miércoles, 8 de mayo de 2019

San Andrés de Creta alabanzas a la Santísima Virgen María



“…Dios te guarde, templo del Salvador, trono de una vida incorruptible, carro del sol rutilante, tierra única a propósito para producir el trigo de que nos alimentamos; sagrada levadura que diste gusto a toda la descendencia de Adán y esponjaste la masa de que se hizo el verdadero pan de nuestras almas; arca honrosa donde descansó Dios y donde se santificó la misma gloria; cántaro de oro que contiene al que hace dulce y suave el maná y saca miel de la piedra en favor del pueblo desagradecido; espejo espiritual de la santa contemplación, por quien los profetas inspirados de lo alto figuraron la venida de Dios a la tierra…

Santa Señora, tú eres el arcano incomprensible de la divina economía, a quien los ángeles desean contemplar incesantemente; tú eres el aposento admirable de un Dios anonadado, la tierra deseada que te hiciste bajar del Cielo, y le diste entrada entre nosotros; tú eres el tesoro del misterio escondido antes de todos los siglos, el libro animado donde el Verbo del Padre eterno fue escrito por la pluma del Espíritu Santo; el instrumento auténtico de la concordia celebrada entre Dios y los hombres… el monte de Sión donde se huelga el Señor; la columna de vida que conduces no al pueblo cautivo por medio de una luz perecedera, sino que alumbras al verdadero israelita para llevarle al país de la conquista; la tierra virginal de que se formó el molde del segundo Adán. Eres agradable como Jerusalén, y el aroma que sale de tus vestidos, sobrepuja todas las delicias del Monte Líbano. Tú eres la caja del perfume celestial que no se evapora jamás; el óleo de la unción santa, la flor incorruptible, la púrpura tejida de lo alto, la real vestidura, la diadema imperial, el trono de Dios, la puerta del Cielo, la reina del universo, la copa llena de la sabiduría divina, el asiento de la vida, la fuente perenne de las santas ilustraciones.

Me faltan las palabras, y mis pensamientos son muy lánguidos para seguir las ansias de mi alma. ¿Qué te diré yo, Santísima Virgen, Madre de Dios, única capaz de la sabiduría que subsiste en sí misma y da vida a todo lo demás? ¡Oh Santa Virgen, principio de nuestra vida y vida de los vivientes! ¡Oh vínculo que nos unes indisolublemente a Dios! ¡Oh reino asegurado por la fuerza de la gloria y del poder de Aquel que está en ti! ¡Oh sagrado baluarte de los cristianos y asilo divino de todos los que se refugian en ti!”

(Sermón de la Asunción).

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