jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Qué los mueve?



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana


Hay peregrinos que viajan hacia Chiquinquirá en busca de una solución. Necesitan que sus creencias dejen de virar en contravía de la fe cristiana. No los motiva la predica ni la bondad del catolicismo. Tienen entre su morral un sincretismo religioso mezclado con vacíos profundos. En sus años de ausencia moral acumularon teorías y especulaciones sacadas de las aulas  callejeras donde el hombre impone su anhelo más allá de la dimensión de la razón y lo llama sueño.

El fascinante derecho de soñar con un mundo al gusto del ideal individual, sin normas, tiene un defecto. El proceso onírico depende de un guía que lo despierte a la fantasía de la realidad. Porque el exceso de elucubraciones lúdicas finaliza en una tolerancia que raya en la alcahuetería. Bienvenido el aborto, el uso de estupefacientes y la larga lista de atrocidades en favor del libre desarrollo de la personalidad que se atan al libertinaje de un sofisma manoseado por la crueldad.

La racionalidad egoísta termina por volverse una pesada carga de incógnitas. Ese criterio incorrecto está de acuerdo con aquello que rompa el orden ético en aras del bienestar del ego hedonista…

Un paradigma del modelo anarquista pasó muy cerca de estas páginas para dejar el testimonio de su experiencia. Él, el libre pensador del barrio, por vivir a la moda de las caravanas extranjeras que viajan hacia Chiquinquirá se preguntó: ¿qué los invita a la travesía? ¿Turismo?, ¿historia?, ¿religión?, ¿fe?, ¿promesas?, ¿folclor?, ¿curiosidad?, ¿tradición?, ¿necesidad? En el engranaje de las respuestas cada pieza de las incógnitas tiene un mecanismo dinámico que impulsa al individuo a visitar el templo de la Patrona Nacional, pero no es el motor.

El gran aliento, que ha sostenido por más de cuatro siglos el trasegar de las muchedumbres es el afecto de Dios. El misterio del santuario abarca el regreso del penitente al seno de la maternidad divina. Si la intención abre la intimidad al constante llamado de Cristo: “convertíos”, ningún mortal regresará intacto de Chiquinquirá. No podrá porque la voz del milagro ha depositado su imperio de misericordia en el alma con una palabra indeleble: “Renovación”.

Renovar es un verbo que no admite dudas porque se conjuga en un solo tiempo, el presente vital e infinito. Regenera siempre. El neuma, tocado por la fragancia que perfuma el altar de la Virgen de Chiquinquirá, incendia la existencia. El pecador entiende que el barro es la materia prima del alfarero que moldea según su consentimiento para plasmar la perfección del Altísimo.

Frente al tabernáculo la opinión falaz, el sofisma comercial, la herejía perversa y la lista de errores levantados por milenios en contra de la verdad son derretidos por la luz del Evangelio. La venda de la terquedad, debilidad del continuo errar, se deshace. Las montoneras de esquemas preconcebidos, por una sociedad ahíta de vicios, se derrumba ante el sentido de la ternura en la inocencia de la fe.

El resultado es contundente. El peregrino incrédulo estuvo en la casa de Dios y su Madre como gran anfitriona salió a recibirlo rodeada de ángeles. Ella se encargó, con maternal delicadeza, de consolarlo y curarlo a través del propio arrepentimiento. La Reina lo condujo ante sus amados sacerdotes en el confesionario. El servicio de lavandería espiritual lo pagó la sangre de Cristo. El hombre, roto y desteñido, como alguna vez estuvo el sagrado lienzo que guarda la Basílica quedó inmaculado y pudo pasar al banquete Eucarístico.  El prodigio inmenso de la salvación  desplazó el pasajero vaivén de la subsistencia hacia la eternidad. El sendero de las ceremonias especulativas se perdió en la ruta que conduce a un diluvio de bendiciones.

¿Qué los mueve? y la respuesta total es el propulsor latente del corazón de una Madre Virgen que enamorada asintió: “Hágase en mí según tu palabra”  y desde entonces,  como lo declamó el poeta Alcántara, “el amor se hizo romero”.
De las romerías y su excelsa misión apostólica de predicar el evangelio de María surge el valor sagrado de los sacramentos. Entre ellos el marital como lo canta la Guabina Chiquinquireña.

El rebelde redimido escuchó de su amada la plegaria de marcha: “Virgencita de Chiquinquirá, llévanos con bien. Santo ángel, con tus alas protégenos y con tus espadas defiéndenos”.










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