jueves, 9 de junio de 2016

El Sagrado Corazón de Jesús, la devoción prohibida

Es hora de abrir las ventanas del alma al Sagrado Corazón de Jesús
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda.


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La fe es una parte integral del alma humana. La virtud teologal expresa la creencia en Dios sin importar la vinculación cultural del individuo a un credo religioso. Esa impronta es imborrable del afecto por la razón orante.

Por ese argumento sublime, y eterno en la esencia de la criatura, el arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, las autoridades civiles y el pueblo consagraron la República de Colombia al Sagrado Corazón de Jesús. La fecha marcó el 22 de junio de 1902 que además marcó el fin de la Guerra de los Mil Días.

El acto funcionó con el debido respeto a los caros valores por espacio de 92 años. Pero en un Estado manejado por la normatividad de la opinión llegó el intento de la aberración moral.

Ante la negación de lo profundo, la jurisprudencia de salón tuvo el permiso de la deshonra para legislar en contravía del sentir íntimo de una Nación.

La Corte Constitucional declaró, el 4 de agosto de 1994, la inexequibilidad de la norma con la cual Colombia se consagró al Sagrado Corazón de Jesús. La institución indicó que la dedicación iba en contra de la libertad de cultos y la igualdad, tema adherido a la Constitución de 1991.

Los magistrados se sometieron al concepto del procurador general, Carlos Gustavo Arrieta, que fue quien inventó el legalismo de que el Estado no puede establecer preferencia alguna en asuntos religiosos. Entonces, “legalmente”, Colombia dejó de ser el país del Sagrado Corazón de Jesús.
La norma no pasó de ser letra muerta en las páginas de los códigos de los transeúntes de la nómina oficial.
La gente humilde hizo caso omiso del mandato. La Iglesia, por boca de sus pastores, renueva cada año la consagración del país al Sagrado Corazón Jesús, en un gesto de obediencia a la verdad.
Los eminentísimos doctores, graduados en el sofisma de sus logias, no pudieron cambiar la historia de la salvación que pasó por el monte Calvario. Allí un legionario romano, de nombre Longino, con su lanza abrió el costado del Cristo crucificado para romperle el corazón, que había dejado de latir, para leer con exactitud, de agua y sangre, la profecía de Zacarías (12-10) “…y mirarán a mí, a quien traspasaron…”
Esa antigua frase, levemente meditada, hubiera evitado el inmenso ridículo de una entidad que notificó una ordenanza que hizo honor a las leyes castellanas: “se obedecen, pero no se cumplen”.
La dimensión formal de la debacle quedó archivada en los anaqueles de las falacias de un organismo que está condenado a desaparecer por vicios de procedimiento. El catolicismo ni se acuerda de la norma ni la cumple. La prueba cumbre estuvo en la pasada misa del 3 de junio. En todos los almanaques aparece fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y ya pasaron 22 años desde aquel intento luctuoso por deformar lo que el papa Pío XII en la carta encíclica Haurietis aquas, sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús (1956), consignó: “…Este amor de Dios tan tierno, indulgente y sufrido, aunque se indigna por las repetidas infidelidades del pueblo de Israel, nunca llega a repudiarlo definitivamente; se nos muestra, sí, vehemente y sublime; pero no es así, en sustancia, sino el preludio a aquella muy encendida caridad que el Redentor prometido había de mostrar a todos con su amantísimo Corazón y que iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza…”
El Sagrado Corazón de Jesús es la piedra angular de la fe y esta no desaparecerá de la faz de la tierra porque el señor Arrieta lo haya pedido.

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