jueves, 21 de marzo de 2013

La grandeza de María en la mente de Dios



Crear o sacar algo de la nada, sólo Dios puede hacerlo. Pero hay algo más grande que sacar un ser de la nada, y es sacarlo del pecado. La Redención es más grande que la Creación.

Si la Creación fue hecha por Dios con número, peso y medida; la Redención fue debidamente estudiada y preparada por Dios. Desde la eternidad vio el fracaso del hombre, desde la eternidad ideó el remedio que era redimirlo, desde la eternidad determinó encarnarse y morir, y por ende desde la eternidad, eligió, preeligió y predestinó a María Santísima.

Si el capítulo del libro de los Proverbios en que se describe al Verbo Divino acompañando a Dios su Padre en la obra creadora, circuyendo el giro de los cielos, jugando con los astros que lanza en aparente desorden y en real y prodigioso orden, colocando en los insondables espacios el cimiento de las moles siderales, represando o precipitando las cataratas… si todo ese capítulo es aplicable al Verbo y a María, con mayor razón el capítulo que paralelamente a éste podría escribirse en que se narrara la aparición del mundo de la gracia con sus soles prodigiosos que son los méritos de Cristo, sus abismos pasmosos que son las humillaciones del pesebre, el huerto, el pretorio, el calvario y el sepulcro; sus océanos inundantes que son la sangre de la redención, represada en la Iglesia, derramada por los surtidores de la Misa y de los sacramentos; sus atardeceres trágicos de las humillaciones del Verbo, y sus auroras boreales largas y espléndidas de la resurrección y ascensión. Y en todo ello anda María que es a un tiempo causa y efecto de la gracia, fuente y canal, arca y llave, tesoro y tesorera, abismo y clave, océano y arcaduz. Si es más grande la redención que la creación, a María le corresponden esas maravillas que se pregonan en el libro de los Proverbios, y muchas más habría que decir para subir adecuadamente de creación, a redención; María es mucho más que socia de la creación porque es socia de la redención. Esposa de la unión hipostática.

“Por eso María Santísima es una creatura estudiada por Dios, escogida de antemano, prevista en todos sus detalles”. “La Virgen es el único de los seres creados que ha sido tal como Dios ha querido, en toda la trayectoria de su vida, así como en todos sus movimientos secretos”. (Jean Guitton).

Supuesta la determinación de Dios de encarnarse y morir, ninguna creatura era necesaria, solamente María era indispensable. Por eso María es escogida por Dios para sus grandes planes, ideada para que no tuviera una sola falla, trazada a la medida de los infinitos misterios para los cuales necesita Dios, predeterminada para el grandioso plan de la encamación y de la redención; toda la estructura de María es para Dios, para el Verbo encarnado, para el Dios Redentor, el Dios Glorificador. Está dispuesta a la medida de Dios que ha de hacerse hombre en Ella, que ha de recibir de Ella el cuerpo y la sangre, que ha de recibir en Ella una alma perfectísima, que ha de fraguar en Ella, ser moldeado en Ella, heredarle temperamento, fisonomía, ademanes, voz… y todas las modalidades que heredan los hijos de sus padres, y que Nuestro Señor había de heredarlas de su Madre y únicamente de su Madre. ¡Con cuánto cuidado se buscaría su Madre, con cuánta inteligencia la idearía, con cuánto amor la inundaría, de cuántas bellezas la adornaría, y cuántos primores pondría en Ella!

Para ilustrarnos sobre la predestinación de María, en gran manera nos servirá, ponderar lo que dice Tertuliano cuando describe la creación del primer hombre. Cuando Dios formaba del limo de la tierra aquella semejanza de cuerpo que después, mediante el alma, iba a poseer una triple vida: como planta, como animal, como racional; cuando Dios se inclinó sobre el barro así dispuesto e infundió el soplo de vida por medio del alma, entonces, dice Tertuliano, Dios pensaba en la persona adorable del Verbo encarnado (Christus cogitabatur homo futurus) y por eso en un admirable y divino plan lo disponía todo en orden a la encarnación del Verbo. Al crear la más noble de sus creaturas tuvo muy presente al Verbo encarnado.

