jueves, 12 de septiembre de 2019

Nuestra Señora de la Peña, ¿la Virgen de la Independencia?




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad”.
3 Juan 1:4
Colombia programó el Segundo Congreso Mariano Nacional (1942) para coronar a Nuestra Señora de la Peña. Roma preguntó por la tradición y la historia de tan importante santuario y nadie dio razón. Evento aplazado para 1946.

La Bogotá, civilizada por el Santo Rosario, debió presentar un examen superior de catecismo mariano soportado sobre el pedestal soberano de sus más caras tradiciones. Pero solo balbuceó un jolgorio.

Los capitalinos contestaron con la dinámica del carnaval, la alegría de sus estructuras sociales. El festejo se empeñó en cubrir sus falencias con trajes de gala. El alborozo intentó, con aires románticos de tinta y teatro, darle a la advocación raizal un lugar especial en el carrusel de un suceso fabricado por el tumulto y el papel sellado.

La Madre de Dios quedó formalmente vinculada a los hechos del 20 de julio de 1810 por la revista Mariana que tituló su portada: “Nuestra Señora de la Peña, acreedora al título de la Virgen de la Independencia”. El ejemplar, órgano de las congregaciones marianas, presentó un aviso publicitario:

“Homenaje en el Año Mariano a la Virgen de la Peña. ‘La Virgen de la Independencia Nacional’, en el Teatro Colón el 11 de octubre a las 6 p.m. Este homenaje está cargo de todos los marianos de Bogotá”. (1942).

La función consistió en un acto sacramental que colmó las gradas del recinto de la musa Talía. La gente de bien asistió, durante tres días seguidos, para aplaudir a los actores. Los cachacos de antaño pensaron que los ecos de sus palmas dolientes bastarían para aturdir al Vaticano con el rancio peso de su devoción.

La Santa Sede requería acreditación. Allá, junto al Tíber, la cuna de la civilización cristiana entendía que la Historia y la Literatura cumplen funciones distintas en la construcción cultural de un pueblo. Esas disciplinas no pueden ser yuxtapuestas porque degeneran en un libreto de mitomanía donde la investigación muere por inacción y la verdad se ahoga en la saliva del regocijo.

La dificultad, entre el cuestionario romano y la ovación bogotana, radicó en que no se presentaron títulos de peso, más allá de la petición formal enviada por el padre Florencio Álvarez, S.J., y sus filipichines que se olvidaron de la realidad doctrinal.

La cátedra de Pedro habló con argumentos teológicos para equilibrar el vaivén de la emocionalidad etnocentrista de los rolos enardecidos. La tesis demostró que las tablas no eran el escenario argumental en favor de la santafereña Virgen María.

El espectáculo terminó y la pregunta de las viudas decimonónicas seguía vigente: ¿de quién se independizaron en 1810? La respuesta hiede a fraude:

1). El 20 de julio de 1810. El Acta del Cabildo Extraordinario de Santa Fe es diáfana al proclamar su devoción por el rey.

“…que protesta no abdicar los derechos imprescindibles de la soberanía del pueblo a otra persona que a la de su augusto y desgraciado monarca don Fernando VII, siempre que venga a reinar entre nosotros, quedando por ahora sujeto este nuevo Gobierno a la Superior Junta de Regencia…”

2). El 23 de julio de 1810. Un bando ratificó la devoción fanática de los criollos, fieles vasallos de Su Majestad:

“…Defender los derechos de nuestro amable soberano don Fernando VII conservando este Reyno a su augusta persona hasta que tengamos la feliz suerte de verlo restituido a un trono de que lo arrancó el Tirano del Mundo”. Biblioteca Nacional de Colombia.

3). El 20 de agosto de 1810. Popayán, Cauca. “Observaciones que dirige un amigo a otro que le pregunta sobre la actual situación del Reyno en agosto de 1810”.

“La unión recíproca de todas las provincias, y la conservación de los derechos privativos sin querer señorearlas ni dar tampoco lugar a que se dividan entre sí por miras interesadas, con perjuicio de la soberanía del Sr. D. Fernando VII y trastorno del cuerpo social”. Biblioteca Nacional de Colombia”.

4). El 25 de septiembre de 1810. Lealtad al rey.

“Motivos que han obligado al Nuevo Reyno de Granada a reasumir los derechos de la Soberanía, remover las autoridades del antiguo gobierno e instalar una Suprema Junta baxo la sola dominación y en nombre de nuestro soberano Fernando VII, y con independencia del Consejo de Regencia y de qualquiera otra representación. Camilo Torres y Frutos Joaquín Gutiérrez”. Biblioteca Nacional de Colombia.

