jueves, 25 de septiembre de 2014

Ricardo Struve, el apóstol de la Peña



El cálido carisma de un foráneo, con sotana y acentos paternales, les devolvió la dignidad a los hijos de un arrabal donde habitaba el despropósito de todas las violencias nacionales, el desarraigo de sus campesinos. 

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El 20 de julio de 1944, los habitantes del barrio Los Laches de Bogotá quedaron estupefactos. Ellos miraron, con recelo muisca, a un padrecito alemán que se había arrodillado ante la imagen de piedra de Nuestra Señora de la Peña para pedirle un favor, salvar a sus parientes de los bombardeos aliados sobre Kiel. La Patrona escuchó sus ruegos, anegados por la angustia. Sus progenitores salieron ilesos de los escombros y sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial.

El hombre de hinojos era el nuevo capellán, el padre Ricardo Struve Haker. Nadie dio un peso por su ministerio porque aquel sitio colonial existía a la deriva del lejano orden urbanístico de una capital que se autodenominaba la Atenas Suramericana.

La casa cural amenazaba ruina. El templo, tan saqueado por el hampa, no tenía esperanzas de subsistir. El paisaje era el principio de la loma desolada, el refugio de los desamparados. Allí empezaba el tugurio, la ciudad sin país. La ruina, física y moral, era acosada por un páramo donde se arrinconaba la pobreza, en la guarida del olvido.

Struve entendió que su misión sería de largo aliento. Se persignó salió de la bella capilla y comenzó a engendrar la raza de un milagro. Inició su tarea de arriba hacia abajo. Subió al cerro de la Ermita Vieja para buscar la verdad sobre el hallazgo de un conjunto escultórico de la Sagrada Familia de Nazaret al pie de un abismo de 300 metros. En 1946, previa investigación en los archivos del Palacio Arzobispal, desenterró las ruinas del oratorio levantado en 1715. Satisfecho con lo encontrado reactivó la antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Peña y les inculcó a unos lugareños, que en su gran mayoría no sabían leer, nacionalidad, sentido de pertenencia y el afecto por sus pervivencias.

La fórmula de buscar en las raíces del patrimonio cultural de su feligresía sirvió para vencer el vértigo de los precipicios.  Struve hizo subir a un buey de carga hasta los 3.225 msnm para llevar el material que ayudaría a reconstruir el emplazamiento donde se dio el prodigio del 10 de agosto de 1685. 

Los brazos del vecindario, organizados por una conciencia evangelizadora, aportaron los talentos de las artes del fontanero, el carpintero, el alarife, el herrero, el arriero y la cocinera. La gente donó sus limosnas y esfuerzos, pero vio la esperanza flaquear. La morada del cura se vino al suelo. El desastre permitió el principio de una secuencia de creaciones.

Struve y su gente construyeron una vivienda nueva para el presbítero y restauraron la Iglesia. Hasta ahí, la hazaña logró el respeto de la alta sociedad bogotana que de pronto se acordó de que sus abuelas se casaron en aquella reliquia de los tiempos señoriales, de capa y espada.

Pero el alemán, como lo llamó algún literato, siguió regando aquel vergel con sus ideas y se transformó en redactor y editor de los Cuadernos históricos de la Peña, principio de una larga serie de estudios publicados sobre su advocación predilecta.

Luego vendría la revista Regina Mundi (1957) y la deuda académica de la Patria de María Santísima comenzó a aumentar porque en 1959 fundó la Sociedad Mariológica Colombiana y en 1961 presentó la primera parte del edificio del Centro Mariano Nacional, después inauguró la Biblioteca Mariana de la Peña… y los obstáculos de la montaña se demolieron en aras de un renacimiento formal a la devoción raizal.

Su vida se convirtió en un constante testimonio del amor al servicio del prójimo. Los parroquianos aprendieron a participar en las legendarias carnestolendas, pero bajo la guía del folclor mariano. Ellos escucharon a los grandes maestros de la música clásica interpretar las melodías que homenajearon a la Madre Dios. Un enorme parlante inundó las brechas laceradas por los caminos del alpargate con el Ave María de Bach-Gounod.