Pues mucho mayor es la relación e íntima unión del Verbo con María, que con el primer hombre. Con mayor razón pensaría Dios desde toda la eternidad en disponer todo el ser de María en función y en relación directa con el Verbo encarnado. Y este pensamiento adquiere todo su esplendor intelectual si lo estudiamos a la luz de un pensamiento genial de san Agustín que llama a María en atrevida pero absolutamente exacta expresión “molde de Dios”. Forma Dei. Si Dios, iba a moldearse en María, María desde toda la eternidad debía ser moldeada en Dios.

Con razón dice san Bernardo que la Virgen no fue improvisada en un momento y al acaso, sino elegida desde la eternidad, predestinada por el Altísimo y preparada de antemano por Dios mismo. Y en otro lugar dice san Bernardo que María es “opus aeterni consilli” la obra de una eterna deliberación[1].

Todo eso es la predestinación de María: una elección, un conocimiento anticipado, y una preparación. En María se da una elección: la elección a ser Madre de Dios; un conocimiento anticipado de cómo debe ser la elegida; una preparación que es como la determinación del fin, según el cual se escogerán los medios adecuados.

La predestinación de María es la mirada escudriñadora de Dios que la concibe; es la voluntad amantísima que la elige; es el poder omnímodo de Dios que la realiza desde toda la eternidad. Y el mismo san Bernardo expresa bellamente el pensamiento de Tertuliano y de san Agustín: “¿En qué vaso ha de infundirse esta gracia? ¿Qué vaso podremos presentar como digno receptáculo de la gracia? Bálsamo purísimo es y requiere un solidísimo vaso”. Si esto dice san Bernardo de la gracia que debía entrar al corazón de María; ¿qué se debe decir del Verbo que debía encarnar en Ella? ¿Cuál no debía ser María para llenar a cabalidad el oficio y función de Madre de Dios?

Pues esto es lo que Dios determina en la predestinación de María. Con razón canta la Iglesia: Facta est tota divinitus: Toda tu persona fue divinamente labrada. ¡Qué portento eres, oh María! ¡Qué belleza eres, oh María! ¡Qué perfección eres, oh María! ¡Qué armonía eres, oh María! ¡Qué acabada eres, oh María! ¡Cuánto me gozo en que Tú seas así! ¡Cuánto agradezco a la Trinidad Beatísima que te haya hecho tan perfecta! Eres el fruto de lo mejor que pudo idear la Sabiduría de Dios, de lo mejor que pudo realizar la Omnipotencia de Dios, de lo mejor que pudo constituir el Amor de Dios. Te hizo la Sabiduría, la Omnipotencia y el Amor. Te planeó desde toda la eternidad. A tu lado las demás criaturas ni se necesitan, ni cuentan ni valen. Oh predestinada, oh única, oh suficientísima, oh preferida, oh predilecta: vales tú sola más que toda la creación.


La predilecta de la Trinidad Beatísima

El arte escultórico representó a una joven doncella radiante de belleza en medio de tres personajes que concentran hacia ella toda su atención y todas sus miradas: es el uno un anciano venerable por su majestad y poderío, quien aparece entregándole a la doncella un cetro de oro, símbolo de realeza y dominación; es el otro un hombre en plena juventud y hermosura quien con las manos juntas y entre cruzadas demuestra que profesa plena sumisión y respeto hacia Ella; y es la tercera la representación misteriosa de una persona bajo el símbolo de una blanca paloma que envuelve a la misma doncella en plácidas claridades de luz y ardientes llamaradas de fuego. Es la expresión de un misterio que pertenece al dogma católico.

María ha sido llamada templo y sagrario de la Santísima Trinidad: Ella es la Hija primogénita del Padre; la Madre amantísima del Hijo; la Virgen y fecunda esposa del Espíritu Santo.

Dos razones poderosas hay para demostrar que María Santísima es la Hija primogénita del Padre, en una manera en que las demás criaturas no pueden ser llamadas hijas de Dios porque es manera que sólo le corresponde a María. En el acto eterno y perfectísimo en que Dios-Padre engendra a su Hijo, en ese mismo acto “queda formado en la mente divina el ideal de María, ideal el más semejante al Verbo por su perfección y hermosura; el más unido con Él por la unión de la gracia casi infinita en que fue concebida, y por formar un todo con el mismo en el plan de la Encarnación, hecha no sólo en el Verbo y por el Verbo, sino para el Verbo”.

