martes, 6 de marzo de 2012

María, la mujer que encarnó en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas




Por P. José Manuel Tobar Carrizosa
Miembro de Número de la Sociedad Mariológica Colombiana

Macarios.
Este término griego, puede traducirse como; feliz, dichoso o bienaventurado.
En el Nuevo Testamento se encuentra 50 veces, discriminado así; 28 veces en los sinópticos (13 en Mateo, de los cuales nueve  en el sermón de la montaña, cinco en Lucas). En el Apocalipsis siete veces, en las pastorales tres veces, cuatro veces en las cartas católicas, dos veces en Juan y Hechos de los Apóstoles.
En el Nuevo Testamento el término puede poseer un significado no específico, de feliz o bueno y puede emplearse en gran variedad de contextos.
En la inmensa mayoría de los pasajes, Macarios se refiere a personas. En el Antiguo Testamento los macarismos expresan una alabanza por una felicidad profana, refiriéndose a bienes terrenos.
Nótese como en los LXX Makarios corresponde generalmente al hebreo eser, dicha felicidad y Makarizo, corresponde a asar, felicitar.
En el Nuevo Testamento, ocupan un puesto central, ante todas las bienaventuranzas del Sermón del Monte.
En los macarismos se relacionan mutuamente el presente y el futuro, los cuales encierran una gran fuerza emocional. Ahora todos los valores seculares son secundarios, respecto al bien supremo del Reino. La verdadera felicidad no es para los ricos y seguros sino para los pobres y oprimidos, que solo son ricos en compasión, pureza y paz.
La bienaventuranza es también para aquellos que acogen el mensaje del Reino con fe (Mt. 13, 16). Para aquellos que comprenden las palabras y actos de Jesús. (Jn 13,17).
La bienaventuranza es una fórmula de felicitación, de la que encontramos muchos ejemplos en el Evangelio, por ejemplo, “Dichosa tú, que has creído” (Lc. 1,45). Los destinatarios son ya felices, en el momento en que se les felicita. La dicha de la que hablan las bienaventuranzas no excluye las contrariedades ni el sufrimiento.  Esta dicha se presenta ante  todo como vinculada a una promesa. Las bienaventuranzas van dirigidas a cierta categoría de personas, caracterizadas por sus situaciones o disposiciones de espíritu, a ellas son a las que se ofrece  la esperanza. Ellos son los Anawin  J H W H.
En esta categoría de personas,  ocupa un puesto singular la  Santísima  VIRGEN MARÍA; a quién llamamos bienaventurada, no por su pobreza material sino por haber creído,  no porque no tuviera nada, sino porque fue capaz de recibirlo todo.
La Kenosis, el vaciamiento del  Hijo de Dios en la encarnación, la realizó María en su virginidad (pobreza), en su “Hágase” (humildad), y en su  tapeinosis (bajeza). “La pobreza del ser es el vaciamiento de poder y de prestigio”.
María es el espejo de las bienaventuranzas y el perfecto seguimiento de Jesús, la fidelidad  lleva a la palabra en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza, así  ella se convierte en primera discípula del Señor.
Veamos a continuación como la Santísima Virgen encarnó y vivió de manera admirable cada una de las bienaventuranzas proclamadas en el sermón del monte.
Para comenzar notemos como Jesucristo llama bienaventurados a los pobres, no porque sean los mejores, no les exige condiciones, ni meritos especiales. El Reino de Dios, no es una recompensa de virtudes sino un don, este es el don que recibió y vivió la Virgen María.
Los pobres son bienaventurados porque son más libres, saben compartir, son capaces de amar y de confiar totalmente en Dios. María crece en el seguimiento de Jesús, camina en la oscuridad de la fe, en la pobreza de espíritu como modelo del pobre de YAHVÉ, y a pesar de no comprender muchas cosas, (Lc. 2, 50), “las guarda todas, revoloteándolas- symballousa- en su corazón.
María  se convierte así, en cierto sentido en la primera discípula  de su Hijo. La santísima Virgen es la que por la sencillez de su corazón, nos arrastra como nadie a vivir el espíritu de las bienaventuranzas, al ser Ella la primera bienaventurada.
PRIMERA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los pobres.

