jueves, 14 de junio de 2012

Ecce Ancilla Domini

La contestación de la Virgen ante su fondo lingüístico-histórico-jurídico

Después de oír atentamente el mensaje del ángel, la Virgen, según san Lucas, quien parece haber recogido el texto de los mismos labios de la Madre de Dios, contesta, para expresar su prontitud de servir al plan divino: “Ecce ancilla Domini”. (Lc. 1, 38). Considerándose sierva, esclava de su Creador, no vio posibilidad alguna de evadir la obediencia; precisamente su profunda humildad le hace posible aceptar el honor singularísimo de ser Madre de Dios.

Al calificarse “esclava”, la Virgen, llena de gracia y sabia por sabiduría infusa, no exageraba, como lo habría hecho una humildad falsa, sino expresó con admirable acierto lo que vivía de sentimientos y convicciones en su alma. No cabe tampoco pensar que se equivocó de término. León Bloy protesta al comienzo de su obra “La que llora”: “Si, refiriéndome a los dos pastores de La Salette, doy en emplear las palabras “santo”, “santa” o “santidad”, no es más que de un modo puramente relativo, por insuficiencia de lenguaje, falto de términos que completen mejor mi pensamiento”. La Virgen, conscientemente, se llamó esclava, como se ve claramente por la repetición del mismo término en las líneas del Magnificat (Lucas, 1, 48).

¿Qué es entonces, cabe preguntar, lo que la Virgen entendía por este término de esclava? Se han de evitar en la medida de lo posible, suposiciones gratuitas. Luego creemos que la Virgen entendía por este término lo que su pueblo, del cual nació y en el que vivía, entendía por “esclavo”. Lógicamente, por tanto, nos vemos llevados a la necesidad de hacer un estudio lingüístico-histórico-jurídico de la esclavitud entre los judíos para llegar a una adecuada comprensión de esta palabra de la Madre de Dios.


I

“El prólogo con la dedicatoria a una persona de rango que san Lucas antepone a su obra, lo demuestra inmediatamente como un hombre de cultura literaria superior, y efectivamente, al lado del autor de la epístola a los hebreos, escribe el mejor griego de todos los autores del Nuevo Testamento. (“El Evangelio de san Lucas”, traducido y comentado por Joseph Schmid, Regensburgo, 1951, pág. 14). El término griego de san Lucas, para verter congruentemente la palabra hebrea-aramea “hebéd” (la latina “ancilla”) es “doulé”. En las traducciones españolas leemos: “esclava” (traducción de Felipe Scío de San Miguel, Barcelona, 1868).

Grecia, como Judea y Roma, conocía la esclavitud, institución difundida en todo el mundo antiguo con casi iguales condiciones para los afectados por tal estado. La lengua griega conocía variados términos para expresar el hecho de la esclavitud.

El término latino ancilla está relacionado con el término masculino servus. “Mas el séptimo día sábado es del Señor tu Dios: no harás obra ninguna en él, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo ni tu sierva (servus tuus et ancilla tua) ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas”. (Éxodo, 20, 10; cfr. Lev. 25, 44 Deut. 16, 11). Aparece el término ancilla en el Antiguo Testamento, significativamente, en los labios de las tres mujeres-tipos de la Virgen: Ruth dice a Booz: “Yo soy Ruth, tu esclava” (Ruth, 3. 9); Judith dice a Holofernes: ancilla tua (Jud. 11. 14); y Ester se llama “esclava del Señor” (Est. 14. 18) por lo cual se ve que este término se usa frente a Dios y a grandes señores de esta tierra. En el Nuevo Testamento encontramos la ancilla (ostiaria) en las escenas en el patio del Sumo Sacerdote que describen la negación de san Pedro, y en una parábola de Nuestro Señor donde un siervo maltrata a sus compañeros de esclavitud, servos et ancillas (Lucas 12, 45).

