jueves, 25 de agosto de 2022

El milagro del orfebre


                                                   Foto: archivo frailes dominicos



 Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

 

“Hay oro y abundancia de joyas, pero cosa más preciosa son los labios con conocimiento” (Pr 20,15)

El maestro Pablo Felipe Arango restauró las alhajas de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá destrozadas por el aleve ataque, criminal y sacrílego, perpetrado por Luis Fernando Malaver el 9 de julio de 2021.

La disertación del artista sobre la obra de reparación fue trasmitida por el canal Cristovisión el pasado ocho de julio. Evento que formó parte de los homenajes de veneración y expiación a la Patrona de Colombia.

La rehabilitación del ajuar trajo el reto del enigma por el complejo diseño de las joyas. El experto se dio a la tarea de recomponer los objetos menos afectados por la ferocidad del agresor, razón prudente. Arango debió trasladar su taller desde Bogotá hasta la Ciudad Promesa y llevar vida conventual para ejecutar una labor ardua, del amanecer al ocaso.

El conferencista inició su intervención con el collar del faldón, la pieza más antigua, y el rosario del Niño.

El arte de la filigrana

La camándula de la Virgen, regalo de su santidad Juan Pablo II (1986), fue limpiada de las manchas de sangre. Este líquido, estigma del delito, dejó como prueba la desaparición de eslabones y algunas partes invaluables. Ellas debieron ser creadas, tarea renovadora.

La corona del Niño Jesús, diseñada por el pintor Ricardo Acevedo Bernal, tenía huellas de plasma y sus esmeraldas estaban fracturadas, producto del violento raponazo. Lo fascinante de esa aureola son sus segmentos asegurados con tornillos y tuercas de oro. Componerlos le costó días de grandes esfuerzos para mantener la armonía original. Además de restituir una gema perdida y encontrada en la ruta de fuga del forajido.

El cetro no pudo ser robado. El signo de poder y dignidad de la Reina, por alguna casualidad misteriosa, se cayó dentro del marco del lienzo y no formó parte del botín. El golpe sí resquebrajó una esmeralda y zafó varios diamantes. Los brillantes fueron recuperados entre los vidrios rotos caídos sobre el presbiterio.  Triunfo de la búsqueda.

Ese bastón de mando, compuesto por dos partes, fue diseñado por fray Pablo Enrique Acebedo Serrano, O.P., y está firmado por el orfebre: “Óscar Gómez F., joyero y grabador. 1944”. Valioso dato que refresca la memoria del olvido.

La tiara descoyuntada

La corona de la Rosa del Cielo resultó la más deteriorada y compleja de reparar. El impío la dobló como si fuera una lata para el reciclaje, oficio laboral del ladrón. El arreglo tropezó con el inconveniente complicado de haber sido manufacturada con partes de gemas de épocas pretéritas.

El restaurador tuvo que copiar y engendrar las partes faltantes con oro de 22 quilates. En ese proceso, agotador por falta de referencias sobre aquellas técnicas antiguas, descubrió un lugar curioso. La joya central de la diadema tapaba un orificio, ¿desliz del diseño de Acevedo Bernal, error del dibujante y cincelador, el hermano de La Salle, Benjamín Geric?, ¿equívoco del delegado arzobispal, Manuel M. Madero, encargado de la distribución de las gemas?

El rompecabezas, literal y metafóricamente, quedará sin solución porque entre los vericuetos del dilema los doctos dominicos optaron por corregir un detalle. Se trató de incluir un concepto teológico inexistente en la aureola. La guirnalda tenía diez estrellas. Así que pidieron la elaboración de dos más para completar la simbólica docena.

 Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. (Apoc. 12, 1).

El astro eclipsado

La media luna sufrió la desproporción de la furia. El saqueador la dobló en un ángulo de casi 90 grados. La acción, descomunal en su agravio, generó fisuras en las joyas y la desaparición de sus cajas contenedoras. El cabello y la linfa del hampón seguían presentes como testimonio del calvario chiquinquireño.

Esa pieza fue diseñada por fray Pablo Acevedo, O.P., y el fabricante, contratado por el convento dominicano de Chiquinquirá, firmó: “C. Atapuma”.  En este espacio escondido vio la luz una leyenda: “Coronación de la Virgen, 1919. A su Reina y Patrona. Comunidad dominicana y los hijos de Chiquinquirá”. Era el homenaje de sus devotos en el cincuentenario de su realeza, 1969.

Así mismo, el señor Ramón Gómez, de la Joyería Piedras del Mundo, donó unas esmeraldas del tipo trapiche para reemplazar las faltantes o rotas. El obsequio ratificó el consuetudinario cariño de sus fieles promeseros. Tradición colonial.

La recuperación del tesoro estropeado contó con un delicado gesto restaurativo ante la dignidad ofendida. Los frailes predicadores, en un acto de profundo y místico desagravio, le donaron un orbe globus cruciger. Deuda del centenario. Este valioso elemento fue confeccionado con un crucero del rosario de fray Alberto Epaminondas Ariza Sánchez, O.P., eminente historiador de la Chinca en su Villa de los Milagros. Doña Valentina Figueroa se encargó de realizar el grabado sobre la esfera. Entre las figuras labradas incluyó unas mazorcas como homenaje a la tierra boyacense y sus ancestros.

La Virgen de Chiquinquirá, luego de un año del despojo, volvió a sonreír. Ella, doncella maternal, contempló a su Hijo coronado como el rey del país del Sagrado Corazón de Jesús.

1 comentario: