miércoles, 19 de marzo de 2014

Tres pastorales de suma actualidad sobre el Santo Rosario, del arzobispo Maximiliano Crespo Rivera.


P. Leonardo Ramírez Uribe, S.J.
Sociedad Mariológica Colombiana 


El Arzobispo Maximiliano Crespo Rivera nació el 18 de octubre de 1861 en Buga, la llamada Ciudad Señora de Colombia, fundada hacia el 1560 con el nombre de NUESTRA SEÑORA DE LA VICTORIA o DEL ROSARIO DE BUGA.[I] Sus padres fueron Primitivo Crespo Quintero y Carmen Rivera y Arce. Su hermano, también de nombre Primitivo, fue renombrado político, varias veces Ministro de Estado y Presidente del Senado de Colombia. Su familia no solo fue pobre, sino arruinada por las revoluciones que sacudieron al país el siglo pasado.

Maximiliano oyó el llamado al sacerdocio desde la niñez. “A los diez años, entre mil sacrificios económicos, su padre lo envió al Seminario de Popayán. Un año solamente pudo el niño Maximiliano permanecer en aquel glorioso plantel, pues la pobreza suma obligó a su padre a retirarlo al año siguiente”.[II]

Siempre atribuyó a la Virgen del Carmen su vocación sacerdotal. Por fin logró ingresar en 1879 al Seminario de Bogotá. Providencialmente el Presbítero Isaac Guerrero se interesó por “Crespito” como empezaron a llamarlo; dicho Sacerdote, a su vez, contó a Doña Josefa Sáiz de Gómez el caso del nuevo seminarista y ella le costeó cuanto pudiera necesitar hasta el 8 de septiembre de 1885, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora en la que recibió la ordenación sacerdotal.

Poco más de un año se desempeño como coadjutor del Señor Cura Párroco de Buga, pues había sido admitido como novicio de la Compañía de Jesús. Al cumplir el primer año de noviciado empezó a acompañar en misiones rurales a varios padres de la Compañía. Su salud endeble lo obligó el 1º de mayo de 1889, a abandonar, muy a pesar suyo, el noviciado. Siguió acompañando a los jesuitas en sus misiones hasta cuando el Señor Obispo de Popayán lo llamó y definitivamente se reincardinó en su Diócesis. El recuerdo de su vida como novicio jesuita será perdurable. En su escudo episcopal pondrá como lema: AD MAIOREM DEI GLORIAM.

Monseñor Manuel José Cayzedo, ampliamente conocido, lo nombró su Secretario, cargo en el que permaneció hasta el traslado del Arzobispo a Medellín. Como Secretario, lo acompañó a Roma al Concilio Plenario Latinoamericano en 1899.

En Popayán sobresalió como sacerdote y periodista. Fundó, dirigió y sostuvo el semanario “LA VERDAD”. Fue escritor fecundo, ágil, elegante y además profesor universitario.

En el consistorio del 18 de octubre de 1910 San Pío X lo nombró Obispo de Santa Fe de Antioquia. En la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, su ciudad natal. Fue consagrado el 24 de febrero de 1911. Hasta 1917 fue obispo de esa Diócesis. Al crear la de Santa Rosa de Osos, desmembrada de su propio territorio, Benedicto XV lo nombró su primer Obispo el 7 de febrero. Cabe destacar que en esta Diócesis, dio todo su apoyo a la madre Laura, Montoya quien se encontraba en los inicios de la fundación de su comunidad religiosa de “Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena” –Lauritas-.

El 15 de noviembre de 1923, Pío XI lo nombró Arzobispo de Popayán, cargo en el cual terminó su vida el 7 de noviembre de 1940.

Había trasladado, por razones de salud, su residencia a la ciudad de Palmira, perteneciente a su Arquidiócesis en lo eclesiástico, en lo civil al departamento del Valle del Cauca. En los tres últimos años de su vida escribió sus Pastorales sobre el Rosario.