En cuanto a la raíz de la palabra ancilla es de anotar que san Alberto Magno, en su comentario a san Lucas, está profundamente equivocado al derivarla del griego an (que significa alrededor) y kello (que significa moverse). Viene ancilla, al contrario del latín anculus y ancula, diminutivos estos de ambicolus (cfr. Stowasser, Diccionario de la lengua latina, 3ª edición, Leipzig, 1910) lo que, de su parte, viene del griego amfípolos del significado “siervo, sierva”. (la “qu” pierde su sonido “W” delante de la vocal “u” y de consonantes y se convierte en simple “c” (quis-quem-cuius, cui) de modo que “quo” se convierte en “co”; colus es igual al griego polos).


II

Toda la jurisprudencia judía sobre los esclavos la encontramos expuesta en forma muy clara y sintética en el Comentario al Nuevo Testamento con base en el Talmud y Midrasch de los autores protestantes Strack y Billerbeck, Munich, 1928, tomo IV, 2ª parte, págs. 698-744. Podemos prescindir de todo lo que en esta obra se expone sobre los esclavos judíos (de raza judía) porque ellos no representan el verdadero estado de esclavitud, sino son una forma muy mitigada y eran redimidos periódicamente en los años jubilares. Al contrario, el esclavo cananeo es el verdadero esclavo, su prototipo, en la mentalidad judía. Los datos de estos autores quedan plenamente confirmados por los autores católicos aunque éstos no se ocupan con la misma extensión del problema, como por ejemplo Friedrich Noetscher, Arqueología bíblica, Bonn, 1940, paginas 140-144.

El esclavo era adquirido por el pago de una suma, por certificado de la compra y la toma de posesión, es decir era adquirido como cualquier “cosa” (un campo, una casa, etc.). “Es esclavo aquel sobre el cual su dueño tiene todo poder”, o en otras palabras, “es uno a quien no pertenece su alma” (o lo que es igual, su persona, su vida). A consecuencia, el esclavo entre los judíos no podía adquirir propiedad alguna; todo lo que trabajaba, hallaba o recibía regalado, era de su señor. “La mano del esclavo es como si fuera la mano de su señor”. El dueño tiene todo derecho sobre él, le podía dar otra esclava mujer. Los hijos seguían el estado de su madre, la esclava paría para su señor. De ahí se entiende la frase de los rabinos: “Los esclavos son como el ganado”. “El hijo en el vientre de la esclava es como la cría en el vientre de un animal”. Al morirse su dueño, el esclavo pasó como cualquiera otra herencia al sucesor, mientras el esclavo mismo no podía hacer testamento. Naturalmente, podía el amo separar nuevamente el contubernio y separar la madre esclava de su hijo.
Es cierto que se podía formar entre el esclavo y su dueño una situación humanamente aceptable; pero sería falsa la opinión de que el trato de los esclavos hubiera sido por lo general humano. El perro era el animal más abyecto para los judíos, y sin embargo, “el perro es más honrado que el esclavo” (cfr. 4. Reg. 8, 13). El menosprecio del esclavo, como ser vivo, iba hasta tal punto que se daba el caso de que los esposos no veían inconveniente de ejercer el acto matrimonial en presencia de sus esclavos. Las reparaciones de las heridas hechas a un esclavo de otra persona, se regían por las reglas de reparaciones de daños hechos a sementeras o al ganado del vecino.
Se conocía la liberación de los esclavos en el derecho judío: había dos caminos para ella, el pago de la suma pedida por el dueño y la carta de libertad. Motivos eran la libre voluntad del dueño, en primer lugar, el reconocimiento de buena conducta del esclavo, o la voluntad de darlo, ya libertado, por esposo a una hija núbil. Si el esclavo había recibido la circuncisión al entrar en la comunidad de los judíos por cualquier forma de adquisición, una sumersión en agua en el momento de su liberación lo convirtió en prosélito en sentido completo.

Finalmente anotamos que los esclavos naturalmente no tenían libertad de hacer votos, y que tal voto, en caso de ser emitido, podía ser anulado en cualquier momento por su dueño.

