A nuestros muy amados hijos:
El cardenal Aquiles Lienart, Obispo de Lille;
El cardenal Pierra Gerlier, Arzobispo de Lyon;
El cardenal Clément Roques, Arzobispo de Rennes;
El cardenal Maurice Feltin, Arzobispo de París;
El cardenal Georges Grente, Arzobispo-Obispo de Mans.
Y a todos nuestros venerables hermanos los Arzobispos y
Obispos de Francia en paz y comunión con la Sede Apostólica ,
PIUS PP. XII.
Amados hijos y venerables hermanos, salud y bendición
apostólica.
La peregrinación a Lourdes que Nos
tuvimos la alegría de hacer cuando fuimos a presidir, en nombre de nuestro
predecesor Pío XI, las fiestas eucarísticas y marianas de la clausura del
Jubileo de la Redención
dejó en nuestra alma profundos y dulces recuerdos. Por ello nos es también
particularmente grato el saber que, por iniciativa del Obispo de Tarbes y
Lourdes, la ciudad mariana se dispone a celebrar con esplendor el centenario de
las apariciones de la
Virgen Inmaculada en la Gruta de Massabielle, y que un comité
internacional se ha creado con ese fin bajo la presidencia del eminentísimo
cardenal Eugenio Tisserant, decano del Sacro Colegio. Con vosotros, amados hijos
y venerables hermanos, Nos queremos agradecer a Dios el insigne favor concedido
a vuestra patria y las muchas gracias derramadas desde hace un siglo sobre la
multitud de peregrinos. Nos queremos además invitar a todos nuestros hijos a
renovar, en este año jubilar, su piedad confiada y generosa en quien, según la
frase de san Pío X, se dignó establecer en Lourdes “la sede de su inmensa
bondad” (carta del 12 de julio de 1914; A. A. S., VI, 1914, p. 376).
I-Francia y la devoción a
María
Toda tierra cristiana es tierra
mariana; y no existe pueblo rescatado por la sangre de Cristo que no se ufane
de proclamar a María como su Madre y Patrona. Esta verdad adquiere, sin
embargo, un relieve asombroso cuando se evoca la historia de Francia. El culto
a la Madre de
Dios allí se remonta a los orígenes de su evangelización; y entre los
santuarios marianos más antiguos el de Chartres atrae aún a los peregrinos en
gran número y a millares de jóvenes. La Edad Media que, con san Bernardo principalmente,
cantó la gloria de María y celebró sus misterios, vio el admirable
florecimiento de vuestras catedrales dedicadas a Nuestra Señora: Le Puy, Reims,
Amiens, París y muchas otras. Esta gloria de la Inmaculada la anuncian
desde lejos con sus esbeltas agujas, la hacen resplandecer en la luz pura de
sus vidrieras y en la armoniosa belleza de sus estatuas; testimonian sobre todo
la fe en un pueblo que se eleva sobre sí mismo en magnífico impulso para rendir
en el cielo de Francia el homenaje permanente de su piedad mariana.
En las ciudades y en el campo, en la
cima de las colinas o dominando el mar, los santuarios consagrados a María
—humildes capillas o basílicas espléndidas— cubrieron poco a poco el país con
su sombra tutelar. Príncipes y pastores, fieles innumerables, han acudido a
ellas, hacia la Virgen
Santa , a la que invocaron con los títulos más expresivos de
su confianza o de su gratitud. Invócasela aquí como Nuestra Señora de la Misericordia , de Toda
Ayuda o del Buen Socorro; allá, el peregrino se refugia junto a Nuestra Señora
de la Guardia ,
de la Piedad o
del Consuelo; en otras partes, su oración se eleva hacia Nuestra Señora de la Luz , de la Paz , del Gozo o de la Esperanza ; o implora a
Nuestra Señora de las Virtudes, de los Milagros o de las Victorias. ¡Admirable
letanía de vocablos cuya enumeración, jamás agotada, narra de provincia en
provincia los beneficios que la
Madre de Dios prodigó a través de los tiempos sobre la tierra
de Francia!
El siglo diecinueve, sin embargo,
tras la tormenta revolucionaria, había de ser por muchos títulos el siglo de
las predilecciones marianas. Para no citar más que un hecho, ¿quién no conoce
hoy la medalla milagrosa? Revelada en el corazón mismo de la capital francesa,
a una humilde hija de san Vicente de Paúl que Nos tuvimos la dicha de incluir
en el catálogo de los santos, esta medalla, adornada con la efigie de “María
concebida sin pecado”, ha prodigado en todas partes sus prodigios espirituales
y materiales. Y algunos años más tarde, del 11 de febrero al 16 de julio de
1858, plugo a la
Bienaventurada Virgen María, con un nuevo favor, manifestarse
en tierra pirenaica a una niña piadosa y pura, hija de una familia cristiana,
trabajadora en su pobreza. “Ella acude a Bernardita —dijimos Nos en otra
ocasión—; la hace su confidente, su colaboradora, instrumento de su maternal
ternura y de la misteriosa omnipotencia de su Hijo para restaurar el mundo en
Cristo mediante una nueva e incomparable efusión de la Redención ” (discurso del
28 de abril de 1935 en Lourdes; Eug. Pacelli, Discursos y Panegíricos, 2a
ed., Vaticano, 1956, p. 435).