A) La  pobreza material.
 La pobreza en cuanto virtud cristiana, no consiste en no poseer las cosas de este mundo, -al contrario, todos los pobres serían santos.
La vida de María, como la  nuestra fue eminentemente humana, también ella estuvo sometida a la misma clase de situaciones difíciles, en que todo ser humano se encuentra situado.
José, María y Jesús, fueron pobres, no pertenecieron a la clase social de los grupos adinerados, cultos y privilegiados. La Virgen Santísima  vivía  la vida misma de todos los del pueblo, no era poderosa ni rica. (Lc 1, 52-53. Pertenecía a los pobres, para quien no hay habitación principal (Katalyma)  y se  bajan a habitar en la gruta. (Lc 2,7).
Nótese como, el llamado criterio de desemejanza y discontinuidad (el cual se aplica a los  hechos y dichos que son irreductibles a la concepción Judeo – cristiana) criterios que la tradición primitiva ha querido dulcificar porque aparecían como algo excesivamente  audaz: que Jesús, María y José, fueron pobres, y que la buena noticia fue dirigida especialmente a los pobres, todo esto se afirma, basado en material histórico, y no en simple leyenda.
María pertenece al grupo de los humildes, (Tapeinoús),  a quien Dios ensalza. La pobreza de María - plenamente aceptada por ella como manifestación de la voluntad divina, debió ser extrema: El ofrecimiento de las dos tórtolas en la ceremonia legal de la purificación (Lc 2, 24), el oficio manual de san José (Mt 13, 55) y las grandes privaciones en Belén, en Egipto y en el mismo Nazaret.
b- Pobreza Espiritual.
El concepto material de pobreza, fue dando pasos hacia un significado moral más interiorizado; pobre es quién se adhiere al Señor con todo el corazón, obedeciendo la Torá, la ley. A estos se les llamó Anawin  yahvé, los piadosos, justos, fieles, que se refugian en Dios y observan su alianza. Lo esencial es colocar toda la confianza en el Señor.
María es la mujer que ha asimilado perfectamente el Espíritu de los Anawin, de los pobres de Yahvé, hasta llegar a su más perfecta expresión. Ella misma nos habla de su humildad, lo cual constituye el núcleo central del canto  del Magníficat; y en el que nos descubre su alma de pobre.
Ella es la primera  de esas personas profundamente piadosas, que a través de pruebas y purificaciones alcanza una plena disponibilidad, a los designios divinos,  colocando su confianza en el Señor, por encima de todo apoyo humano. María pone su  ideal en la sumisión total a la voluntad de Dios, y lo hace con una aceptación total, gozosa y plena (El Fiat de María).  La Virgen fue consciente de su pequeñez e  insignificancia, llamándose a sí misma  la Sierva del Señor. (Lc 1, 38. 48). No tuvo milagros, ni triunfos, su Hijo no permitió que le rosase siquiera la gloria humana.
Ella vivió la aceptación de su condición, esta humilde condición es el elemento constitutivo de su gloria, y es el mismo espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10).

