jueves, 9 de febrero de 2023

María: nuestra Madre del cielo y de la tierra


                                      (“Tríptico mariano jesuita-dominicano”, colección personal del autor)


Por José Luis Ortiz-del-Valle Valdivieso

 

“Viendo, pues, Jesús a su Madre y al discípulo a quien amaba, allí de pie, dice a su Madre: Mujer, he aquí a tu hijo. Luego dice al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió consigo.”

(S. Juan 18, 26-27)

 


 

La piedad del pueblo cristiano, desde los primeros siglos, ha tenido a la persona de María como verdadera Madre de Dios hecho hombre, entre muchos otros atributos excelsos y exclusivos de Ella, y por eso le ha tributado siempre una veneración especial que se ha ido perfeccionando con mayor claridad teológica y filosófica, a lo largo de los siglos, gracias a las definiciones dogmáticas sobre Ella y a los numerosísimos escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia (san Efrén Siro, san Epifanio, san Tarasio, san Germán, san Juan Damasceno, san Jerónimo, san Agustín, san Ambrosio, san Anselmo, san Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, san Alfonso de Ligorio, etc.).

No obstante, como se sabe, nunca podrá ser suficiente lo que se diga en alabanza y gloria de la Inefable, como la llama san Bernardo, porque todo lo que se diga será siempre en alabanza y adoración de Dios, pues nuestra santa religión es la única verdaderamente cristiana.

Aunque el sentido de la fe de los fieles, durante los veinte siglos de cristianismo se ha mantenido en lo esencial de las creencias marianas y se ha renovado y purificado en las prácticas, como lo es el Santo Rosario de la Reina Universal de todo lo creado, ha sido un lugar común bastante deplorable que se le llame “Nuestra Madre del Cielo”, como si no fuera a la vez “Nuestra Madre de la Tierra”.

¿Qué sentido cristiano puede tener que sea nuestra Madre solo del cielo si no lo es también en esta vida terrenal, que es cuando más la necesitamos y a sabiendas de que Ella es Soberana de toda la creación? 

La maternidad espiritual de María Santísima sobre todo el género humano, así como nos la entregó Nuestro Señor en el Gólgota, no deja duda alguna de que su principalísima misión iniciada terrenalmente desde el dichoso Fiat, pero prevista por Dios desde la eternidad, hacen que sea tanto nuestra Madre Auxiliadora en esta vida contingente como nuestra Madre en el cielo, si por la misericordia de Dios llegaremos a merecerlo.

Bien recuerda el R.P. Uldarico Urrutia S.I., en su libro “Los nombres de María” (Instituto de Propaganda Católica, Barcelona, 1932, 2ª ed.) la excelsa y exclusiva misión de María, cuando dice:

“Pues bien, todo lo que es la madre en el orden natural, eso es María para el hombre en el orden de la gracia.

No quiso privar Dios a la nueva criatura formada por Él, de los encantos y dulzuras de una madre, y por eso le dio a la Virgen. Quitad del hogar a la madre. ¿Qué os queda? Pues eso sería el mundo sin María.”(pág. 159).    

 

 

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