La primera fechada el 30 de agosto de 1938, a los setenta y seis años de su edad, a los 28 de episcopado. Se titula “Para la Fiesta y Mes del Rosario”.[III]

Es original su comienzo: parte del olvidado versículo 6 del capítulo 16 de la carta a los Romanos: “SALUDAD A MARÍA QUE HA TRABAJADO TANTO POR VOSOTROS”. La María a quien él nos invita a saludar es:

            La Madre de Dios, esperanza y protectora de los hombres:… que mucho os ama, que muchos beneficios os ha concedido y tiene maternal amor por sus hijos que el moribundo Salvador le confió al exhalar su último suspiro en la Cruz.

            Saludemos a María como el ángel que bajó del cielo… y la saludó con saludo inusitado, que nadie había oído jamás: Dios te salve, llena de gracia. Saludad a María como Isabel, inspirada por Dios, cuando recibió su grata visita. Saludemos a María como gusta hacerlo la Iglesia y hagámoslo con frecuencia. ¿Y Cómo cumpliremos con esta dulce recomendación, nosotros que no tenemos la elocuencia del ángel ni la inspiración de Santa Isabel? De una manera muy sencilla cumpliremos con esta recomendación recitando el Santo Rosario, compuesto de las  que pudiéramos llamar las             oraciones oficiales de la Iglesia: el Padrenuestro y el Ave María, y si estas son las principales oraciones de que se compone el Rosario bien se comprende lo agradable que sea a la serenísima Reina de los cielos la repetición que de ese saludo hacemos cuando rezamos el Rosario.

“Con él rendimos a María un homenaje correspondiente a sus gloriosos títulos, la saludamos llena de gracia, con eso reconocemos que ese precioso don de Dios lo ha poseído, no con medida, como el común de los santos, sino en toda su plenitud, hasta llenar por completo su hermosa alma; recordamos que es la compañera asidua del Señor; que ninguna mujer ha merecido ser especialmente bendita como Ella, pues es la Madre del Redentor del mundo. Así lo reconocemos al recitar el Dios te salve María”.[IV]

También el anciano Arzobispo halla un sentido propio a las repeticiones en el Rosario:

            “Si la repetición de una misma cosa y con unas mismas palabras nos causa fastidio y cansancio, no sucede así con la repetición del Ave María en la recitación del Rosario, que en vez de producir enfado, causa complacencia a nuestra bendita Madre, al verse llamada e invocada por sus hijos que ponen en Ella su confianza, porque es la tesorera de Dios, la distribuidora de sus gracias y          misericordias, pues bien sabemos, por lo que nos enseñan los santos y doctores de la Iglesia, que no hay favor que Dios conceda al hombre que no pase por las manos de María”.[v]

Y destaca afirmativamente sus ventajas:
            “Entre todos los homenajes que el cristiano rinde a María ninguno aventaja a la recitación del Rosario, porque en él le recordamos el honor que se dignó hacerle Dios enviando un ángel del cielo para             anunciarle la gran noticia: haber sido escogida, para madre del Redentor del mundo. De modo que, por decirlo así, cuantas veces recitemos la salutación angélica, ocupamos el puesto del ángel cumpliendo esa grande misión para con María. Esta devoción da a los que la practican medios seguros de salvación, con tal que se esfuercen por entrar en los sentimientos que ella exige”.[VI]

Exhorta a las familias a practicarlo:
            “No olviden las familias cristianas que María bendice y favorece especialmente a las que la honran”.

Son los párrafos principales de su primera Pastoral sobre el Rosario. Con el mismo título anterior y allí mismo, en Palmira, firmó una segunda, fechada el 8 de septiembre de 1939, recordando, de su puño y letra, que era la fecha del quincuagésimo cuarto año de su ordenación sacerdotal.

La inicia invitando a buscar soluciones a los grandes males de la sociedad, divorciada de Cristo y de su Iglesia.
Exhorta a “acudir con confianza al trono de gracia, es decir, de Dios, también debemos acudir al trono de la misericordia, es decir al de María”.

Luego de narrar la batalla de Lepanto, cuya victoria se ha atribuido siempre al Rosario y la forma como lo difundió Santo Domingo de Guzmán, destaca además cómo ha sido valioso medio en la conversión de los pecadores “esa sencilla y eficaz oración. Todos palpan los favores obtenidos por el Rosario, tan grato a los oídos de Dios y de María, tan eficaz para obtener su protección”.