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS.
 María Santísima resplandeció en mansedumbre y dulzura. En la  Salve, oración muy estimada por la piedad del pueblo cristiano, se destaca con amorosa reiteración, los rasgos hermosos de esta bienaventuranza: “Vida, dulzura: la dulce Virgen María”.
La mansedumbre es antes que nada la humildad de corazón, con todo su cortejo de virtudes. La verdadera mansedumbre, la que es reflejo de la de Jesucristo, está penetrada de fortaleza. He ahí la mansedumbre de María.
Esta mansedumbre- dulzura no es pasividad, es creadora, porque es abandono ante Dios, que otorga la vida desde el  interior.
La Virgen es acogedora de la gracia divina; en ella  este abandono se torna creador, tan profundamente, que el Hijo de Dios nace en su carne, recobrando la integridad original.  A María se le ha llamado entonces el “sacramento de la dulzura – ternura maternal de Dios”. La mansedumbre – dulzura de esta bienaventuranza es la forma más delicada del amor. Esta virtud se encarnó admirablemente en la Virgen- Madre de Nazaret. (1)
1-el famoso Marial, al aplicar a María esta segunda Bienaventuranza afirma; “Manso es aquel a quien no se le pega el rencor,  ni la ira, sino que todo lo sufre ecuánimemente. Nuestro Señor fue maestro en esta virtud.
La fe de María no se vio transformada en comprensión total hasta el día que llego la hora de Jesús. Su confianza y su disponibilidad, la aceptación plena de su misión, ese vivir en silencio y en la sombra, su valor, su alegría, su lealtad no la hacen extraña a nosotros.
Desde esta cercanía humana, aparece más sublime  y atractiva a la vez, su bienaventuranza, “María, pobre, mansa, dulce, misericordiosa y compasiva, cualidades que nos la presentan como modelo y la gran consoladora de los hombres de hoy.
BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN.
Santa Catalina de Siena, en su famosa obra  El Diálogo, habla acerca de las diferentes clases, valor y fruto de las lágrimas. Distingue cinco clases:
a)    Lágrimas malas, son las que proceden del pecado y llevan a él.
b)   Lágrimas de temor por los propios pecados.
c)    Lágrimas de los que desean servir a Dios: pero privados de los consuelos, o atormentados por las tentaciones, lloran por verse con tanta incapacidad.
d)   Lágrimas de los que aman con perfección a Dios y al prójimo, doliéndose de las ofensas que hacen a Dios y compadeciéndose del daño hecho al prójimo.
e)    Lágrimas de dulzura, derramados con gran suavidad por la unión íntima del alma con Dios, son estas las lágrimas del puro amor.
Estas últimas son las que derramó la Santísima Virgen María. Estas coinciden cabalmente, con las de la tercera bienaventuranza en su forma más perfecta y exquisita. Las lágrimas, el sufrimiento, la tristeza están en lo hondo del misterio de María, como lo había profetizado Simeón (Lc 2, 35).
Simeón, al decir que el alma de  la Virgen será “atravesada” por el más acerbo dolor, indica que María está implicada en el mismo destino de sufrimiento que su hijo. Tuvo que sufrir ante esta situación; al principio quizá con extrañeza - por no entenderlo todo – y después con su adhesión total a todo riesgo. A este dolor se refiere la espada de Simeón, que indica un sufrimiento de grandes dimensiones. Se trata de un dolor que penetra hasta la profundidad del ser  y que traspasará el alma de la Virgen, seguir a Jesús no es posible, sin tomar la propia cruz (Lc 9, 23), dispuestos a correr su propia suerte. Eso hizo siempre su madre.
Es natural que llorase ante la pérdida del niño en el templo. Este episodio contiene una dimensión mesiánica, en cuya grandeza se vería profundamente implicada la madre.
También lloró al pie de la cruz, mientras todos huyeron ella se quedó con su hijo y lo apoyaba asistiéndolo en su agonía (Jn. 19, 25-26). María nos enseña que ha sido necesaria esa especie de ruptura de los lazos de carne y sangre durante el ministerio público, para que aquí se empiece a realizar su maternidad universal en la iglesia. Aquellos días de la pasión de su hijo, María estaba en Jerusalén bebiendo el cáliz de la pasión.
En el templo y en Cana, nos transmitió sus palabras, aquí sólo su silencio. En el evangelio de la infancia calla al ver nacer al  hijo, aquí igualmente calla al verlo morir.
Dice el Concilio Vaticano ll. “se asoció  con corazón maternal al sacrificio de su unigénito, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima, engendrada por ella misma” (2).
 María participa en todo el drama de la pasión de Jesucristo, no sólo como persona histórica, sino representando misteriosamente a la Iglesia, a través de ella a toda la humanidad creyente en la historia de la salvación. A Ella se aplican las palabras del Cantar de los Cantares: “Toda hermosa eres amada mía, y no hay mancha en ti” (Cant 4, 7) Esta alabanza se cumple plenamente en Ella. El camino de la bienaventuranza pasa necesariamente por el dolor.
BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED.
Dadas las circunstancias escasamente confortables en las que transcurrió su vida, tuvo que experimentar muy hondamente sensaciones ingratas y dolorosas: el frío y el calor, el sufrimiento físico; padeció hambre y sed, como todos los que viven su pobreza en los pueblos pequeños. María, dice san Lucas, viajó en  malas condiciones a AinKarin a visitar a si prima Isabel.
Marchó a Egipto. “esta en Egipto a él va”, era un proverbio de Israel, que significaba la vida de sacrificio que llevaba una persona. Tener hambre y sed de justicia es ya ser bienaventurados. Cristo se solidariza personalmente con el pobre y el oprimido, a quién hace ser hermano preferido. Esta doctrina la proclamó la Virgen en el canto del Magníficat, la vivió y como nadie sintió  hambre y sed de justicia, es decir de perfección, de plenitud, de santidad: hambre y sed de Dios.
Hoy en un mundo sensibilizado por las injusticias sociales, se exige a la iglesia una mejor profundización del mensaje evangélico del Magníficat, de la justicia interhumana y del compromiso con los oprimidos y marginados.
El hambre y sed de justicia que impregna el cántico de María está subrayado su amor preferencial por los pobres y desgraciados. Esta justicia  - santidad comienza cambiando el corazón, pero tiene una dimensión social que entraña la liberación integral del hombre.
2. Lumen Gentium nro  58

BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS.
La misericordia es una virtud especial, fruto de la caridad, aunque distinta de ella, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias del prójimo y  a remediarlas en cuanto dependan de nosotros. Es la mayor de todas las virtudes que podemos practicar con relación al prójimo.
La Virgen María. Reina y Madre de Misericordia, practicó esta virtud hermosa en un grado total de tal perfección que solamente fue superado por Jesús.
No cabe duda de que ella recibió el premio de la quinta bienaventuranza, porque es imposible realizar el merito sin recibir el correspondiente premio: lo exige así la justicia misma de Dios.
María fue reservada por Dios, no sólo de caer en el pecado actual, sino incluso en el original, privilegio singularísimo concedido únicamente a Ella entre toda la humanidad, caída por el pecado de Adán.
Esta bienaventuranza difiere de la mansedumbre, que aunque se proyecta normalmente sobre los demás, posee ya sentido referido a uno mismo; mientras que la misericordia, en toda su plenitud, no se le concibe si no en relación al prójimo.
Los misericordiosos se parecen a Dios, son personas que sufren y sienten más por los demás y debido a ello son bienaventurados.  Eso hizo María en Caná compadeciéndose de los esposos. María vive la experiencia de su Abbá, tierno y misericordioso (Ex 34,6)  y sabe que desde el momento en que el hijo de Dios apareció en su vientre hecho hombre, la búsqueda de Dios no puede prescindir del hombre. La misericordia es el atributo principal de Dios en el Antiguo Testamento y acompaña toda la historia de salvación.
La historia del pueblo de Dios es la revelación de la misericordia divina.
Trece  veces se aplica a Dios el término singular- Rajum – misericordioso. El sustantivo plural rajamaim expresa esa reacción materna: ¿”acaso olvida una mujer al niño de pecho fruto de sus entrañas”? (Is 49.14-15) ¿en qué grado tendría María ese amor? ¿No será esta la característica más sobresaliente de la madre de Nazaret? El papa Juan Pablo II para hablar de esta bienaventuranza se fija en dos términos: jesed, lealtad en el amor y rajamin- entrañas. El primero dice, es propio del padre; el segundo, de la madre. De la unión que liga a la madre con el hijo, se puede decir que este amor es totalmente gratuito y sin merecimiento alguno; de este modo se establece una necesidad interior, es una exigencia del corazón -3-.
 La liturgia aplica a María el texto de proverbios 8,22-31: en ella se ha encarnado su misericordia “sus delicias están con los hijos de los hombres”. Su corazón maternal está lleno de misericordia.

