jueves, 18 de junio de 2015

Las incógnitas de una peregrina


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La cabeza de un milagro estaba abandonada entre una caja de madera ubicada dentro de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

No se trataba de una decapitación mística, como pensaron algunos, ni el sortilegio propio de un aprendiz de brujo. Resultó ser, paradójicamente, una práctica religiosa que unía la oración y la piedad en un círculo de agradecimiento. Los artesanos les venden a los peregrinos unas figurillas de cera que luego se ofrecen ante el ara con una frase: “Gracias, virgencita linda.”

El acontecimiento, tan cotidiano para los romeros de antaño y hogaño, no pasó inadvertido para una señora oriunda de la Sultana del Valle. Ella deseaba indagar sobre esas prácticas rituales ancestrales.

Y, sin saludo ni presentación, le soltó un cuestionario a un bogotano devoto que estaba a su lado:

¿Qué significan esos muñequitos amarillitos que le colocan a los pies de la Virgen? ¿Por qué la Reina tiene dos catedrales en Chiquinquirá? ¿Y por qué esa imagen hace milagros?

Las respuestas llegaron por cortesía del cariño mariano a la Chinca:

Las figuras de color amarillo son las pruebas fehacientes de la  intercesión de la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Por Ella ocurren hechos maravillosos que rompen las leyes de la ciencia. Cada pieza es el testimonio de un favor recibido. Tienen formas humanas (hombre, mujer o niño) que indican diferentes signos. Ellas van desde la curación de alguna enfermedad mortal hasta un parto feliz. También se fabrican modelos de vehículos y casas que indican la adquisición de esos bienes tan urgentes para la calidad de vida familiar.

La serie puede ser descuartizada, según necesidades o testimonios. Usted podrá encontrar brazos, piernas, ojos y para el caso, una testa de rostro femenino que certificó algún don del cielo que bajó por la escalerilla del santo rosario.

Sonrió y con un marcado acento insistió: “Vení, contame, ve. No entiendo porque la Virgen tiene dos catedrales, ¿oís?”

No hay dos, no puede haber una dupla de esas dimensiones arquitectónicas en ningún pueblo de la tierra civilizada por el Evangelio de Cristo. El inconveniente en esta villa es de semántica, geografía urbana y cultura religiosa más una pizca de socarronería boyacense.

Si un turista despistado pregunta en la Ciudad Santuario: “¿en dónde queda la Catedral”, los buenos informantes, a sabiendas de lo que hacen, le indican la ruta para la catedral del Sagrado Corazón de Jesús. Esa iglesia está ubicada cerca de la antigua estación del ferrocarril y frente al parque David Guarín.

Allí tiene su silla o cátedra el obispo de la Diócesis de Chiquinquirá, monseñor Luis Felipe Sánchez Aponte, que preside a la grey a él encomendada por el Santo Padre para enseñarle y guiarle por los caminos de la doctrina de la Iglesia católica.

Ese sacro lugar, tan importante para el pastoreo de las almas, es  diferente a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que cumple con otras funciones. Aquí se alberga a los promeseros de tierras lejanas que vienen a dejar sus mandas a ante el trono de la Patrona. Su sobria estructura, de estilo neoclásico, se ubica frente a la Plaza de la Libertad, en el corazón del centro histórico de la ciudad.

Resuelto el enigma del laberinto geográfico se tocó el tema del término distintivo, que después de pasar del griego al latín, se convirtió en una expresión que significa: “casa real”.

El título de “Basílica” lo otorga el Papa a los templos que por su importancia histórica lo merecen. El 18 de agosto de 1927,  su santidad Pío XI le concedió la dignidad de Basílica Menor porque  guardaba la pintura de la Virgen del Rosario de Alonso de Narváez (Tunja 1562). Los trazos se deterioraron hasta borrarse en Sutamarchán (1574) y se renovaron milagrosamente en Chiquinquirá en 1586. Para obtener el calificativo se pasó por un delicado proceso eclesial donde se analizaron las causas que determinaron el privilegio.

El Sumo Pontífice es el único con la autoridad para entregar el sonoro nombre. Esa prerrogativa le dio el derecho a lucir en el presbiterio los signos de su dignidad, el canópeo y el tintinábulo.

¿Y esas palabrejas existen?, interrumpió la mujer. Sí, aunque fueron pensionadas del diccionario de la RAE.

El canópeo es una pieza de las insignias papales, que antiguamente se usaba para darle sombra al Santo Padre. Es también un símbolo de la autoridad papal sobre la Iglesia.

El tintinábulo (campanilla) es la insignia que la Santa Sede concede a las iglesias a las que eleva de categoría. Se usa por lo general en la procesión del Corpus Christi.

La dama quedó muda. No pudo repetir los extraños nombres. A fuerza de señas se le presentó el canópeo porque su compañero de nobleza eclesial no estaba… Seguramente lo trastearon mientras decoraban el altar para la pasada fiesta de Pentecostés, (24 de mayo de 2015) y se olvidaron de regresarlo a su lugar.

La turista optó por pasar al escabroso tercer punto, el perseguido por los iconoclastas. Ella preguntó: “¿Y por qué la llaman la milagrosa imagen?”

Porque su nombre es una realidad que parte de la historia de un milagro. Así aparece reseñada en los documentos oficiales de la Colonia. Por ejemplo, en el pleito que se generó después de la segunda salida de la Virgen de su santuario, en 1633.

El meollo de la disputa lo originaron los hijos de la muy leal ciudad de Tunja. Los tunjanos querían quedarse con el cuadro que los santafereños reclamaron por ser la capital del Virreinato de la Nueva Granada. Las castas, de la alcurnia muisca-hispana, no consideraban a la doctrina de Chiquinquirá digna de ser la poseedora y guardiana de ese tesoro, telúrico y celeste.

El asunto lo tuvo que dirimir la Real Audiencia, en marzo de 1635, por que el capellán de Chiquinquirá, cura Gabriel de Rivera Castellanos, protestó ante el Cabildo de Santafé de Bogotá por los  serios inconvenientes presentados por la ausencia de la Virgen de  su terruño.
  
El litigio por la posesión del lienzo fue fallado en favor de su legítimo dueño. Los oidores, en su sabia jurisprudencia, se inclinaron por el humilde sitio escogido por la voluntad divina para dejar reposar en él un signo de su misericordia. “…se acordó se escriba a los corregidores de los partidos de naturales de esta jurisdicción y a los padres doctrineros y personas devotas que estén en el campo a quienes den por sí y pidan limosnas para fenecer el resto que en la dicha petición se refiere para que devuelva a su casa la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Con lo cual se acabó este cabildo y se firmó y va testado.   (Cf. Archivo Histórico Regional de Boyacá, Cabildo, Leg. 16, ff. 237rv.)

Ahora, mi buena señora, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, cuál es el inconveniente en que una pintura echa por un hombre, a imagen y semejanza de la Madre de Dios, haga prodigios. Recuerde que para el Altísimo no hay nada imposible. (Lucas 1, 37).






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