miércoles, 24 de mayo de 2017

“¿La Virgen?, eso es solo un cuadro”



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La frase se refiere a la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. El concepto salió de los labios de un sacerdote, cuya expresión sonó a tristeza de huérfano.

Ya pasaron dos milenios y el significado de las palabras del Cristo moribundo: ahí tienes a tu madre (Jn 19, 27)  siguen crucificadas en la dura cerviz del intelecto especulativo. El eco del ecce tua mater suena en el alma del peregrino que se coloca de hinojos ante el altar de La Chinca. La prueba elemental de la devoción la registró el trasegar de la romería en 20 generaciones, de raizales y foráneos, que fueron a rezar un rosario a los pies de la Patrona.

El cura impuso su criterio: “Es un cuadro y punto, nada más”.

Ante ese autoritarismo es urgente redactar un tratado del disparate. En ese texto se reformaría la Axiología, la Mariología, la Teología, la Antropología, la Historia, la herencia ancestral, la sagrada Biblia y la vida de un continente.

Habría que elaborar un nuevo discurso de teleología donde las causas finales sean el fin de la causa. La crónica de los abuelos registró que ha venido gente, de los cinco continentes, por más de 400 años a Chiquinquirá para implorar el auxilio de la Reina.

Entre el gentío estuvieron Juan Pablo II (1986), el embajador de Egipto, Salah Allouba (1978) y el general Pablo Morillo, el Pacificador (1816).

Los tres personajes se asomaron al misterio del Altísimo que quiso dar un signo de su presencia en la obra que plasmara Alonso de Narváez. Cada uno le rindió su tributo de veneración de forma pública. La mezquina afirmación, que niega para justificar el error de la ignorancia, no estuvo presente en aquellas visitas. Ninguno usó su poder temporal para mancillar el tesoro de la Villa de los Milagros.

Entonces, ¿qué pasó con el pastor? ¿No tuvo un maestro de novicios capaz de empalagar su corazón con el amor a la Santísima Virgen? ¿El educador no le explicó que sería el Alter Christi, el otro hijo de María?

¿Será que caminar de rodillas en la Basílica de Chiquinquirá es un vicio pagano propio de gentuzas incultas? Si la respuesta es afirmativa sería imperativo echar a la hoguera la biblioteca de la Pontificia Academia Mariana Internacional (PAMI). La quema medieval encontraría un caluroso propósito en la despectiva frase repleta de iconoclasia: “Eso es solo un cuadro”.

Seguramente, el arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas, O.F.M.,  un inquisidor ignaro del siglo XVI, se equivocó cuando firmó la aprobación de una investigación titulada: Proceso eclesiástico sobre la milagrosa renovación de la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y hechos portentosos que se siguieron.

Al desliz de monseñor Zapata se agregan los doctos dominicos, que han cuidado el santuario de la Virgen de Chiquinquirá desde 1636 hasta la fecha. Ellos deberían cambiar su ministerio porque son los testigos de un singular ejemplo de estulticia colectiva. Allí pervive una perversa idolatría que diagrama la tara del oscurantismo religioso. La fe se postra ante un desteñido bosquejo del arte colonial.

El presbítero olvidó que Nuestra Señora de Chiquinquirá no es un idealismo icónico porque cuando el romero comulga no degusta pan ácimo en un simbolismo sin esencia. Si se niega la presencia divina de María se negará que su Hijo sea Dios.

El silencio del asombro obliga a la oración.



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