3- Dives in misericordia 4, 16-25
Amor y ternura en Belén. Compasión dolorosa al pie de la cruz. Misericordia, para los hombres en Caná compadeciéndose de los esposos, e impetrando el don del Espíritu Santo en el cenáculo. (Hec 1,14).
La misericordia de María se deriva enteramente del padre de las misericordias y Dios de toda consolación (2 Cor 1,3) nunca la misericordia de la Virgen se puede considerar contrapeso de las misericordias de Dios, aunque la intervención de María sea realmente eficaz.

BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN

En esta sexta bienaventuranza evangélica, el señor establece una relación de mérito a premio entre la limpieza de corazón y la visión de Dios: bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8) esta bienaventuranza se refiere sobre todo a la limpieza de toda mancha de pecado; la limpieza del corazón de María es inmensamente superior a la de todos los santos, puesto que es una limpieza inmaculada no compartida por ninguna otra persona humana. María vio a Dios aún en este mundo no sólo por la fe, si no por la visión beatifica. El corazón es el centro de la vida interior, en sentido bíblico, es el asiento del entendimiento y de todos los afectos. En el radica la vida religiosa que determina la actitud moral de todas las personas. El puro de corazón es aquel que en las disposiciones internas sincronizan con la accionen externa.
María es la limpia de corazón: la llamamos la Virgen, ese es su nombre: simplicidad, sin dobleces, autenticidad, limpieza, transparencia. En su corazón anidaron los más puros y nobles sentimientos.
La teología y la liturgia ponen en el centro de la devoción a María precisamente su dignidad de nueva Eva, madre de todos los que viven la nueva vida sobrenatural. Esa vida está llamada a realizar la bienaventuranza de los limpios de corazón, la visión de Dios. Los limpios de corazón no solamente ven a Dios si no que en ellos se ve Dios.
María vivió en Dios, convivió con Jesús, saboreó su presencia; Ella transparenta nítidamente a Dios. En su vida de Nazaret caminaba hacia la visión “cara a cara” de Dios. El limpio de corazón ve a Dios en Cristo; “quién me ve a mí ve al padre” (JN 14,  9).
San Juan de la Cruz a vivido este misterio de transformación y de él nos deja un testimonio en su cántico espiritual, misterio de transformación que como nadie vivió María durante aquellos años de vida oculta, de convivencia diaria con su hijo unigénito, resplandor y gloria del Padre. 4-

4“Cuando tú me mirabas,
Su gracia en mí tus ojos imprimían;
Por eso me adornabas,
Y en eso merecían
Los míos adoraban lo que en ti veían.
         (Estrofa 32 obras completas Madrid; 1957,687)
                                                   


BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR  LA PAZ.
Es clásica la definición agustiniana de la paz, entendida esta como “la tranquilidad del orden” donde cada persona o cosa ocupa el lugar que le corresponde, hay paz. En el orden individual tenemos paz cuando ninguna pasión desordenada viene a perturbar el orden de la virtud, marcado por la razón y la fe.
En el orden familiar hay paz cuando cada uno ocupa el lugar que le corresponde o desempeña rectamente su propia misión u oficio.
En el orden social hay paz cuando entre los ciudadanos de un mismo pueblo, o de varios pueblos, o naciones, reina la justicia y la caridad.
La Santísima Virgen gozó de una paz inefable a pesar de sus terribles dolores y tribulaciones sufridos durante su vida mortal. En todo lo que acontecía, veía ella la mano de Dios, como el cumplimiento de sus designios amorosos.
Dichosa la Virgen al oír a los pastores relatar que, con el ángel que les anuncio la gran alegría, se junto una gran multitud del ejercito celestial que alababa a Dios, mientras proclamaban la paz que ama al Señor. (Lc 2,14)

El termino Eudokías que aparece en los códigos griegos, no limita los destinatarios de la paz, sino que se extiende a todos los hombres a los que Dios hace objeto del beneplácito divino.

