miércoles, 18 de abril de 2012

Los santos y María


s. Pedro de Alcántara

Cuando san Pedro de Alcántara era superior del Convento de Reforma de Nuestra Señora de los Ángeles, cerca de Robledillo, pasó lo siguiente debido a su gran amor y confianza en la Santísima Virgen: “En un riguroso invierno, a causa de la excesiva nieve que cubría los caminos, se hizo de todo punto imposible salir del convento en busca de limosnas. Como el espíritu de pobreza, que rayaba en lo increíble en aquella mansión, más celestial que terrena, no permitía grande acopio de alimentos, se dejó sentir bien pronto en toda su intensidad y dureza la carencia de sustento, y la víspera de Navidad vinieron a hallarse sin un pedazo de pan con qué atender a sus desfallecidos cuerpos.

Aunque el recuerdo de la pobreza de Nuestro Señor y de su Madre Santísima en el portal de Belén servía de gran consuelo a los religiosos que se gozaban de padecer aquellos gajes de la pobreza seráfica, el ánimo de Pedro sentíase conmovido y apenado al ver sufrir a sus hijos, y en tan amargo trance procuró sostener su espíritu con dulces y sabrosas pláticas, en las que ponía el Señor, más que nunca, tal eficacia y virtud que daban a la vez fuerza y vigor al alma y al cuerpo. Ello es que ni omitieron las horas ordinarias de oración y penitencia, ni se dispensaron de cantar los maitines a media noche con la solemnidad acostumbrada.

Entre tanto, Pedro, confiado en las promesas del Señor y de san Francisco, su padre, redoblaba sus oraciones y daba amorosas quejas a la Santísima Virgen, cuando he aquí que, a deshora de la noche y apenas habían dado comienzo al rezo del divino oficio, se oyó resonar la campana de la portería, y acudiendo el portero, extrañado de la novedad, encontró junto a la puerta dos grandes cestas, llenas de pan blanquísimo la una y la otra con buena provisión de viandas, sin que en la nieve se descubriera huella alguna que diese a demostrar haber sido portador de tan ricos presentes una persona humana. Con esto, no sólo se remedió la necesidad de la afligida comunidad, sino que fue ocasión al santo prelado para dar a sus religiosos saludables documentos acerca de la pobreza evangélica”.

S. Gema Galgani
“Fue un ocho de mayo en que la Soberana Señora, la Virgen María, como si quisiera expresar con una viveza tal vez nunca más igualada, como en su Corazón se desbordaba ya el amor que contenía para Gema, en un arranque de encendida maternidad, que recuerda aquel amoroso frenesí con que las madres, apretujándolos entre sus brazos, magullan y se comen a besos a sus hijitos, dice a nuestro serafín humanado: “Tú gozas en llamarme tu Mamá; pues mira, yo salto de júbilo llamándote mi hija”.

S. Gertrudis
“Deseaba santa Gertrudis en Adviento ofrecer sus filiales obsequios a la Virgen María, y el Señor le mostró como debía hacerlo, diciéndole: 1º Saluda al corazón virginal de mi Madre, en atención a la superabundancia de todos los bienes con que benefició a los mortales; tan puro fue que hizo antes que ningún otro el voto de virginidad; 2° Saluda a ese corazón tan humilde que mereció concebir del Espíritu Santo; 3° A ese corazón devotísimo y tan henchido de deseos que a él irresistiblemente me arrastraron; 4° Tan encendido en amor a Dios y al prójimo; 5º Tan fiel en conservar cuanto hice en mi infancia, adolescencia y juventud; 6° Tan pacientísimo en mi Pasión que le traspasó terriblemente, sin jamás olvidar tan doloroso cuadro; 7º Tan leal y generoso que consintió que de veras quiso fuera yo, su único Hijo, inmolado para rescate del mundo; 8° Tan solícito y constante en rogar sin tregua por la naciente Iglesia; 9º Tan dado por fin a la contemplación, logrando con sus méritos la gracia de los hombres”.
. Contardo Ferrini
“Exulta, alma mía, por tener una Madre en el Cielo que te quiere más que todas las madres de la tierra juntas; exulta y devuelve amor por amor. En el templo de Jerusalén, en la casita de Nazaret, maduraba una virtud extraordinaria que cautivaba el corazón mismo de Dios; el perfume de aquella flor inmaculada arrastró al Señor a encarnarse y a salvar al mundo. Desde entonces oraba María por nosotros, y toda necesidad nuestra era objeto de sus maternales cuidados. Fue Ella la que consiguió el vino en Cana…