5).  El 4 de abril de 1811. El presidente constitucional del Estado de Cundinamarca, Jorge Tadeo Lozano de Peralta, firmó la monárquica Constitución de Cundinamarca. La carta dice:

 “Decreto de promulgación. Don Fernando VII, por la gracia de Dios y por la voluntad y consentimiento del pueblo, legítima y constitucionalmente representado, Rey de los cundinamarqueses, etc…”
 
6). Enero de 1812. Guerra civil. Las altezas serenísimas del altiplano, los verdugos de la gentuza, se dividieron en federalistas y centralistas. El presidente del Congreso de las Provincias Unidas, Camilo Torres, y el presidente de Cundinamarca, Antonio Nariño, tomaron las armas en duelo de muerte para dirimir cuál partido usurparía las ventajas monetarias producto del caos institucional.

7).  El 6 de mayo de 1816. Las tropas expedicionarias del rey Fernando VII, bajo el comando de don Miguel de la Torre, llegaron a Santafé de Bogotá. Los señoritos autárquicos recibieron a sus patrones ibéricos con mil gritos de júbilo agradecido.

“…A las diez del día entraron algunos curros a caballo, y a las once entraron los demás, como 200 en todos. En todos los balcones y ventanas pusieron banderas blancas y colchas de lo mismo. Este día fue cuando se conocieron sin rebozo los regentistas y realistas, y fue el día de la transfiguración, como allá en el monte Tabor, porque dentro de una hora – que fue de las diez a las once- se transfiguraron todos de tal modo, que todos los resplandores eran de realistas; aun aquellos patriotas distinguidos se transfiguraron, que por los muchos resplandores yo no conocía a ninguno. Día maravilloso, ya se ve, día en que de nuevo se nos han remachado los grillos y las cadenas; y ahora sí que es de veras nuestra esclavitud. Si antes no teníamos algún alivio, ahora no lo habrá, todo se ha perdido, como dijo Enrique VIII; ya para nosotros no habrá consuelo; caímos en las manos de Faraón; paciencia y barajar. Las mujeres era cosa de ver cómo salieron como locas por las calles con banderitas y ramos blancos, gritando vivas a Fernando VII, entraron en tumulto al Palacio y cubrieron los balcones, y a las once que entraron los curros, ellas desde el balcón le echaban vítores con muchas alegría y algazara…” (Cf. José María Caballero. Diario. Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá, 1990. Págs. 212-213).

Y el apego a la realeza siguió en su genuflexión indomable.

8). El 28 de abril de 1831. La lucha contra la dictadura pre monárquica del general Rafael Urdaneta y los suyos finalizó con el Convenio de las Juntas de Apulo, Cundinamarca.

Asombra la conducta resabiada de los próceres de la calamidad. Primero se zafaron de España para redactar una constitución monarquista y recibir las prebendas propias de la aristocracia. No satisfechos con manchar la cordura con sus vicios de nobleza sabanera optaron por la matanza para controlar los recursos del poder feudal. Tarea ejercida contra los labriegos, sus vasallos (1812). Repuestos de la infame catástrofe inventaron una pugna de liberación. Logrado el objetivo gestaron dos contiendas civiles (Córdoba contra el dictador Bolívar - Urdaneta contra los civilistas). La mortandad les sirvió para planear el modo absolutista de colocar a un monarca extranjero en las tierras del gorro frigio para que los gobernara con cetro de hierro.

“…Los planes monárquicos del general Urdaneta exigían la protección de una nación extranjera y el establecimiento de una casta nobiliaria muy trajeada y sin oficio…”

“…Generosamente, monsieur Bresson, el diplomático francés ofreció al fin ‘una corona para Bolívar y por sucesor un hijo del príncipe Luis Felipe de Orleans’. Los miembros del gabinete aceptaron regocijados lo propuesto sin mediar hasta qué punto los conduciría tal ofrecimiento…”  (Cf. Alberto Miramón. Biografía de Sardá y Cronicón del Nuevo Reyno. Biblioteca Familiar Presidencia de la República. Imprenta Nacional de Colombia, 1997. Págs. 111-112).

9). El 18 de marzo de 1836. República de la Nueva Granada. El señor Francisco de Paula Santander le escribió al presidente de la Cámara de Representantes, Juan Clímaco Ordóñez:

“…Una ley que tuvo por objeto la utilidad pública me impuso el deber, de acuerdo con el consejo de gobierno, de aprobar la supresión del convento de predicadores de Chiquinquirá; la misma utilidad pública, de acuerdo con el mismo consejo, me sugirieron la idea de proponer al congreso la supresión de los padres hospitalarios, que la cámara de representantes decretó el año próximo pasado, y la del Convento de la Candelaria de Bogotá, para establecer en Casanare el que ordenó el rey de España cuando gobernaba en estos países; y esa misma utilidad pública me impele a abogar ante el congreso por el colegio de misiones de Cali…”

La república leguleya vivía inclinada y obediente ante las órdenes de un rey que no la gobernaba. Aclamación a rabiar para la debacle.

