martes, 22 de septiembre de 2015

El sueño de una esperanza



Por Julio Ricardo Castaño Rueda

La Sociedad Mariológica Colombiana cumple hoy 56 años de  profunda veneración a María. Lo fascinante de este acontecimiento humilde radica en la tarea de investigar las consecuencias de un milagro que comenzó en el seno de santa Ana al recibir a la Inmaculada Concepción.

El prodigio continuó con la declaración del ángel Gabriel que le anunció a María la encarnación del Verbo. La Madre Virgen dio a luz al Hombre-Dios participó en su misión mesiánica y fue asunta al cielo, en cuerpo y alma.

Hasta ahí pareciera fácil agotar en un micro texto los dogmas marianos. Lo inagotable sería vivir su legado. Por ejemplo, los Padres de la Iglesia colmaron las bibliotecas de todas las épocas del cristianismo con tratados y homilías sobre un tema: María, Madre de Dios.

A ese esfuerzo gigante de los santos se sumó la XIX Conferencia Episcopal Colombiana al bendecir la idea del padre Ricardo Struve Haker. Él  fundó una academia de estudios marianos a los pies de Nuestra Señora de la Peña, Patrona de Bogotá. 

El jardín mariano floreció y la Colombia heroica, arropada bajo el manto patronal de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, entregó los tesoros de su piedad mariana incrustados en el engranaje campesino de una camándula.

Sin embargo, la Santísima Virgen María fue desterrada de muchas conciencias católicas. Sí, hoy en la era de la apostasía, formal y mediática, es un pecado hablar de Ella y un delito de conciencia escribir sobre la Omnipotencia Suplicante.

Quizás por eso protestaba la venerable, Marta Robin, cuando expreso: “De Santa María no se ha escrito nada, nada, ¡me entiende!” Entonces, la Sociedad Mariológica Colombiana continuará redactando estudios sobre la Santísima Virgen María porque primero fue el Verbo.




jueves, 17 de septiembre de 2015

“Soy la Esclava del Señor”


 Por Jorge Robledo Ortiz

Antes que el árbol de la Cruz
Y que la lumbre del Amor,
Yo era la savia de la luz
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el tiempo y la distancia,
Antes que el tacto y el color,
Yo era la eterna consonancia
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el "fiat" en el vacío,
Antes que el polen y la flor,
Yo era la cuna del rocío
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el lirio de la Aurora
Sobre su tallo de candor,
Yo era su eterna tejedora
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el cosmos floreciera
Bajo las leyes de su Autor
Yo era su dulce jardinera
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el mundo y que su cielo
Y que el collado y su verdor,
Yo estaba al norte del anhelo
Y "Soy la esclava del Señor"


Antes que el agua de los mares
Y antes que el ritmo leñador,
Yo era "el Cantar de los Cantares"
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el ritmo, antes que el nido
Y que el lucero y que el rubor,
Yo era el arrullo en un latido
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el campo de labranza
Y antes que el hombre y su dolor,
Yo era una gota de esperanza
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el río de la ausencia
Y que la espina y su rigor,
Yo era un vendaje en la conciencia
Y "Soy la esclava del Señor"

Antes que el Niño Carpintero
Y antes del Hombre Redentor,
Yo era la Madre del Cordero
Y "Soy la esclava del Señor"

Reina de todo lo existente,
Virgen y entraña del Amor,
Yo soy la estrella del Oriente
Y "Soy la esclava del Señor"

Asunta en gracia y en belleza,
Deleite y sangre del Creador
Soy la raíz de la Realeza
Y "Soy la esclava del Señor"

Fuerza Motriz del Plan Divino,
Su claro Norte y su Ecuador,
Soy la Señora del Destino
Y "Soy la esclava del Señor".




jueves, 10 de septiembre de 2015

María en la liturgia de san Juan Crisóstomo


La liturgia (celebración del sacrificio de la santa Misa) que lleva el nombre de san Juan Crisóstomo, está en uso en iglesias orientales y eslavas, ortodoxas unas, otras unidas a Roma, las cuales representan por lo menos 150 millones de cristianos. No sólo expresa, sino conserva, por lo tanto, la fe de un inmenso número de creyentes en Cristo. Y esta fe, como lo enseña un estudio del texto de esta liturgia, abarca, con extraordinaria devoción y piedad, la creencia en María la Virgen, Madre de Dios.