María fue hecha en el Verbo porque va unida a la segunda persona en aquel acto portentoso en que el Padre se reproduce viviente, perfectísimo en el Hijo, resplandor de su gloria y figura de su sustancia. Imaginémonos que un rayo de luz procediera de un foco y que de él derivara vida real y verdadera, igualdad de ser, dependencia como de hijo con su padre, y que esto sucediera perfectísimamente y desde toda eternidad, tendríamos entonces una comparación exacta con el nacimiento eterno del Hijo que procede vivo, igual al Padre en el Ser y unido a Él por los lazos más íntimos que el Padre celestial expresa de esta manera: In splendoribus sanctorum ante luciferum genui te. Pues en ese rayo viviente, eterno, divino de luz iba María.

Y no sólo fue hecha en el Verbo sino también por el Verbo, porque enseña san Juan que sin el Verbo no hizo Dios nada de lo que existe. María vale más que toda la Creación y por lo mismo fue objeto de mayor cuidado que las demás criaturas juntas.

Y es más aún. María fue hecha para el Verbo. Y aquí nos perdemos en el mar insondable e inmenso de las grandezas de María, guiados por aquella palabra agobiadora de san Ambrosio: “Digna Verbo Sedes: In Deo Patre divinitas, in María Matre virginitas”. Trono digno de sí tiene el Verbo: en Dios Padre la divinidad, y en su Madre María la virginidad. ¿No es verdad que aquí la dignidad de María se acerca, como dice santo Tomás a las inmensidades de la divinidad?[2]

De arte que María es la Hija del Padre porque va asociada al Hijo. Dentro de las realidades divinas el Verbo procedente no es el Verbo simplemente sino que de hecho es el Verbo que llegado el tiempo ha de encarnarse en el  seno de María. Luego Ella va en ese Verbo, y es por lo mismo la Hija primogénita de Dios y de Ella podemos decir: Qué bellos son tus pasos desde toda la eternidad, oh hija del Príncipe.

Y también por otra razón es hija del Padre con quien comparte la infinita dignidad de llamar hijo suyo real y verdadero al mismo Hijo eterno de Dios. De donde resulta entre Dios-Padre y María el nudo inviolable de una santa Alianza.

Es también María Santísima Madre del Hijo. Y por eso el Hijo divino está frente a Ella en actitud de sumisión y respeto. Recibió de María la humana naturaleza, como recibió del Padre el ser divino.

Aparece también el Espíritu Santo, de quien María es esposa virginal, fecunda y con quien en calidad de esposa la unen una mutua entrega, un mutuo amor, una inseparable manera de vivir y una comunicación de bienes.

Y si hemos de expresar el sentido teológico y ascético de este cuadro, ciertamente no encontraremos palabras más hermosas y exactas que las de san Luis María Grignion de Montfort.

“El Padre no nos ha dado, dice Montfort, ni nos da a su Hijo sino por medio de María, y no comunica sus gracias sino por María. Dios-Hijo no ha sido formado para todo el mundo en general sino por Ella, ni se forma diariamente ni nace en las almas sino por Ella, en unión del Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y virtudes sino por Ella. El Espíritu Santo no ha formado a Jesucristo sino por María, ni forma los miembros de su cuerpo místico sino por Ella, y no dispone de sus dones y de sus favores sino por su medio (Grignion de Montfort parte II).

Hay más aún: el puesto de María con relación a las divinas personas no es simplemente el que expresa este cuadro en que María recibe el cetro de oro del Padre, el amor y la obediencia del Hijo, y queda revestida del sol de la Santidad, de la belleza de la virginidad, de la fecundidad de la maternidad por el Espíritu Santo… sino que toda la Trinidad Beatísima da cita en el alma y en el Corazón de María de acuerdo con aquella prodigiosa palabra: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y a él vendremos y en él fijaremos nuestra morada”. Allí piensa el Padre, allí nace el Hijo, allí ama el Espíritu Santo. María es templo y sagrario de la Santísima Trinidad. Con razón se ha dicho que María es “parecidísima a Dios” y que es “de la familia de Dios”.

Oh portento admirable, oh criatura predilecta, oh camino para ir a Dios, oh centro de Dios.

