jueves, 4 de febrero de 2021

La presentación del Señor, el oficio de María

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“…Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel’...” (Lc 2, 34).

 

La Candelaria es la conmemoración de la presentación del Niño Jesús y la purificación de la Virgen en el templo de Jerusalén. El doble acontecimiento guarda un misterio que la modernidad olvida o mutila. Esa memoria de la Iglesia obliga a la feligresía a preguntarse: ¿quién lo presentó?” Porque esa acción, que cumplía con la voluntad del Altísimo, necesitaba un sujeto oferente. El acudiente de ese privilegio es María, la Madre de Dios. La razón es la santa obediencia a la Ley. La responsable acató con humildad lo establecido por la cultura religiosa judía y llevó al recién nacido ante el altar.

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. (Lc 2, 22-23).

La actividad de trasladar al Mesías hasta el santuario fue puramente maternal sin descuidar el apoyo de san José, padre legal. La Sagrada Familia respondió indivisible a la ceremonia de la depuración. Sin embargo, la cualidad del acto único, común a Cristo y a su Madre, pareciera, para algunos fieles, que llevara caminos distintos o al menos paralelos.

La advocación de Nuestra Señora de la Candelaria se convierte en un olvido litúrgico porque la homilética hace un profundo énfasis en el encuentro del Señor, como lo llamaron los griegos.  La costumbre se convierte en error y la escuela mariana del Nazareno, fundamento del cristianismo, obtiene fisuras en las devociones propias de la piedad nacional porque se piensa en dos momentos diferentes: uno enraizado en las actividades del folclor (ceremonial, procesión y bendición de las candelas) y el otro narrado por el Evangelio.

Las Sagradas Escritura enseñan que Jesús fue presentado a su Padre mientras permanecía en los brazos de su Madre Santísima. Ella aceptó la oblación del Hijo mediante la profecía de Simeón: “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2,35).

“En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera”. (Cf. San Sofronio, obispo, Sermón 3, sobre el Hypapanté, 6. 7: PG 87, 3, 3291-3293).

La consagración del Verbo, principio generoso del sacrificio salvífico en la cruz, está unida magníficamente a la mujer cooperadora cuya misericordiosa misión es la de interceder, función corredentora.

“Ofrece a tu hijo, Virgen santa, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre (Lc 1,42). Ofrece para nuestra reconciliación a la víctima santa que le agrada a Dios. Dios aceptará sin duda alguna esta ofrenda nueva, esta víctima de gran precio, sobre quien él mismo dijo: «éste es mi Hijo amado; en quien me complazco» (Mt 3,17). (Cf. San Bernardo, monje y doctor de la Iglesia. Sermón: ofrenda nueva y eterna).

La Reina de los Mártires, portadora de Cristo, no debería estar ausente de la conciencia evangelizada de sus devotos porque los primeros 40 días del Salvador tienen el servicio fulgurante de su delicada sumisión. La Inmaculada se mantuvo fiel a las palabras del hombre, justo y piadoso. Él le anunció la sangrienta inmolación de su primogénito. Ella iluminó con su suplicio estoico aquel culto sagrado, revelación a la humanidad del Redentor, luz para las naciones.

 

1 comentario:

  1. Presentar el Niño Dios a su Padre y purificar a la Purísima, dos signos de humildad profunda al someterse a la ley mosaica.

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