Es sabido que la Iglesia griego-ortodoxa, una vez separada de Roma, se negó a aceptar los dogmas desarrollados en la romana con posterioridad a la separación. Así rechazaban no solamente el artículo del “Filioque” y el Purgatorio, sino, en el campo de la Mariología, rechazan la Inmaculada Concepción de la Virgen y naturalmente las ulteriores definiciones. La Mariología griego-ortodoxa es por tanto una Mariología estancada que muestra sólo los rasgos de los primeros siglos y se mueve en los términos de los primeros siete concilios ecuménicos.

Hecha esta aclaración, resulta que su Mariología, tal como aparece en la fuente litúrgica que nos ocupa, es de un extraordinario fervor. No menos de 17 veces oran los ortodoxos a la Virgen o meditan sobre ella en su más usada liturgia, la de san Juan Crisóstomo, amén de la veneración que documentan sus mosaicos, pinturas murales y sobre todo sus hermosos iconostasios, aquellas paredes de madera tallada que ocultan al celebrante de la misa a los ojos de los fieles y en las cuales hallamos incrustadas las más hermosas imágenes de Cristo, de su Madre y de los santos preferidos.

Es difícil hacer en este punto una comparación con el contenido mariano de la misa romana o latina, porque esta tiene a su favor el carácter variable de sus fiestas, mientras la liturgia ortodoxa no conoce sino un solo formulario principal (prescindiendo de la liturgia que lleva el nombre de san Basilio, menos usada, y de la otra aún menos practicada de los “pre-santificados”). Este formulario principal, es precisamente la liturgia de san Juan Crisóstomo. En cuanto a los textos invariables de la misa latina, aparece en ellos la Virgen mencionada sólo cinco veces: en forma doble en el Confiteor; en el Credo; en el Suscipe, Sancta Trinitas del Ofertorio; en el Communicantes del canon y en la oración “Libera nos” después del Padre nuestro. Gana, como se ve, la liturgia griega por muchos puntos.

Para darse cuenta nuestro lector de la repartición de las conmemoraciones de María en la liturgia griega, es preciso exponer brevemente la “arquitectura” de la misa griega que a primera vista parece al occidental tan complicada e incomprensible. Sin embargo, en Europa ya se da el caso de poder uno asistir a la liturgia griega (unida) después de las licencias de la Santa Sede acerca de la comunión de los católicos latinos en tales oficios, y en vista del vigoroso movimiento de acercamiento entre latinos y griegos, orientales y eslavos. Recuerdo una misa griega de grande solemnidad en Viena hace muchos años, de la cual salí, a pesar de la confusión que causan las ceremonias distintas, profundamente impresionado por los sentimientos de unidad en medio de la variedad de formas exteriores.

La misa griega tiene tres partes principales: la preparación, la misa de catecúmenos y la misa de los fieles. La primera parte, la más joven de todas, corresponde en grandes rasgos a nuestro ofertorio; la segunda corresponde en todo a la del mismo nombre en el rito latino, o sea hasta el evangelio inclusive, y la tercera parte, de la misa griega es, con omisión del ofertorio (anticipado como vimos) nuestro canon.

Pero fuera de estas diferencias de “arquitectura”, encontramos dos diferencias muy destacadas más en la liturgia griega: un dramatismo muy acentuado y una participación del coro mucho más activa. Hay autores que ven la causa de estas dos características en la mutua influencia entre liturgia eclesiástica y ceremonial bizantino de la corte imperial.

Las 17 conmemoraciones de la Virgen María en la misa griega se reparten así:
En la preparación (proskomidé o prótesis) nueve veces, siendo idéntica la 6ª conmemoración con la 7ª y 9ª).

En la misa de los catecúmenos (énarksis) una sola, vez en el himno Trisagión.

En la misa de los fieles, siete veces, entre las cuales se repite una vez la 6ª conmemoración, la cual, como se ve, goza de una preferencia especial.

Llama la atención el hecho de que ante los catecúmenos la Virgen no se menciona sino una sola vez.

Las oraciones son las siguientes:

1. Preparación:

Nro  1—“Bienaventurada Madre de Dios (1), ábrenos la puerta de la misericordia para que los que confiamos en ti, no nos perdamos, sino nos veamos libres por ti de los peligros, porque tú eres la salvación de la cristiandad (2)”.
Nro 2— (Ante la imagen de la Virgen en el iconostasio): “Fuente de la misericordia, Madre de Dios, dígnate de compadecernos; mira al pueblo en sus pecados y muestra como siempre tu poder. En nuestra esperanza en ti, te saludamos con el saludo de Gabriel, príncipe de los ángeles”. (3)
Nro 3—“En honor y recuerdo de nuestra bienaventurada y gloriosa Señora (4), Madre de Dios y siempre Virgen María (5), por cuya intercesión (6), Señor aceptes este sacrificio en tu celestial altar” —Oración con la cual juega bien la siguiente conmemoración alegórica:
Nro 4—“La Reina estuvo a su lado derecho, vestida de ornamento dorado y precioso”.
Nro 5— En esta oración, el celebrante se refiere a la “intercesión de su (idest de Cristo) Inmaculada Madre”. (7)
Nro 6—“Recordando a nuestra Santísima (8), Inmaculada, Bienaventurada y Gloriosa (9) Señora (10), Madre de Dios y siempre Virgen María”.
Nro 7 —Igual a nro 6.
Nro 8—“Oh, Hijo unigénito e inmortal Logos de Dios, quien por nuestra salvación quiso encarnarse de la santa teotokos y siempre Virgen María”.
Nro 9 igual a nro 6.


II. Misa de los catecúmenos

Nro 10—En el Trisagión: “…danos por la intercesión de la santa Madre de Dios…”

III. Misa de los fieles
Nro 11—Igual a nro 6.
Nro 12—En el Credo: “…se hizo carne (hombre) del Espíritu Santo y de la Virgen María…”
Nro 13—Al incensar el altar: “…especialmente para (hyper) la todo santa, Inmaculada, Bienaventurada y Gloriosa Señora nuestra, la Madre de Dios y siempre Virgen María…”
Nro 14—En el Megalynarion en honor de la Virgen: “En verdad es digno alabarte (11), Madre de Dios, siempre alabada e inmaculada (12) Madre de Dios (13) más venerable (14) que los querubines y más gloriosa (15) que los serafines, la que incorrupta (16) dio a luz (17) al Logos de Dios, la que en verdad es Madre de Dios (18), a ti te alabamos”.
Nro 15—“Por los ruegos y la intercesión de la gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María”.
Nro 16—“…por la intercesión de la del todo Inmaculada (19) y de la invituperablemente santa Madre suya (20)”.
Nro 17—“Es una repetición casi literal de la fórmula del Megalynarion (cfr. nro 14).

Todos estos términos le señalan a la Virgen virtudes y prerrogativas en grado máximo. El uso del adjetivo pas significa en su forma de neutro y adverbial un grado máximo, la plenitud o perfección total en algo. Ontos que es adverbio del participio presente de eimí indica algo esencial, como por ejemplo to ontos on, igual a “lo que en verdad es”. De modo que estos términos atestiguan para la Virgen grados que en la dogmática latina llevaban a los teólogos a buscar, por justificarse enteramente, un grado intermedio entre la latría (culto y reverencia que sólo a Dios se debe) y la dulía (culto y reverencia que se da a los ángeles y santos por las excelencias de gracias con que Dios los dotó), o sea el grado de hiperdulía (culto que se da a la Santísima Virgen por su eminente dignidad de Madre de Dios, superior al que se da a los santos y ángeles). En otras palabras: estos términos indican en los teólogos orientales una tendencia muy parecida a la latina y dan la seguridad de que, en caso de no haberse producido la trágica y lamentable separación de las dos iglesias, en la Iglesia Oriental existía aquel elemento de dinamismo dogmático que sin duda la habría llevado por iguales caminos hacia la hiperdulía que aquellos que anduvo la Iglesia latina. Pues esta graduación, como esfuerzo de los teólogos orientales de acertar con la supereminencia de la Madre de Dios sin duda los habría llevado a profundizar y desarrollar a la vista de la piedad cristiana, los términos globales y prerrogativas insinuadas en ellos, como en efecto lo hizo la Iglesia romana en su Mariología. No falta pues, en este estado de cosas, en la dogmática oriental ningún elemento que por su fuerza innata y las glorias marianas encerradas globalmente en él, no hubiese garantizado un camino perfectamente paralelo entre la Mariología de las dos comunidades grandes del Occidente y del Oriente.

Al pensar en una futura y eventual unión de ellas, le quedaría a la Iglesia griega sólo el trabajo de recapacitar el proceso adelantado entre tanto por la Iglesia occidental, en tiempo reducido; pero no hay obstáculos dogmáticos invencibles como los habría al ser totalmente distintas las bases de pensamiento mariológico. Es la Iglesia griega en su mariología como un hermano que hubiera dormido, mientras el otro (la Iglesia latina) seguía trabajando. Lo que le toca, al despertar, es darse cuenta de lo mucho que el otro hermano pudo adelantar, y tratar de recuperar lo perdido hasta andar otra vez a igual paso ambos hermanos.