En María hallamos a Dios en la trinidad de sus personas; en la efusión de sus dones, en la unidad de su ser. Si supiéramos el don de Dios que es amar a María.


En los umbrales de la humanidad

Aquella tarde del Paraíso que salieron expulsados nuestros primeros padres por el ángel vengador de los derechos divinos, se pudo afirmar que quedaba fracasada la obra de Dios y perdido sin remedio el infeliz mortal. Sin embargo, la noche tétrica se iluminó con un rayo de esperanza. Alcanzaron a ver nuestros padres en el fondo de aquel cielo oscuro la figura de una mujer portentosa que sería descendiente de ellos y sin embargo impecable, hermosa, llena de gracia, libertadora de su mismo linaje. La esperanza dulcificó sus penas: María es la antítesis de Eva: dos personajes que tienen puntos de contacto y al mismo tiempo profundas divergencias: una y otra madres de vivientes, pero Eva degenera en madre de muerte, en tanto que María día por día merece más el título de la madre de la vida sobrenatural. Una y otra son vírgenes; pero Eva sacrifica su virginidad para aceptar la maternidad; en cambio María recorre superándolos todos los grados posibles de la virginidad y es la Virgen por excelencia. Ambas son dechados de hermosura salidos de las manos del Dios, pero Eva deforma su hermosura con el pecado, en tanto que María la acrecienta sin cesar por la gracia. Ambas fueron inmaculadas en su comienzo; pero mientras Eva estaba fraguada al fin y al cabo con la mezcla del bajo metal de la criatura imperfecta, María es impecable porque en el Ser de María entra Dios a hacer imposible el acceso del demonio. Eva habla con el espíritu de las tinieblas y su alma queda entenebrecida; María no admite diálogo con el demonio, y sin que éste sepa cuándo ni cómo Ella le aplasta la cabeza. Eva se deja engañar por el “seréis como dioses” que le dice Satanás, María es superior al halago del ángel que le ofrece en nombre de Dios la maternidad divina. Eva con sumo egoísmo quiere renunciar a la maternidad humana para aislarse con su compañero en una felicidad que no puedan compartir otros semejantes; María acepta la maternidad divina y la maternidad espiritual por la que todos los hombres son sus hijos aunque comprende con plena clarividencia que una espada atravesará su alma. Eva es el fracaso de Dios, María es el desquite de Dios. Eva es el prototipo de la criatura pecable; María es el ejemplar único de la criatura impecable. Eva es radicalmente soberbia, María es el abismo de la humildad. Eva repite como el demonio non serviam”; María dice de palabra y de obra: “He aquí la esclava del Señor”. Eva es una criatura secundaria sacada durante un sueño del primer Adán; María es una criatura indispensable en los planes del Dios-Hombre y redentor, y de ella saca Dios al verdadero Adán, padre del humano linaje restituido a la gracia y santidad.
Marcos Lombo Bonilla
Presbítero.
Manzanares-Caldas.


Dada la importancia de la Mariología de la Iglesia para toda la fe cristiana y para el dominio del momento actual, es muy importante que ella se nos presente de una manera objetiva y real. Sólo la Revelación puede informarnos correctamente sobre María. María pertenece a esta revelación, y sólo en cuanto aparezca visible en ella, es de importancia para nosotros. La Mariología católica no es el resultado de deseos y esperanzas humanas. María no es una figura creada por la fantasía poética del hombre. Donde la fuerza creadora del hombre produzca, entregada a sus propios instintos, una Mariología, se ha abandonado el espacio del espíritu de la Iglesia. Nacería una mitología, pero no Mariología. María no es producto del mito, sino una manifestación de la historia de la salvación, obrada por Dios. Lo que la Mariología alcanzó a ser, no es elemento de la nostalgia humana: de salvarse, sino es acontecimiento de historia exacta.
Michael Schmaus




[1] Virgo non leviter et fortuito inventa sed a saeculo electa, ab Altissimo praecognita et sibi praeparata.
[2] Las palabras Digna Verbo sedes: In Deo Patre divinitas, in María Matre Virginitas, son de san Ambrosio.
Cf. Tractatum de Beata Maria Virgine pág. 227 Henrico Depoix Editio tertia.

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