No queremos descartar la posibilidad de que la Santísima Virgen haya podido tener conocimiento de las costumbres romanas en cuanto a la esclavitud, ya que los romanos eran dueños de su tierra y vivían en ella, acompañados de sus esclavos, traídos de fuera o adquiridos en Judea. A lo mejor, hay tintes más sombríos en el cuadro de la esclavitud romana. Basta recordar el principio jurídico romano de que “una cabeza servil no tiene derecho” o la inicua expresión de Ulpiano: servus vel animal aliud (un esclavo o cualquier otro animal) (cfr. Pablo Allard, Los cristianos en la esclavitud del Imperio Romano, Buenos Aires (1876) (1946). Las leyes y costumbres griegas, al contrario, eran más atenuadas, ya que los esclavos griegos recibían fuera de comida y habitación muchas veces algún pago modesto que les permitía comprarse más tarde su libertad; pero no vemos cómo la Virgen pudiera haber tenido conocimiento de tales condiciones, (cfr. Hans Lamer, Diccionario de los tiempos antiguos, Leipzig, 1933).


III

Por lo general, los tratadistas católicos, según parece, no explotaron estas luces sobre la esclavitud entre los judíos para el comentario de Lucas 1,38 y 1,48. Menos se aprovecharon estos datos en las obras de devoción o meditaciones. El P. Juan Rey, S. J., (en su obra Comulga con la Virgen. Santander, 1956 pág. 75) dice: “Una esclava, sí, menos que una sirvienta. La sirvienta está libremente en la casa de su amo; puede abandonar la casa cuando quiera, conserva todos sus derechos. Una esclava, no. La esclava pertenece a su amo; tiene que estar necesariamente en su casa, no se le reconocen derechos; el amo puede mandarla, puede venderla, puede castigarla, puede quitarle la vida”. O se hacen piadosas comparaciones como la siguiente: “Los grandes romanos se divertían a veces haciendo luchar a sus esclavos, pero tirándoles al rostro aquellas repugnantes palabras: “Haceos allá, canalla, no sea que vuestra sangre me manche la túnica”. Pero la sangre preciosa de esta excelsa esclava, que Ella trasvasa puramente al Redentor, será la que purifique las estolas de las vírgenes y caiga como lluvia lavadora sobre el mundo manchado”. (P. Victoriano Rivas A., S. J. Llena de gracia. Santander 1954, pág. 40).
Parece que una explotación más sistemática del hecho de la esclavitud arrojará luz más abundante sobre el pasaje de san Lucas.

Antes que todo debemos observar, con base en la íntima unión de la Santísima Virgen a la obra redentora de su Divino Hijo, que ella toma parte en la transformación de la miseria humana en la dignidad cristiana. Como su Hijo transformó el madero de la ignominia, la cruz, en símbolo de la gloria, ella transforma la esclavitud en algo dignificado. Desde cuando la Madre de Dios no rehusó llamarse esclava, la esclavitud como institución afrentosa empezó a desvanecerse; a los millones de esclavos del Imperio Romano y de todos los pueblos antiguos, debía aparecer la dignísima Madre de Dios como compañera, y pronto como Patrona. El hecho de que ella voluntariamente se dio en esclavitud por el bien de la humanidad entera, debía encerrar grandes consuelos para la mísera masa de los esclavos. Y si en los últimos siglos la “esclavitud” amorosa de los devotos de María no encierra ya nada de afrentosa, es porque ellos aprendieron de su Maestra, como tal situación, aceptada con voluntariedad, incluye ante Dios y Ella inmensos títulos de honor. Según el salmo 115, 16 Cristo mismo (en la suposición de un sentido mesiánico de este salmo) se declaró “esclavo”: “Oh, Señor, qué esclavo tuyo soy; yo soy esclavo tuyo e hijo de tu esclava”. Tiene razón el barnabita, P. Juan Semería, al decir: “Esta rendición activa de nuestra voluntad a la voluntad de Dios, transforma el fiat de la humildad, en el fiat de la potencia, de la fuerza. El fiat de la Virgen se asocia al gran designio de la Redención, como parte activa, indispensable; podría decirse que el fiat de la humilde mujer, unido al de Dios, llega a ser omnipotente, imperial… Es la voluntad del siervo que se ha redimido y se redime de su servidumbre, elevándose hasta la altura del patrón”. (María, ideal de virtud. Santiago, 1952 pág. 16 s.)