¿A quién mejor podríamos dirigir nuestras súplicas por la conversión de los griegos y orientales que a la Virgen María que ellos alaban con igual o mayor piedad y fervor en su liturgia? Es Madre, realmente, María de ambas iglesias, y ella no es solamente la vencedora de las herejías, sino también la reconciliadora de las diferencias entre hermanos.

El arte bizantino regaló al mundo de entonces las obras más hermosas, y un buen día, el Iconoclasmo le arrebató a la Iglesia griega las imágenes con que ensalzaba a la Virgen María. Porque sobre todo en el arte mariano, el Oriente había producido verdaderas bellezas que sirvieron de tipo a otros pueblos y regiones. Los tipos de María, como la Hodegetría, la Blacherniotissa, la Nicopoia, la Platytera, la Threnodusa, la Glykophilusa, la Galaktotrophusa, la Trincherusa y la Eleusa (21) son cumbres en el arte mariano, probando de su parte una vez más esta gran fuerza dinámica que el culto de la Virgen representaba para los orientales.

¡Que se apiade la Madre de Dios, la del todo Inmaculada, la del todo Incorrupta, nuestra verdadera Señora de que canta la liturgia de san Juan Crisóstomo, de ellos, nuestros hermanos ortodoxos separados a quienes tanto ha tocado sufrir bajo el yugo del islamismo y hoy del comunismo, para que vuelvan al redil pacífico de la Iglesia una y santa, en donde podrán gozar de las delicias de su gran amor a la Madre de Dios!

Notas: (1) Para los entendidos damos la transcripción aproximada de los términos marianos del texto griego: eulogoméne teotóke. (2) soteria tu génus tón cristianón—(3) eusplanjnías hyparjusa pegé déixo ten dinastáian su—(4) endóxu despóines hemón—(5) aéiparténu Marías—(6) presbéiais—(7) panajrántu, de jraino manchar—(8) panagías—(9) endóksu—(10) despóines—(11) makarízein—(12) panamómeton, de momeuo, criticar, vituperar—(13) meterá tu teú—(14) de tímios y timáo—(15) de éndoksos—(16) adiaftóros de adiáftoros, sin corrupción—(17) tekúsan de tikto—(18) óntos, siendo en verdad—19 cfr. (7)—(20) panámonu—(21) Ya tendremos oportunidad de hablar más sobre estos “tipos” a nuestros lectores.
Ricardo Struve H.
Pbro.



martes, 8 de septiembre de 2015

María, primicia de la nueva creación

San Andrés de Creta (660-740), monje y obispo 
Sermón 1 para la Natividad de la Virgen María; PG 97, 812-816 


En el principio, el hombre fue creado de una tierra pura, sin mancha. (Gn 2,7) Su naturaleza quedó privada de su dignidad primera cuando fue despojada de la gracia por la caída en la desobediencia y arrojada fuera del país de la vida. En lugar de un paraíso de delicias sólo podía transmitirnos una vida corruptible como patrimonio de herencia, una vida de la que se seguiría la muerte con su consecuencia, la corrupción de la raza. Todos habíamos preferido el mundo de aquí abajo a aquel de arriba. No quedaba ninguna esperanza de salvación. Nuestra naturaleza caído clamaba al cielo en ayuda suya. No hay ninguna ley que pudiera curar nuestra enfermedad. En fin, en su beneplácito, el divino artesano del universo decidió renovar el mundo, crear otro mundo –todo armonía y juventud- de donde se echaría el contagio del pecado y de la muerte que es su compañera. Una vida nueva, libre y liberada nos sería ofrecida en el bautismo donde encontraríamos un nuevo nacimiento divino... 