¡Y supo obtener tanto! ¿Qué hará pues, con quienes la aman y le piden los tesoros espirituales, procurando marchar en pos de sus huellas? ¿Qué hará Ella por nosotros, del momento que somos el legado de su Hijo moribundo e hijos suyos? ¿Qué hará Ella, luego de haber contemplado en el Gólgota cómo se ha de amar?” Así habló de María Santísima el beato profesor Contardo Ferrini.

S. Alberto Magno
Según Pedro de Prusia, se trataba de una visión de la Santa Virgen que tuvo san Alberto Magno cuando era estudiante y rezaba en una iglesia de Padua, y la que lo decidió a ingresar en la Orden de Santo Domingo. En la época de su noviciado, vanamente se esforzaba por aprender las ciencias divinas y humanas; su comprensión era tan lenta que resolvió renunciar a la vida de Hermano Predicador. De repente, ve que su pieza se ilumina y que se le aparece la Santa Virgen, como se le apareció a santo Domingo, acompañada de santa Bárbara y de santa Catalina. La Santa Virgen lo consuela y él le suplica que le conceda el conocimiento de todas las ciencias humanas. Ella responde: “¡Sea!; en adelante tus progresos serán extraordinarios y en filosofía no tendrás nadie que te iguale. Siempre te protegeré y no permitiré que sucumbas a los argumentos de los sofistas ni que te alejes de la verdadera fe. Pero, a fin de que sepas que debes este saber a mi bondad y no a tu inteligencia, antes de tu muerte te será arrebatado”. Y así se explican los últimos tres años de silencio del gran sabio dominico.


S. Ignacio de Loyola
Cuando san Ignacio estaba de convaleciente en Loyola, le sucedió, según apunta en su autobiografía, lo siguiente: “Estando una noche despierto, vio claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada, y especialmente de cosas de carne, que le parecía haberle quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas. Así desde aquella hora hasta el agosto de 1555, que esto se escribe, nunca más tuvo ni un mínimo consenso de cosas de carne”.

B. Ana María Taigi
“Todo es inútil, decía Ana María Taigi, cuando le prodigaban cuidados y remedios; estoy en sazón para el Cielo y conviene que yo parta. Sed hijas mías, devotas de María Santísima; os la dejo por Madre en mi lugar”.

S. Juan B. María Vianney
En su sermón sobre las grandezas de María, el santo Cura de Ars, describe la entrada de María en el cielo en estos términos: Para haceros una descripción fiel de su entrada gloriosa y triunfante en el cielo, fuera necesario, hermanos míos, ser el mismo Dios que en aquellos momentos quiso prodigar a su Santísima Madre todas las riquezas de su amor y de su reconocimiento. Bien podemos afirmar que juntó y congregó todo cuanto fuese capaz de embellecer y adornar su triunfo en el cielo. “Abríos de par en par, puertas del cielo, aquí tenéis a vuestra Reina que deja la tierra para venir a hermosear los cielos con la grandeza de su gloria y la inmensidad de sus méritos y de su dignidad”.

“Oh excelentísima, gloriosísima y santísima siempre intacta Virgen María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Reina del mundo y señora de toda criatura, que a nadie abandonas, a nadie desprecias, a nadie que recurre a ti con puro y humilde corazón despachas desconsolado, socórreme, piadosísima Virgen María”.
León XII

No hay comentarios:

Publicar un comentario