jueves, 21 de marzo de 2019

¿La Patrona participó en la Campaña Libertadora?




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La historia patria es un tema tedioso porque el establecimiento se encargó de llenarlo de mitos y leyendas. La escolaridad evitó las revelaciones serias producto de una investigación ceñida a la veracidad.

La biografía nacional tiene como título la falacia. Condena que impide vivir con la dignidad moral de una nación civilizada.

El ejemplo de ese subdesarrollo de la memoria es parte del folclorismo patriotero. El modelo es difundido por algunos medios de información con sus notas apresuradas, confusas y ligeras en sus contenidos.

Circulan textos que afirman: “La Virgen de Chiquinquirá entregó sus joyas para financiar la Campaña Libertadora”. Además, los señores Nariño, Santander y Bolívar son convertidos en los hijos devotísimos de la Madre de Dios como si tratara de un ejercicio electoral de manzanillos. El ciclo circense se echa en la talega de los sucesos.  El bicentenario de la Batalla de Boyacá va de la mano del centenario de la coronación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Así el sancocho de fechas queda listo para el consumo de un pueblo educado, desde la escuela, para la amnesia.

Ante tamaña madeja de datos se intentará una tarea pedagógica para desenredar semejante nudo.

La Orden de Predicadores donó una parte de las joyas de la Virgen Morena para sostener un caótico intento de independencia administrativa de España (1815). Para esa época, don Pablo Morillo tenía en su bolsillo la orden del rey Fernando VII de restablecer el Virreinato de la Nueva Granada (1814).


Mientras la España monárquica pensaba en sus dominios de ultramar, las altezas serenísimas de Santafé de Bogotá tenían sobre sus conciencias una guerra civil (1812), acción que dejó un reguero de campesinos insepultos.

La caída de Cartagena de Indias asustó al notablato que acudió a los de pata al suelo para que sus corazones detuvieran a las balas enemigas. El “general” Custodio García Rovira, de profesión teólogo y clavicembalista, quedó al mando de una tropa de labriegos. Su sentido del arte de la guerra le alcanzó para componer la sinfonía del desastre. El primer movimiento fue arriar mesnadas de jornaleros para la fosa común. La masacre de Cachirí puso punto final al bochinche independentista (feb de 1816).

La debacle fue de tales dimensiones que el mercenario francés, Manuel Serviez, profano el templo y se robó el lienzo de la Virgen de Chiquinquirá (abril de 1816) para cubrir su fuga hacia los llanos.

Y las gemas de la Virgen, entregadas a José Acevedo Gómez, ¿a dónde fueron a parar? Silencio en la línea del tiempo. Los recibos que justifiquen la inversión en compra de armamento para la defensa de las Provincias Unidas de la Nueva Granada no existen (rarísima conducta de tan impolutos próceres).

La reconquista española avanzó sin tregua y la Chinca no intervino en la Campaña Libertadora (mayo-agosto de 1819). Por favor, no confundir más a la ciudadanía. La memoria de un país joven, pero heroico, merece respeto.
Resuelto el embrollo de la maraña informativa se da la vuelta a la página para mirar las devociones del trío de personajes, Nariño, Santander y Bolívar, miembros de la masonería.

Antonio Nariño pasó por la Ciudad Santuario (1823) camino de Villa de Leiva donde murió en diciembre de ese año. ¿Le habrá quedado tiempo para pedir perdón por el desfalco contra la caja de diezmos?

Simón Bolívar tuvo unos pasos fugaces por el pueblo en 1821 y 1827 según consta en una lápida conmemorativa (Chiquinquirá, carrera 10 con calle 21). Y estuvo orando frente a la Reina del Cielo como cualquier miserable pecador después de la derrota política en la Convención de Ocaña, 1828.

Francisco de Paula Santander visitó la Villa de los Milagros cuando volvía de los Estados Unidos, exiliado por conspirador y traidor. (1832).

La tríada de gobernantes, con sus vicios y errores, no son los semidioses del olimpo sabanero que los guardaespaldas del sofisma institucional han querido edificar sobre la bandera tricolor.

La Batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819) y la coronación de la Virgen de Chiquinquirá (9 de julio de 1919) no son épocas para confundir ni para llenar de imágenes y conceptos errados en aras de promocionar un discurso político disfrazado de acción cultural.

Los dos acontecimientos están profundamente arraigados en la conciencia de la nacionalidad. Esos hechos requieren de un cuidado honesto en su redacción.

La banalidad y el montaje de circunstancias ficticias para agradar a los productores de noticias no son formas válidas de narrar el pasado histórico de la Nación. Eso no es libertad de prensa ni de expresión. La mentira, impresa o televisada, hiede a embuste mediático.

Mezclar las fiestas y repetir los modelos de cuentería para mantener cautiva a una audiencia repleta de indiferencias no es, no puede ser, la ruta informativa de una república grande y soberana.

En conclusión, el proyecto de paz se debe redactar con las preces de María de Chiquinquirá y el coraje inmarcesible del Pantano de Vargas. En ese tintero existe una magnífica oportunidad para reescribir la crónica de Colombia sin la mitomanía grecolatina que anula el heroísmo raizal. “La verdad os hará libres” (Juan 8,31).

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