¿Cómo se realizaría este designio? ¿No era conveniente que, en un principio una virgen pura y sin mancha, se pusiera al servicio de este plan misterioso, y concibiera en su seno al ser infinito, trascendiendo toda ley natural?... Al igual que en el paraíso, donde Dios sacó de la tierra virgen y sin mancha un poco de lodo para formar al primer Adán, así en el momento de la encarnación se sirvió de otra tierra, es decir: de esta virgen pura e inmaculada, elegida entre todas las criaturas. En ella nos recreó de nuevo a partir de nuestra sustancia misma y llegó el nuevo Adán, creador de Adán, para que el antiguo fuera salvado por el nuevo y eterno.


jueves, 3 de septiembre de 2015

El prefacio de las misas de la Santísima Virgen



En un fuerte contraste a las liturgias orientales que no conocen sino un solo prefacio para todo sacrificio de la Santa Misa, la Iglesia occidental conocía hasta más de 300 distintos prefacios (en el libro sacramental del papa León se hallan 267, pero este libro no se conservó completo y faltan los meses de enero hasta abril). Parece que fue san Gregorio Magno, el Papa, quien redujo este número exuberante de prefacios a sólo diez, llamémoslos “oficiales”, relegando un resto de más de cien páginas adicionales al final del misal romano. El prefacio de la Santísima Virgen María se agregó a los diez que acabamos de nombrar, en tiempos del papa Urbano II (1088-1099) y en ocasión del Concilio Placentino 1095.

Para que este prefacio sirva para todas las fiestas de la Virgen con sus muy variados contenidos y motivos, la Iglesia intercala en él la referencia a la Anunciación, Visitación, Asunción, Natividad o Presentación de la Virgen, a las cuales se agregan todavía la Inmaculada Concepción, la Transfixión y finalmente referencias generales como Conmemoración, Festividad y Veneración.

En cuanto a la melodía gregoriana del prefacio, se sabe que los prefacios son la forma más solemne de la oración eclesiástica (dentro y fuera de la Santa Misa) y así se entiende fácilmente que la Iglesia les diera también en la música toda la belleza que podían reclamar, de modo que se presentan con una melodía ferialis communis, otra sollemnis y finalmente la última (solo para fiestas dobles o más altas) in tono sollemniori.

No es nuestra intención comentar comienzo y fin del prefacio mariano, porque son iguales a los de los demás prefacios, pero sí los pensamientos contenidos en su parte central que le son propios. Son tres estos pensamientos:

1.     “Y en la (festividad) de la Bienaventurada siempre Virgen María alabaros, bendeciros y aclamaros”.
2.     “La cual concibió a Vuestro Unigénito por obra del Espíritu Santo”.
3.     “Y conservando la gloria de su virginidad, dio al mundo la luz eterna, a Jesucristo, Nuestro Señor”.

1.     No sólo es a Dios, al Infinito cantamos himnos de alabanza; también es justo, digno y saludable cantar a la Virgen. El que honra a la Madre, honra a su Divino Hijo. Sin embargo, los textos litúrgicos de la Iglesia son precisos y correctos, porque lex orandi est lex credendi y por textos ambiguos, equivocados o imprecisos paulatinamente se falsificaría la fe. La ortodoxia de la liturgia es admirable y característica de ella, no siempre así de la poesía popular. Es cierto que María es la Reina del Cielo y más sublime que todos los ángeles y santos; sus títulos de Tesorera de la Gracia, de  Medianera de todas las Gracias, de Reina del Mundo y otras revelan su altísima posición. Y sin embargo, omnis gloria a Deo. Ella misma lo canta así en los versos del Magníficat. Toda su belleza, todas sus gracias y privilegios los debe a Dios, y el Magníficat lo cantó no a sí misma, sino a Dios. En igual espíritu, la liturgia no alaba directamente a María, sino a Dios por la gran obra que quiso hacer con Ella, por tratarse de la madre de su Divino Hijo. Toda verdadera devoción a María, no sólo por su índole interior, sino por la voluntad de la Virgen misma, termina no en Ella, sino en Dios. María nos lleva a Dios, no erige un reino clandestino entre Dios y los hombres.

Collaudare, benedicere et praedicare… la triplicidad de los términos se debe al gusto de la liturgia por alusiones a la Santísima Trinidad, pero también es índice del volumen de alabanza obligatoria que se debe a Dios y quiere expresar además la gravedad de este deber, repitiéndolo en varias formas.

Collaudare es alabar en compañía, entre todos formando un solo coro, porque es propio del espíritu de la liturgia que no es individualista como muchas veces la piedad popular.

Benedicere quiere decir en el fondo, hablar bien de una persona. ¿De quién, con más razón, se puede y debe hablar bien que de Dios, y con múltiples razones en vista de su grandiosa obra mariana?

Praedicare, finalmente, quiere decir ser predicador, propagandista de las glorias de Dios y de María. El amor a María no puede ser una virtud escondida del corazón, sino, más que cualquiera, debe ser público, ya que anuncia la grandeza de Dios. El amor a María debe ser para los que se consagraron a Ella, un encendido apostolado. Amarla, estudiarla, vivir con Ella y propagarla.