Tiene el mérito, en esta como en la anterior, de encarar en forma muy positiva el sentido de las repeticiones que pertenecen “a la estructura misma del Rosario”, pues:

            “La repetición de una misma súplica compromete a la Madre de Dios: por una parte, se oye saludada con insistencia, y por otra, ve el empeño de sus hijos en acudir a Ella, no por una sola vez sino con ahínco, recalcando en esa piadosa repetición, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, cuando en el huerto de las Olivas repitió muchas veces su oración con unas mismas palabras, según lo refiere el Evangelio”;[VIII]

            “Bien se puede asegurar que entre todos los cultos que se tributan a la Madre de Dios, entre todas las oraciones con que la llamamos en nuestro auxilio y defensa, entre todas las devociones con que la honramos, una de las principales y de las más agradables a María es el rezo del Santo Rosario”.[VIII]

Se queja amargamente de que tan santa costumbre se esté perdiendo:

            “Uno de los males que ha producido el infernal y masónico espíritu moderno, que tiene tintes y costumbres paganas, es la supresión del rezo del santo rosario, aun en familias que no han perdido la fe, que se llaman católicas, pero que se han amoldado a las costumbres actuales hasta perder por completo la devoción y la piedad, para dar cabida a esa disipación de espíritu, a ese afán de gozar de los halagos de los sentidos. Este destierro que se ha decretado hoy al Rosario en los hogares cristianos, nos contrista sobremanera, pues vemos sus funestas consecuencias: la pérdida de la piedad y de la devoción a la Virgen Santísima; la disminución de la frecuencia de sacramentos; el mal ambiente en que van creciendo los niños, que ignoran lo que es el rosario, pues no lo oyen rezar en casa… Los sacerdotes exhorten mucho a los fieles para que se restituya la antigua práctica del rosario en familia, fuente de abundantes bienes no solo espirituales, sino también temporales, por el cuidado particular que tiene el cielo por los devotos del rosario. Rogamos a nuestros diocesanos no dejen pasar un solo día sin obsequiar a la Virgen Santísima con la recitación del Santo Rosario”.

            Y treinta y seis años después de muerto León XIII no puede olvidar que “la fiesta y el mes del Rosario que, desde León XIII han tomado más incremento del que tenían antes, es ocasión propicia para el restablecimiento de la devoción del rosario…”[IX]

Hasta aquí los apartes de su segunda pastoral.

Este Arzobispo a quien me atrevería a calificar como el apóstol del Rosario de la hora undécima (Mateo 20,1 y siguientes) y que solo en los tres últimos años de su larga vida escribió sobre él, reservó para cincuenta días antes de su muerte una Pastoral que más bien es una especie de himno triunfal lleno de inspiración divina, en honor del Rosario. Firmada en Palmira, a 14 de septiembre de 1940, con idéntico título al de las anteriores, es la más extensa de las tres y, sin duda, la más retórica y dialéctica de cuantas he hallado sobre el tema en el repertorio del episcopado colombiano. Consta de períodos cortos, sabe decir en ellos lo que se propone; es recio en las afirmaciones, rápido en las contraposiciones; maneja con propiedad numerosos recursos literarios; presenta figuras y episodios bíblicos que le infunden aliento profético: los primeros padres en el paraíso, el ángel con espada de fuego, Jacob y su escala; Judith liberadora de la ciudad de Betulia, el profeta Elías que impide y hace llover, el Rey David y sus Salmos; el esposo y la esposa del Cantar de los Cantares, Jesús y los vendedores del templo. Todos ellos desfilan en un conjunto de bien logradas escenas.

Se vale de un artificio retórico que, en gracia de la claridad, me obliga a exponerlo ya, empezando precisamente por donde él concluye:

            “Entre las muchas calamidades que han caído sobre nosotros tenemos la del aterrador verano que producirá incalculables daños sobre nuestros campos. Recordad lo que dijimos al hablar de la             suspensión de la bienhechora lluvia obtenida por Elías y que Dios envió en castigo de las maldades y vicios del pueblo de Judá…”[x]

Finaliza así sus escritos sobre el Rosario. Enjuicia a la sociedad cristiana de su tiempo, enumerando sus pecados. Tal es el remate de esta Pastoral, y de no haber sido por su intención de dejar en sus lectores, todo el efecto de sus palabras, lo indicado hubiese sido iniciarla con este hecho de vida. Precisamente en los dos párrafos inmediatamente anteriores, para inculcar la necesidad de rezar el Rosario, habla de la oración y trae el ejemplo bíblico del verano provocado por la súplica del profeta Elías, usando para ello contraposiciones literarias:

            “La oración sube y la misericordia divina baja, y aunque el cielo está muy alto y la tierra muy baja Dios oye la voz del hombre cuya conciencia es pura. El Santo Profeta Elías nos suministra una             prueba. En su tiempo la impiedad y la inmoralidad habían progresado mucho en el pueblo; e inflamado Elías del celo por la gloria de Dios pidió al Señor que en castigo de tanta maldad no cayera ni lluvia ni rocío sobre los campos y sementeras, y fue oída su oración y ésta fue la llave que cerró la puerta del cielo, no llovió por espacio de tres años y medio, y una gran sequía desoló toda la comarca, víctima del hambre más cruel. Elías se conmueve por la desolación del pueblo, y a los tres años y medio vuelve a orar para pedir la lluvia tan necesaria y ésta cayó de nuevo para volver la fertilidad a la tierra. ¡Qué llave tan poderosa es la oración para abrir y cerrar el Cielo!

            Apliquemos al Santo Rosario lo que en general se dice de la oración. Si el Rosario es la mejor de las devociones a María, es también la más eficaz para ganar su protección. Si la plegaria del justo sube hasta el Cielo, para hacer bajar la misericordia divina ¿Cuál será la eficacia del Santo Rosario, la oración preferida de María? La oración de Elías abrió el Cielo, pero fue después de haberlo tenido cerrado, mientras que el Rosario no lo cierra, sino que lo tiene siempre abierto. Con su súplica Elías se opuso a la misericordia divina porque consiguió no lloviera por tres años y medio; pero el Santo Rosario obtiene el favor del cielo, el que no deja de derramar la lluvia de sus celestiales beneficios”.[xi]

Da, en cambio, comienzo a su carta de manera solemne y sentenciosa usando enseguida una de las contraposiciones a que me he referido:

            “El reino de María es semejante al de su divino Hijo. Es la reina de la paz, y lo es también de los combates. Es reina de la paz, porque ha contribuido en gran manera a procurar este inestimable bien a todo el género humano; y es reina de los combates, porque miles de veces ha triunfado de los herejes, de los infieles, de los demonios, de todos los enemigos del nombre cristiano, de los     enemigos de la doctrina católica y de las prácticas de la religión.

            En todo tiempo y en toda época del año los cristianos deben honrar a María y rendirle el culto como a la reina de la paz; pero en el día de la fiesta del Rosario la Iglesia nos pide considerar en ella a la reina de las batallas y de las victorias como en otros tiempos llevó Judit la mayor confusión a la casa de Nabucodonosor, o mejor dicho a todo el imperio de los turcos librando de la servidumbre de ellos a los habitantes de Betulia, como María libra de los ataques de los enemigos de Cristo a los hijos de la Iglesia”.[xii]

Baja rápidamente al nivel de lo pastoral y catequístico para explicar las oraciones vocales que lo forman y el origen de su nombre:

            “Todo buen católico se impone el deber de rezar diariamente el Santo Rosario, compuesto de las principales y más populares oraciones: el Padre Nuestro y el Ave María, de las cuales la primera fue  enseñada a los apóstoles por el mismo Hijo de Dios. ¿Cómo no fijarnos en aquello de decir, aunque sea uno el que lo reza, Padre nuestro, y no Padre mío? Pues es porque todos somos hijos de ese Padre Celestial y por consiguiente somos hermanos, y como tales debemos amarnos mutuamente, procurando el bien del prójimo que es nuestro hermano, y evitando hacer lo que le perjudique.

            Cuando recitamos el Ave María y saludamos a la más santa y pura de las criaturas, ¿Cómo no sentir un gozo especial cuando vemos que nos dirigimos a aquella a quien el ángel del Señor proclamó  llena de gracia, y no de una gracia común, sino la que obtuvo desde el primer momento de su inmaculada concepción? En la invocación que completa la salutación angélica pedimos a la que es la tesorera de todos los bienes, a la que se ocupa en el cielo de nuestros intereses, que ruegue por nosotros ahora, y especialmente en la hora tremenda de nuestra muerte, hora en que el demonio hace los últimos esfuerzos para apoderarse de un alma.