De la melomanía se pasó a la filatelia, a la teología, a la catequesis, a la iconografía y a la Historia porque también creó un pequeño museo para que sus ovejas pudieran mostrar con orgullo los tesoros de su terruño.

Su vida, diseñada para el trabajo sin tregua, donó su saber a las letras de molde e inventó un tiempo extra para que sus luces escribieran los siguientes libros: El Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Peña (1955), El problema del protestantismo en Colombia (1958), Inquisición, tolerancia e idea ecuménica, (1959) María en el protestantismo moderno (1959), La Biblia sola o de error en error (1959), Los tipos de María en los padres pre- efesinos (1966) entre otros textos.

En su labor editorial dejó una corta biografía para evitar dudas a los futuros investigadores. El material dice: 

“…Nació el capellán el 8 de agosto de 1904 en la pequeña ciudad de Neustadt (Provincia de Schleswig-Holstein) en Alemania, sobre la costa del mar Báltico, hijo legítimo de Claus Richard Struve y Emma W. J. Haker, ambos protestantes, indiferentes en su  religión. Su padre había nacido el 2 de enero de 1873; su madre el 18 de diciembre de 1874. Su familia, desde hace tres siglos (el árbol genealógico completo de la familia Struve lo elaboró el presbítero Fritz Struve, con 128 nombres que para la ascendencia paterna y materna se dan en las siete generaciones, hasta 1600, aproximadamente), había sido radicado en la comarca Dithmarschen, sobre el mar del Norte y sobre tierras ganadas con esfuerzos frisones al mar, desde cuando el abanderado Eggert Strufe salió de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) ileso, para radicarse en esta comarca democrática de una organización semejante a la de las federaciones suizas. El lema de esta tierra es “Preferible muerto que esclavo”.

De la vida del autor, nada interesante hemos de recordar. Después de sus estudios de bachillerato en Kiel, se convirtió a la Iglesia católica el 7 de julio de 1923, y empezó estudios de Filosofía, Teología y Derecho Canónico en las universidades de Kiel, Fulda, Friburgo (Selva Negra), y Osnabrueck, donde se ordenó sacerdote el 23 de diciembre de 1928. Después de una escuela muy dura en el puerto internacional de Hamburgo (siete años de Capellán), salió en 1935 de Alemania, advertido del peligro que corría su vida por un criptocatólico en la misma Gestapo nazi; vino a Colombia el 5 de junio de este año para servir a los extranjeros en sus necesidades religiosas hasta 1945, año del fin de la guerra. Sirvió algunos puestos en la Curia y algunas cátedras en el Seminario Mayor y la Universidad  Javeriana (es autor de algunos libros), y se radicó, a consecuencia de su voto a la Santísima Virgen de la Peña, y por algunas otra razones, en ese Santuario testigo de sus sudores, sacrificios y satisfacciones, empeñado en revivir el culto a esta santa advocación de la Virgen, y con el deseo de expirar su último aliento viendo el Santuario amado por todo mundo. Nunc dimittis servum tuum, Domine, secundum verbum tuum in pace. Quia viderunt oculi mei salutare tuum, quod parasti ante faciem omnium populorum...” (Ahora Tú haces despedir a tu siervo, Señor, según tu palabra, en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos).

En la revista Regina Mundi nro 62 quedaron otros renglones de su existencia, escritos por el académico Álvaro González, que hablan del final de su apostolado. “…Con motivo del Congreso Eucarístico Internacional que se llevó a cabo en Bogotá en 1968, vino a Colombia el Arzobispo de Colonia (Alemania), para asesorar su organización, ya que el precedente había sido en esa ciudad. El prelado le comunicó al padre Struve una invitación del Gobierno de su país para que los sacerdotes alemanes pudieran regresar a su patria, previa consulta con el vicario encargado de la Arquidiócesis de Bogotá (con sede vacante). El padre Struve viajó de regreso a su tierra natal ese mismo año de 1968, poniendo así fin a su permanencia de 24 años al frente del Santuario de la Peña y 33 de estancia en Colombia, terminando de esta manera la época dorada del Santuario…”

El padre Struve logró derrotar a la amnesia capitalina. Por eso, la  Patrona de Bogotá no deja de recordarlo con el dedicado cariño que nace en altar de sus rocas eternas: “…Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia…” (Mateo 16:18).
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