La paz en el sentido bíblico es el conjunto de bienes que aportara el Mesías, llamado Príncipe de Paz. (Is 9,5). Para los hebreos la paz no se limita a  la concordia y a la armonía de los hombres entre sí y con Dios. La paz implica también el bienestar, el gozo la felicidad, la abundancia de bienes, la fecundidad de la tierra y de  la familia.

La Paz, esta bienaventuranza plena es la que Jesús nos deja en herencia.

Eirenepoios es el que hace la paz. “Shalon” paz, era el saludo con el que María comunicaba la paz (Lc 1, 40) su paz genera su equilibrio afectivo, su confianza plena en Dios, su abandono total, le daba esa elegancia serena y espiritual, que es la expresión de la paz. Esta bienaventuranza no se refiere a una disposición interior; sino a una actividad que va en beneficio de los demás.
María está dotada, de una fuerte personalidad, como lo manifiesta en las bodas de Caná, no sólo es la que recibe el don de Dios, sino que se esfuerza por ayudar  a todos, la que trabaja por la paz.  Ella es la eirenepoios: la que hace la paz.
BIENAVENTURADOS LOS PERSEGUIDOS.
Esta bienaventuranza, tal como se lee en el sermón de la montaña, dice así: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el reino de  los cielos. ( Mt. 5, 10). La palabra justicia en el lenguaje bíblico, equivale a santidad, o sea, al cumplimiento integro y perfecto de la ley de Dios.
La justicia o santidad a suscitado y seguirá sucintando siempre el odio y la persecución por parte de los impíos. Lo anuncio repetidas veces el mismo Cristo, (Lc. 21, 12).
La  Santísima Virgen padeció al menos indirectamente persecución. La padeció por parte de los que persiguieron a su  divino hijo, hasta el extremo de crucificarle. Los dolores de su hijo eran los dolores de Ella, las persecuciones contra su hijo repercutían en su corazón inmaculado. Ella no padeció martirio en el cuerpo, pero sí lo padeció en el alma, como nadie lo ha padecido jamás.
Los discípulos no pueden ser de mejor condición que su maestro, ni la esposa estar coronada de rosas mientras el esposo esta coronado de espinas.
Antes de que Jesús muriese en la cruz, María ya participaba en ella a lo largo de toda su vida. Pensemos por ejemplo, en las dudas de José; el silencio mantenido por María frente a su esposo, le acarrearía un drama muy íntimo y agudo.
María, la primera creyente, la discípula más fiel que ha caminado bajo la cruz, siguiendo al crucificado. La cruz ha purificado y hermoseado a la Señora, la ha hecho esplendorosa. Ha sufrido con su hijo para ser también glorificada con Él.
EL PASAJE DE LA VISITACIÓN (LC. 1, 39-45)
Encontramos aquí una confesión doxológica por parte de Isabel. El oráculo de la madre de Juan se expresa mediante tres títulos que sitúan a María en el centro de la escena de la historia de la salvación:
a) “Bendita entre las mujeres”(Lc 1, 42) se trata de un superlativo en el que se reconoce que Dios ha hecho fecundo el seno de la Virgen del que germinara el mismo autor de la vida.
b) “La Madre de mi Señor” (Lc. 1, 43). Jesús es proclamado Señor, tanto en su sentido transcendente y divino. María  es a s u vez la GHEBIRAH o Madre real del Mesías y la Madre del Hijo de Dios.
c) “Bienaventurada aquella que ha creído” (Lc. 1, 45), interpreta la respuesta de María al ángel como un acto de fe, bendición que alberga la misma maternidad mesiánica de María, que no fue sólo de orden biológico. Con la fe de un oyente de la palabra, y su obediencia, María desde el criterio de discriminación, entra a formar parte de la familia escatológica que será formada por Jesús.
María es “Bendita” (eulogemene) entre las mujeres, porque es bendito (eulogemenos), el fruto de su vientre; t es  “dichosa” (makaria), porque ha creído por su fe.