            A esta eficaz oración se le ha dado el nombre de rosario, porque está compuesta de un cierto número de Ave Marías que son como hermosas rosas que forman un maravilloso ramillete, cuyo             perfume y frescura regocija a la Virgen Santísima”.

Y de aquí pasa a hacer una típica sustentación retórica acompañada de una enumeración:

            “Motivo tenemos para animarnos a rezar el santo rosario pero hay uno muy poderoso, que es su eficacia para obtener las gracias que necesitamos y pedimos, y los innumerables favores que   reciben los que recitan fielmente. ¡Cuántos enfermos ha curado, cuántos naufragios ha evitado la piadosa recitación de esta especial súplica y sobre todo, naufragios espirituales de tantas almas vacilantes en el bien, o metidas ya en el camino del pecado, del error y del vicio! El rosario es como la escala de Jacob; con su ayuda el espíritu se eleva hasta el cielo, y al descender trae la abundancia de los dones y beneficios con que enriquece Dios a las almas de buena voluntad…”[XIII]

Y queriendo definirnos el Rosario, usa una vez más la contraposición:

            “No os admiréis si os decimos que el rosario es a la vez algo amable y algo terrible, cualidades que no se excluyen. El azote con que Jesús arrojó a los vendedores del templo puede parecernos bello, hermoso, porque era como el símbolo del celo por la gloria de Dios, pero fue terrible para los vendedores arrojados del lugar santo que profanaban y lo es también para todos los que en todo tiempo se hacen culpables de irreverencias en la casa de Dios. Lo mismo podemos decir en cierta manera del Santo Rosario. Es bello, lleno de encantos a los que lo rezan con gusto, con devoción, pero terrible para los que lo rechazan, lo miran con desprecio y lo hacen objeto de mofa e irrisión. En el Cantar de los Cantares dice el divino esposo a su esposa que es bella y terrible como un ejército dispuesto en orden de batalla. No vacilemos en decir del rosario de María que es una bella corona y un maravilloso instrumento para celebrar las alabanzas de María, y terrible, porque es el látigo con que ponemos en fuga nuestros enemigos visibles e invisibles.

            El rosario es una bella corona, y nadie se negará a conceder que en todo tiempo la corona tiene sus encantos y atractivos, hasta la real, rodeada de penas, trabajos, peligros y desvelos; las de los  soldados que se exponen en los combates para merecerlas; y el mismo San Pablo nos dice con qué ardor se corre hacia la corona, cuando escribe a los corintios: todos los que combaten en la arena se abstienen de todo: unos por obtener una corona corruptible, otros, incorruptible. Y puesto que los hombres hallan atractivos en las coronas, ¿será justo y racional que permanezcan indiferentes para con el rosario, corona más preciosa que todas las demás? El rosario o la camándula se compone de un circulo de cuentas, unidas por un alambre, cuyas extremidades se unen para formar como una corona, que los fieles han de estimar mucho: al rezarlo ofrecemos a María una corona muy de su agrado, y de grande utilidad para nosotros, porque es prenda de la gloriosa corona del cielo que ganarán los que lo aman durante su vida mortal”.[xiv]

En forma descriptiva y comparativa ofrece otra definición:

            “Al rosario se le ha dado el nombre de salterio de María, por constar de ciento cincuenta Ave Marías, como el de David tiene ciento cincuenta salmos, que los cantaba acompañando el canto con el arpa sonora, de donde podemos tomar esta idea que cuantas veces pasamos con nuestros dedos las cuentas de la camándula a manera de instrumento  músico, otras tantas regocijamos el corazón de María uniendo la voz de nuestra oración a las alabanzas y cánticos de los bienaventurados que la glorifican en el cielo”.[xv]

Su elaborada pastoral concluye con una síntesis llena de alusiones bíblicas y de composiciones literarias pintorescas y piadosas.

