jueves, 15 de septiembre de 2022

La dolorosa de Bogotá


                                                    Foto archivo Santuario de la Peña 


 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

La historia de Nuestra Señora de la Peña abarca un espacio geográfico de la cordillera donde la santa cruz escribió un milagro de redención. El punto inicial está sobre el escarpado filo del Aguanoso y finaliza en la hondonada de Los Laches. En esa línea, de la orografía oriental, se redactó una crónica de 337 páginas, una hoja por año. El territorio mariano se compone de tres elementos esenciales: las ruinas de la Ermita Vieja, el templo santuario y la parroquia.

La trilogía guarda y enseña momentos vitales de la primera advocación raizal capitalina, la Virgen santafereña.

La catequesis de esa obra celestial tiene por centro el lábaro. María Santísima permanece firme junto al calvario de la Perla de los Andes. Ese crucifijo, hierro gigante, ha impuesto una condecoración de fuego cuyo estigma grabó una impronta de trauma, dúo doliente.

La primera llaga es controversial por las variables conductuales y sociales de un pueblo devoto. Las carnestolendas trajeron el sincretismo del neopaganismo a las lomas. Ese folclor, misterioso y bello, se usó como disculpa para aislar a la urbe de sus raíces.

La segunda úlcera es cruel pues se trata de un olvido aprendido, impuesto y amnésico. La desmemoria es una ofensa cultural para una metrópoli centinela de una joya de diseño divino. La ciudad le dio la espalda a su capilla tutelar con una velocidad de ausencia voraz.

Hoy, en la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, la doncella de la Peña guarda en su corazón un crucifijo ignorado, pero repleto de un infinito acto de misericordia, el perdón por amor.

 


1 comentario:

  1. Nuestra Madre siempre nos espera y desde su lugar en la montaña nos bendice y acompaña.

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