10). El 21 de mayo 1850. Bogotá, Cundinamarca. La Gaceta Oficial Extraordinaria publicó:

“2. Que la pragmática sanción del 2 de abril de 1767, expedida por Carlos III de España e Indias por la cual se mandó extrañar de todos los dominios de aquel soberano los regulares del Compañía de Jesús, así sacerdotes como adjutores o legos que hubieren hecho la primera profesión, con prohibición expresa de volver a ellos está vigente en la República, asi por ser una de las pragmáticas mencionadas antes, como hallarse comprendida en Recopilación Castellana de que es la ley 38, título 3º., libro 1º.”  Documento Biblioteca Nacional de Colombia.

Cuarenta años después de la trifulca del 20 de julio, el régimen liberticida seguía fiel y obediente a un decreto real. Esos datos ilustran sobre la manía autócrata y estatal de cambiar las realidades por dramatismos de sainete. Conducta que dejó hondos vacíos conceptuales y éticos. Si no existió soberanía en 1810 es una falacia proterva asignarle a una advocación el patronazgo de esa tenebrosa comedia. El amañado intento de cambiar la administración española del Virreinato de la Nueva Granada en favor de los intereses mercantilistas de los criollos fue un episodio criminal.

Las argucias del poder político llaman al 20 de julio “patriotismo”. Las razones de la verdad llaman a la misma fecha “embuste”.

La actualidad lo demuestra. Un ejemplo de la anarquía organizada es la nación fiestera. La Patria Boba celebró dos bicentenarios de independencia en un lapso de nueve años, 2010 y 2019. La imagen populista fue replicada por la agenda mediática de la desmemoria.

Así que involucrar por el arte de la tramoya a la Reina del Cielo en un bochinche de masones resulta por lo menos irresponsable. La piedad popular, sustento del hecho mariológico, no debe ser mezclada en una revuelta de mercaderes, asunto callejero. La ciencia teológica no es compatible con la cuentería.

La presencia de la Virgen raizal tiene una rica hagiografía en las usanzas de la ciudad. Tema que no ampara acciones banderizas en contravía de la voluntad de la Esclava del Señor. El hallazgo del conjunto escultórico de la Sagrada Familia por Bernardino de León abrió el libro de los milagros para una sociedad devota. Ese legado espiritual vive en la memoria de Bogotá desde 1685.

De esa herencia se beneficiaron el capellán de la ermita de Nuestra Señora de la Peña, José Ignacio Álvarez, que firmó el Acta del Cabildo Extraordinario de 1810, y el capellán del Monasterio de la Concepción, Juan Agustín Matallana, firmante de la Constitución de Cundinamarca de 1813. Ambos sacerdotes fueron investigados por el capellán mayor del Ejército Pacificador, don Luis Villabrille. El templo fue clausurado temporalmente y Álvarez arrestado. Se le acusó de participar en el movimiento sedicioso en contra de España. La casa de la Virgen, en lugar despoblado, fue usada por los agitadores para alebrestar al vulgo contra la monarquía hispánica. Las castas del desastre fueron a visitarla después de una masacre de aldeanos* para entonar un mea culpa.

El 23 de enero de 1813.  “…Hoy subió el Cabildo secular en cuerpo hasta La Peña, la fiesta de Nuestra Señora (cosa no vista), en acción de gracias por la victoria…”

El 31 de enero de 1813. “… Hoy fue el presidente a La Peña a cumplir una promesa, con su familia…” (Cf. José María Caballero. Diario. Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá, 1990. Págs. 126-128).

* Combate del 9 de enero en Bogotá. Finalización del conflicto iniciado en 1812.

En conclusión, no es válido ese trajín de perturbadores para convertir a la Virgen Prudentísima en patrocinadora de desdichas.

Solución apostólica

Bogotá, consagrada a la Inmaculada Concepción de María, tiene la obligación moral de coronar a la Virgen de la Peña, su amada Patrona. Y cuando Su Santidad vuelva a preguntar por el linaje de la ermita en la loma se deberá contestar con firme humildad: “existe documentación amplia y suficiente”. El expediente comienza con la bula del papa Benedicto XIV que aprobó la Hermandad de Santa María de la Peña, 1750.

Nuestra Señora aguarda por la corrección para interceder ante su Jesús. Él independizará el alma nacional del sofisma institucional porque se escucha la queja del adagio: “Si el gobernante presta atención a las mentiras todos sus oficiales se corrompen”. (Proverbios, 19,12).

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