viernes, 25 de marzo de 2022

La Anunciación, el precepto de la gracia


  

Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

El asombro de María ante el saludo del ángel impresionó al celeste mensajero. San Gabriel comprendió al instante el misterio de la Inmaculada Concepción, razón explicativa de su misión.

El encuentro de las criaturas preparó el escenario para el diálogo entre el Supremo y la doncella. La respuesta de la Virgen agregaría la naturaleza humana a la segunda persona de la Trinidad. El Creador aguardaba una contestación para la unión hipostática.

El veredicto mariano, en su santa prudencia, aguardó sublime. La turbación humilde de la sierva cuestionó la salutación. El arcángel conmovido abrazó la dimensión absoluta de su tarea. Debía inclinarse ante su soberana. Con serenidad diplomática respondió: “No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia ante Dios”. (Lc 1,30). Y profundizó su discurso en la historia del Antiguo Testamento hasta la casa de Jacob. No fue suficiente. Quedaba un planteamiento para resolver. El interrogante era requisito sine qua non para la estructura del milagro. “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? (Lc 1, 34). La defensa de su virginidad era el don imperativo de su infinita pureza. Los hijos de la duda buscarían en ese discernimiento magnífico, para recibir al Verbo, la excusa de su apostasía. La indomable castidad abría así la esperanza de su modestia a la voluntad omnipotente del Señor. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios’. (Lc 1, 30). El mandamiento de la santidad quedó escrito en el corazón de Dios: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1,28).


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