contestación fue un manantial de dichas estremecidas por la misericordia divina: “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. (Que por fin triunfará). 

miércoles, 10 de mayo de 2017

María de Fátima



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


13 de junio de 1917. Lucía de Jesús Do Santos, en su diálogo con la Bienaventurada Virgen María en la Cova de Iría, recibió una  profecía que sumergió a la mariología contemporánea en una  desconocida profundidad del misterio de Cristo: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”. La frase, con ecos de victoriosa maternidad, encendió una esperanza de interminables gracias.

El anuncio, bajo esa preciosa forma, recordó la sublime encarnación del Verbo en su delicado seno. Allí el primer devoto de María Santísima aprendió a embriagarse del amor humano. El sentimiento se hizo sangre y la Eucaristía quedó guardada en la claridad deslumbrada del Tabernáculo del Altísimo. María, madre. María, sagrario.

El Corazón Inmaculado de María abrazó el vivaz latido del Sagrado Corazón de Jesús. El sonido de tan inefable alegría perfumó el milagro de la unión hipostática de Dios con la naturaleza humana.  María, corredentora.

El lábaro cruel los aguardaba. La misión traspasaría su alma. María de la Cruz. María de los Dolores. María de luto. María de la  Resurrección. Cristo, el salvador del hombre, se hizo el Dios del corazón lanceado. La herencia de su herida se derramó en Fátima.

Nuestra Señora entregó una cátedra de eternidad. La enseñanza  reiteró la absoluta predilección del Creador por la sensible caridad mariana. Lucía, la pastorcita, acogió el siguiente evangelio:

“…Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien abrace, le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono…”


jueves, 4 de mayo de 2017

La morada de Dios






Santa Clara (1193-1252), monja franciscana. 
Carta 3 a Santa Inés de Praga, 18-26
 
Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener, y ella, sin embargo, lo acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de doncella”. 

¿Quién no aborrecerá las insidias del enemigo del género humano, el cual, mediante el fausto de glorias momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es mayor que el cielo? En efecto, resulta evidente que, por la gracia de Dios, la más digna de las criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, ya que los cielos y las demás criaturas no pueden contener al Creador, y sola el alma fiel es su morada y su sede, y esto solamente por la caridad, de la que carecen los impíos, como dice la Verdad: El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él (Jn 14,21.23).

Por consiguiente, así como la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, así también tú, siguiendo sus huellas, ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes, sin duda alguna, llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal, conteniendo a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas, poseyendo aquello que, incluso en comparación con las demás posesiones de este mundo, que son pasajeras, poseerás más fuertemente.