Siguiendo el orden propuesto al comienzo, lógicamente, la Pastoral concluye en dos párrafos en los que contrapone a Jesús, Puerta del Cielo, con la Portera que es la Virgen del Rosario. En ellos hay una fusión de alusiones bíblicas revestidas de colorido literario:

            “Si Jesús es la puerta del cielo, la Virgen del Rosario es la portera que nos ha de conducir a la mansión segura del cielo. Cuando nuestros primeros padres, engañados por la astuta serpiente infernal, gustaron del fruto prohibido, fueron expulsados del paraíso, las puertas de éste quedaron cerradas, y un ángel del cielo, armado de una espada, quedó encargado de vigilar la entrada para que nadie pudiera penetrar en él. Pero vino el tiempo en que el Verbo divino se encarnó en el seno de María, y entonces se abrieron para el hombre las puertas, no del paraíso que desapareció con el  diluvio, (sic) sino las cielo en donde reina Cristo con sus ángeles”.

            Dios ha puesto en la puerta del cielo, no a un ángel armado de espada de fuego, sino a la Reina misma de los ángeles, para que la tenga abierta a todas horas; pues a Ella ha sido confiada la   guardia del paraíso celestial. María en la ley de gracias abre, pero nadie cierra, cierra y nadie abre. Dios ha querido honrar de esa manera a su bendita Madre. El amor del Señor por su Madre es infinitamente más grande que todo amor creado. El sabe cuán digna es Ella de confiarle todos los asuntos de su celestial reino, las obras de misericordia son especialmente de su incumbencia.

            El camino que conduce al cielo es difícil; la puerta por donde se entra a él es estrecha, quizás son pocos los que la encuentran; pero gran confianza tendrán los que aman a María y por amor a Ella recitan diariamente con devoción el santo rosario. La portera del cielo es María y el rosario es la llave para abrir la celestial Jerusalén”.[xvi]

Al destacar su aspecto retórico no he querido eclipsar su contenido teológico y pastoral: en todo momento resaltan dos aspectos esenciales en la doctrina de la Iglesia sobre el Rosario: su valor como oración, íntimamente ligada con el poder de intercesión de Nuestra Señora.

Quisiera, finalmente, destacar que muchos pensamientos como “la hora tremenda de nuestra muerte, hora en que el demonio hace los últimos esfuerzos para apoderarse de un alma”; “el látigo con que ponemos en fuga a nuestros enemigos visibles e invisibles”; “la gloriosa corona del cielo que ganarán los que aman a María durante su vida mortal”; “las alabanzas y cánticos de los bienaventurados que la glorifican en el cielo”; la confianza de saber que a “Ella se le han confiado todos los asuntos del celestial reino”; “la dificultad para encontrar la puerta estrecha por donde se entra al cielo”; “la confianza de saber que la Portera del Cielo es María y el rosario la llave para abrir la celestial Jerusalén”, debieron causar particular impresión en los lectores de esta carta, cuando, antes de dos meses de su publicación murió el Arzobispo y todos pensarían en que cuanto aquí escribió lo empezaba a vivir plenamente en la realidad del amor maternal de María, no en la oscuridad de la fe!

Monseñor Maximiliano Crespo Rivera aprobó la iniciativa de la hoy beata Laura Montoya de fundar en su Diócesis de Santa Rosa de Osos la Congregación de Religiosas misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (Lauritas).






[I]Véase, Ramírez Uribe Leonardo, S.J., PRÁCTICA Y DIFUSIÓN, Pág. 115, El Rosario en la geografía del Nuevo Reino.
[II] RENDON R. Santiago, PASTORAL DEL EXCMO. Sr. Maximiliano Crespo, Obispo de Antioquia y Santa Rosa de Osos y Arzobispo de Popayán. Medellín, 1961, Breve Noticia Biográfica, Pág. 6
[III] Rendón, OC. Pág. 334.
[IV] Idiem.
[V] Idem, Pág. 335.
[VI] Ibidem.
[VII] Mc., 14, 39.
[VIII] Rendón, O.C., Pág. 361.
[IX] Ibidem.
[X] Rendón, O.C., Pág. 391.
[XI] Idem, Pág. 390.
[XII] Idem, Pág. 388.
[XIII] Idem, Pág. 389.
[XIV] Ibidem.
[xv] Idem, Pág. 390.
[XVI] Ibidem.

Tomado de la Revista Regina Mundi, nro 61

No hay comentarios:

Publicar un comentario