Dos aspectos de la personalidad de María en los que centra la alabanza: ser Madre del Kyrios y ser la creyente.
Cuando Isabel llena de Espíritu Santo, prorrumpe en una alabanza de María, su primer grito es una bendición que recuerda las palabras de Débora, la profetiza, al cantar la gesta de Yael: “¡Bendita entre las mujeres Yael!” Desde el mismo comienzo de su narración, Lucas funde dos temas capitales en la figura de María; la humilde ”esclava del Señor” (Lc 1, 38) es “La que ha creído” (Lc. 1, 45), la que realiza en toda plenitud el ser discípulo.
Será Isabel la que contará el misterio. (Lc. 1, 41-45). Bienaventurada María que creyó en un Dios de amor, que se entregó con su “hágase” y por eso   el Señor hizo grandes maravillas en Ella.
El versículo 45  es una alabanza a María en tercera persona; “Feliz la que ha creído que se cumplirán todas las cosas”, mientras que el versículo 42 está en segunda persona “Bendita tú entre las mujeres”.
El evangelista al referir las palabras de Isabel les da una solemnidad especial como si las uniese a algún himno de la primera comunidad en honor de María.
Isabel exclamó con gran voz, proclamó, entonó, ese es el significado del verbo anefónesen que sólo se usaba en las ceremonias  litúrgicas,  en torno al arca (1 Cron. 16, 42).
Feliz tú- se verá en efecto saludada porque has creído, Ella es la Pistéusasa, “La creyente” por excelencia. María es la “Bendita entre las mujeres” expresión semítica para indicar un superlativo, “la más bendita, la benditísima”.
El bienaventurado se constituye en un ejemplo de vida para quien lo celebra. María aparece como la creyente que acoge gozosa el gran don divino.
Las palabras de Isabel, reflejan ecos que ya conocemos. La bendición así, es eco de la cita del libro de Judith: ¡bendita seas hija del Dios altísimo, más que todas las mujeres d la tierra! (jdt 13, 18).
Con María, la Madre de la fe, comenzó la fe sobre la tierra. Porque es la Madre de la fe, se vuelve también corporalmente la Madre del Mesías.
¡Dichoso el seno que te llevo! (Lc 11,27-28).
Este es un pasaje exclusivo del evangelio lucano. Encontramos por tercera vez una bienaventuranza dirigida a la Madre de Dios.
Una mujer del pueblo interrumpe a Jesús y proclama a su mamá como una mujer bienaventurada (“¡dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”) esta mujer anónima se coloca entre la lista de quienes a lo largo de la historia invocan a la Santísima Virgen María como: “la mujer más feliz”.
Ante este elogio Jesús responde: Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 27-28)
El conjunto de vientre y pechos es un circunloquio judío. La bienaventuranza de la madre puede consistir en el hijo que ha tenido; siendo entonces el objeto primario del macarismo el hijo.
María es bendita por haber concebido un hijo como Jesús, ella misma es, con todo verdadero objeto de la alabanza.


CONCLUSIÓN
Durante toda su vida María escuchó la enseñanza dispensada por su hijo, fue bienaventurada por su vida de mujer piadosa y porque a su espíritu se acomodó toda entraña del sermón del monte.

Sus vivencias espirituales: pobreza y  riqueza, paradoja existencial que la hacen sujeto apto y fidedigno del canon de las bienaventuranzas, de toda la santidad que ellas comportan, cuando se las viven en vías de amor y de compromiso.

Ella es receptibilidad y disponibilidad total, al servicio del reino de Dios.

Ella, es  la Virgen fiel, en quien habitó la plenitud del Espíritu Santo. Desde lo profundo de su corazón brota un canto de alegría: “El Señor ha hecho obras grandes en mí”, por eso bienaventurada me llamarán todas las generaciones. (Lc 1,48).





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