Los acontecimientos que por entonces
se desarrollaron en Lourdes, y cuyas proporciones espirituales se miden hoy
mejor, os son perfectamente conocidos. Sabéis, amados hijos y venerables
hermanos, en qué condiciones asombrosas, a pesar de las burlas, las dudas y las
oposiciones, la voz de esta niña, mensajera de la Inmaculada , se ha
impuesto al mundo. Conocéis la firmeza y la pureza del testimonio, controlado
con prudencia por la autoridad episcopal y por ella sancionado ya en 1862. Ya
las multitudes habían acudido, y no han dejado de ir a la gruta de las
apariciones, a la fuente milagrosa, en el santuario erigido a petición de
María. Se trata del conmovedor cortejo de los humildes, de los enfermos y de
los afligidos; de la imponente peregrinación de miles de fieles de una diócesis
o de una nación; del discreto paso de un alma inquieta que busca la verdad...
“Nunca —dijimos Nos— se vio en ningún lugar de la tierra semejante efusión de
paz, de seguridad y de alegría” (ibídem, p. 437). Jamás, podríamos añadir,
llegará a conocerse la suma de beneficios que el mundo debe a la Virgen socorredora. “O specus felix, decorate divae
Matris aspectu! Veneranda rupes, unde vitales scatuere pleno gurgite lymphae!” (Oficio de la fiesta de
las Apariciones, himno de las segundas vísperas).
Estos cien años de culto mariano,
por otra parte, han tejido en cierto modo entre la Sede de Pedro y el santuario
pirenaico estrechos lazos que Nos tenemos la satisfacción de reconocer. ¿No ha
sido la misma Virgen María la que ha deseado estas aproximaciones? “Lo que en
Roma, con su infalible magisterio, definía el Soberano Pontífice, la Virgen Inmaculada ,
Madre de Dios, bendita entre todas las mujeres, quiso, al parecer, confirmarlo
con sus propios labios cuando poco después se manifestó con una célebre
aparición en la Gruta
de Massabielle...” (Decreto De Tuto, para la canonización de santa Bernardita,
2 de julio de 1933,- A. A. S. XXV, 1933, p. 377). Ciertamente que la palabra
infalible del Pontífice Romano, intérprete auténtico de la verdad revelada, no
tenía necesidad de ninguna confirmación celestial para imponerse a la fe de los
fieles. Pero ¡con qué emoción y con qué gratitud el pueblo cristiano y sus
pastores recogieron de labios de Bernardita esta respuesta venida del cielo:
“Yo soy la
Inmaculada Concepción !”.
Por lo tanto, no sorprende que
nuestros predecesores se hayan dignado multiplicar sus favores hacia este
santuario. Desde 1869, Pío IX, de santa memoria, se felicitaba de que los
obstáculos suscitados contra Lourdes por la malicia de los hombres hubiesen
permitido “manifestar con más fuerza y evidencia la claridad del hecho” (carta
del 4 de septiembre de 1869 a
Henri Lasserre; Archivo Secreto Vaticano, Ep. lat. an. 1869, número
CCCLXXXVIII, f. 695). Y contando con esa garantía, colma de beneficios
espirituales a la iglesia recién construida, y hace coronar la imagen de
Nuestra Señora de Lourdes. León XIII, en 1892, concede oficio propio y la misa
de la festividad in apparitione Beatae
Mariae Virginis Immaculatae, que su sucesor extenderá muy pronto a la Iglesia Universal ;
el antiguo llamamiento de la
Escritura encontrará en ella una nueva aplicación: Surge, amica mea, speciosa mea, et veni:
columba mea in foraminibus petrae, in caverna maceriae! (Cant. 2, 13-14.
Gradual de la misa de la festividad de las Apariciones). Al final de su vida,
el gran Pontífice quiso inaugurar y bendecir personalmente la reproducción de la Gruta de Massabielle
construida en los jardines del Vaticano; y en la misma época su voz se elevó
hacia la Virgen
de Lourdes en una oración fervorosa y ejemplar: “Que gracias a su poderío, la Virgen Madre , que
cooperó en otro tiempo con su amor en el nacimiento de los fieles dentro de la Iglesia , sea de nuevo
ahora instrumento y guardiana de nuestra salvación...; que devuelva la
tranquilidad de la paz a los espíritus angustiados; que apresure, en fin, en la
vida privada lo mismo que en la vida pública, el retorno a Jesucristo” (breve
del 8 de septiembre de 1901; Acta Leonis XIII, vol. XXI, p. 159-160).
El cincuentenario de la definición
dogmática de la
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen
ofreció a San Pío X la ocasión para testimoniar en un documento solemne el lazo
histórico entre este acto del Magisterio y la aparición de Lourdes: “Apenas
había definido Pío IX ser de fe católica que María estuvo desde su origen
exenta de pecado, cuando la misma Virgen comenzó a obrar maravillas en Lourdes”
(carta encíclica Ad Diem Illum, del 2
de febrero de 1904; Acta Pío X, vol. I, p. 149). Poco después crea el título
episcopal de Lourdes, ligado al de Tarbes, y firma la introducción de la causa
de beatificación de Bernardita. A este gran Papa de la Eucaristía estaba sobre
todo reservado el subrayar y facilitar la admirable conjunción que existe en
Lourdes entre el culto eucarístico y la oración mariana: “La piedad hacia la Madre de Dios —observa— hizo
florecer una notable y fervorosa piedad hacia Cristo Nuestro Señor” (carta del
12 de julio de 1914; A. A. S. VI; 1914, p. 377). Por otra parte, ¿podía ser de
otro modo? Todo en María nos lleva hacia su Hijo, único Salvador, en previsión
de cuyos méritos fue inmaculada y llena de gracia; todo en María nos eleva a la
alabanza de la adorable Trinidad, y bienaventurada fue Bernardita desgranando su
rosario ante la gruta, que aprendió de los labios y de la mirada de
No hay comentarios:
Publicar un comentario