jueves, 8 de diciembre de 2022

La Inmaculada, principio de la redención


 

 


Por Julio Ricardo Castaño Rueda

Sociedad Mariológica Colombiana

La concepción impoluta de la Santísima Virgen María fue el preámbulo para una súplica de urgente santidad: “Venga a nosotros tu Reino”. (Mt 6,10).

La humanidad vencida y divorciada de su Creador por la dupla del pecado, desobediencia y vanidad, necesitaba obtener una renovación restauradora en su origen femenino.

Eva, la fémina indiscreta y carne de Adán, permitió que la astuta serpiente la convenciera de comer el fruto prohibido. El garoso mordisco abrió la puerta a la condenación eterna. La gustativa insubordinación de un capricho al paladar rompió la gracia divina otorgada a su ser. La luz del Espíritu se oscureció en el interior de la obra maestra de la Divinidad, el hombre.

La reparación de esa catastrófica felonía requería de una invención superior e innovadora, una especie de blindaje, virtud impenetrable para las fuerzas de la iniquidad. La coraza, diseño celestial, es la derrota permanente del Maligno. Son hilos de pureza tejidos en la rueca de la humildad.

Así, la mujer castísima fue gestada bajo el omnipotente arte de la oposición misericordiosa contra la vileza de la maldad. (Gén 3,15). La flamante criatura, procreada para la gracia universal, fue concebida sin macula en la perennidad del amor de Dios. Ella sería la primicia de un anuncio salvador. María Purísima, aurora de la esperanza santificante, ofició su preparación para la esclavitud corredentora.

La pulcritud del fiat engendró al Redentor, su unigénito.

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