San Francisco de Sales indica en su Teótimo las premisas de la esclavitud de María, “exponiendo que el amor es una cadena fortísima que ata la voluntad del amante a la del amado y la hace esclava solícita de todos sus quereres; y el amor divino, en especial, es un amor celoso que no descansa hasta sujetar al hombre todo bajo el yugo suavísimo de la voluntad divina (cfr. Uldarico Urrutia, S. J. Los nombres de María. Buenos Aires, 1948, pág. 286) María, en otras palabras se enamoró de la esclavitud y le infundió tanto amor que la transformó en lo más noble que el hombre puede practicar frente a su amo; haciéndose esclava voluntariamente, convierte la esclavitud en la forma más sublime de servicio libre frente al Señor.

Sobre esta base, todos los detalles anteriormente expuestos sobre la esclavitud, reciben un significado profundo y hermoso.

Como los esclavos se adquirían por el pago de una suma, certificado de esta compra y toma de posesión, ella queda en manos de Dios como esclava por iguales títulos: redimida, adquirida no con oro y plata, sino con la sangre de su Divino Hijo (1. Petr. 1, 18); en su adquisición fue destruido el anterior documento, con anticipación inaudita (Col. 2. 14) y el Espíritu Santo pudo tomar posesión de su esclava (Lucas, 1, 35).

Su entrega fue tan total que se puede decir que, aunque la criatura no puede deshacerse de su naturaleza si no fuera por aniquilación, su “alma” ya no le pertenecía; quedándose con su libre albedrío, se quedó sin embargo sin él, por entregarse como esclava voluntaria a su Señor.

Todo lo que posee, lo que trabaja, lo que sacrifica, lo entrega concienzudamente a su Señor. Lo más sublime en ella, su pureza y virginidad lo entrega al Padre Eterno, para que le dé esposo en el Espíritu Santo. Admite humildemente que su voto sea anulado por su Señor.

Sabe perfectamente, y esto le da valor para ser perfectísima esclava, que el hijo nacido de ella, tendrá la condición de su madre. “Soy hijo de tu esclava”. Si el mismo Dios hizo una entrega voluntaria a la esclavitud, renunciando a las glorias del cielo (Fel. 2, 6) la Virgen tampoco pudo vacilar en aceptar la cruel consecuencia de arrastrar, por decirlo así, a su Divino Hijo a la condición de su madre. Al contrario, debía gozar, una vez tranquila sobre este punto, de poder dar a sus semejantes, un hermano que, el primero entre los esclavos, traería la libertad, la tan deseada carta de libertad, en un movimiento general de liberación.

Naturalmente también sabía la Virgen que su Señor podría separarla de su hijo y arrebatárselo en cualquier momento, de modo que las palabras extrañas de distanciamiento que más tarde pronunciara su Hijo, (Lucas 8, 21) a ella no parecerían tan extrañas; y hasta la separación definitiva cuando el Hijo se entregó a sus enemigos y a la pasión, debían aparecerle sobre la base de la perfecta esclavitud, como una cosa natural para la esclava del Señor. Ni la esclava tenía derecho a recibir curación de tan grandes heridas causadas por la compasión.

Creemos que con estas breves indicaciones ya se ha señalado la línea de toda una fructuosa exégesis de Lucas 1,38. La base para su interpretación ya no es el sentimentalismo, sino una muy sólida de puntos de vista científicos, sobre todo de la jurisprudencia de los judíos acerca de la esclavitud. Creemos también tal exégesis muy útil para la refutación de los argumentos que siempre de nuevo se oyen contra la perfecta esclavitud mariana tal como la entendía la época del Santo Luis María Grignon de Montfort y sobre todo este mismo y como se propaga en el movimiento hermosísimo de los Sacerdotes de María quienes con la misma entereza, voluntariedad y plenitud de amor convierten lo afrentoso de la esclavitud en el servicio más noble y libre a la Madre de Dios.

Ricardo Struve Haker
Pbro.

Tomado de la revista Regina Mundi

No hay comentarios:

Publicar un comentario