2.     La segunda frase propia del prefacio mariano se refiere a la anunciación del Arcángel san Gabriel a la Virgen María. Vemos con sus palabras aquella celda modesta de Nazaret, aquel aposento pobre, pero limpio, y sobre todo silencioso de la joven esposa de José. Surge ante nuestros ojos la imagen tantas veces pintada y cantada, se oyen aquellas palabras santas que desde entonces no desaparecen de los labios cristianos: “Dios te salve, María, llena eres de gracia…”

Palabras olvidadas por la humanidad en muchos siglos de penitencia, porque a nadie jamás, desde el pecado de Adán, un ángel de Dios podía decir “lleno de gracia”, porque todos eran pobres y miserables, privados, por castigo, de la gracia de Dios. Anuncio inaudito, por tanto, después de siglos; María es la primera a quien Dios saluda así. La gracia inicial de María, nos dicen, era más grande que la de todos los ángeles y santos juntos; pero en el momento de la anunciación se aumentó la gracia en María de una manera inefable para el intelecto humano.

Después de entregarse la Virgen a los planes de Dios, con la humildad que la distingue y que admirarnos en Ella, se esparce sobre Ella, mientras el ángel guarda la puerta del aposento —¡otro paraíso guardado por un ángel, pero para felicidad del género humano!—, se esparce, dijimos, sobre Ella, como una sombra que pasa fugazmente en estío sobre un campo de trigo dorado, la santidad del Espíritu Santo, la penetra y la fructifica, la hace madre, Madre de Dios. Ella recibe en su seno a su mismo Dios, ¡primera comunión de la religión cristiana! ¡Qué bella, qué pura, qué santa debía ser la doncella en que el Espíritu Divino accede a hacer esa obra creadora. Anonadada en su humildad, bienaventurada y más al sentir la obra divina en sus entrañas, María, desde entonces empieza a esperar, a través de las horas del Adviento, la noche insigne de Navidad, la noche de la gruta de Belén. Quae et Unigenitum tuum Sancti Spiritus obumbratione concepit.

3.     Et virginitatis gloria permanente, lumen aeternum mundo effudit, Jesum Christum dominum nostrum. Este lumen divino y eterno, al salir de su tabernáculo purísimo no pudo manchar ni destruir nada. Tan puros como pasan los rayos del sol a través de un cristal purísimo, así el sol divino atravesaba las paredes de su voluntaria prisión y se puso en manos de su bendita madre terrenal que temblaban de reverencia al recibirlo, y de cariño. No pudo haber dolor, donde nació el que iba a vencer el dolor, para ser la alegría de la humanidad.

No pudo haber sufrimiento, donde Dios quiso hacer bien como nadie sabe hacerlo.

No pudo haber privación, donde María, hundida en éxtasis, adoraba, cara a cara, a su Hijo Divino y le estampaba, pidiéndole permiso a pesar de su derecho maternal, el primer beso en su fría mejilla.

No pudo haber dolor de castigo, donde sólo había privilegios inauditos y predilección ilimitada. Fue fundida la luz eterna por las noches oscuras de este mundo. El esplendor de la cara del niño, se reflejó en el rostro iluminado de alegría de la Virgen, se propagó por los campos nocturnos de Belén bajo el anuncio de los ejércitos celestiales a los pastores, y alcanzó a reflejarse todavía en una estrella lejana que debía ser la guía de los Magos. Cesó entonces la larga noche de la ira de Dios Padre, de la desesperación humana y de la ignorancia de judíos y paganos, porque, gloria virginitatis permanente, salió de la cuna oscura en el seno de su madre el Hijo de Dios hecho hombre.

Arrodillémonos al lado de la Madre virginal, de la Virgen maternal. El que una virgen sea madre, el que una madre sea Virgen, este es precisamente el milagro anunciado por el profeta, es la prueba del perdón divino. Un perdón no dado de malas ganas, sino fruto de una nostalgia divina de volver a poder amar a los hombres.

Por una sola palabra, la palabra “Madre” aparece ante nuestro ojo espiritual toda una niñez, un hogar, un continuo amor, todo lo que hizo nuestra Madre por nosotros. Ojalá que por las breves palabras del prefacio mariano, al decirlas u oírlas decir, surja ante nuestro ojo, corazón y memoria, con nueva viveza todo lo que es María para nosotros.

Ricardo Struve Haker
Pbro.