jueves, 19 de junio de 2014

Los heraldos del honor y de la gloria


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El primer acto de la voluntad del Verbo encarnado fue amar a  su Santísima Madre. El corazón de Jesús comenzó a latir bajo el impulso de los movimientos de sístole y diástole del amor mariano.

La vida del Todopoderoso tomó la herencia de un vientre femenino porque el sagrario de la divinidad acogió a la luz de la revelación. En esa condición de íntima gestación, el alma de María se llamó Jesús y el corazón de Jesús se denominó María.

La devoción por la amada entraña surgió feliz en el afecto inmaculado de la Virgen Madre. Triunfó la totalidad del sentimiento.

La gracia vital de aquel tabernáculo necesitaba ser difundida. El fuego ardía en el altar de María, pero no bastaba. El mundo debería ser incendiado por el sentir del Dios con sensibilidad maternal.

Jesús no podía soportar más la dicha sublime de salvar al hombre y su ansiedad de Redentor se debatía entre el impulso y la dependencia. El respeto al libre albedrío estaba vigente desde la Anunciación. Nada podía hacer por su propia voluntad porque  dependía de su progenitora en el misterio de la humildad.

El resultado de este episodio lo resolvió María. Ella adelantó el  proceso de evangelización y le dio una urgente prioridad, aún sobre sus propias circunstancias. Se decidió, plena y libremente, por el orden asignado a la palabra, primero fue el Verbo.

La Estrella de la Evangelización se encendió en el firmamento de la humanidad. La Santísima Virgen asumió su tarea de intercesora y salió de su entorno habitacional, en un acto de rebelde liberación. Rompió la norma de la mujer sumisa y en complicidad con su Hijo se fue a visitar a su prima Isabel.

El saludo de María abrió el sendero para Juan, El Bautista. Él recibió la certeza del Evangelio para transformarse en el segundo devoto del Sagrado Corazón de Jesús. Su vida quedó consagrada al Mesías. Jamás calló. No negoció con la verdad. Su legado nunca dejó de inspirar esa suprema radicalidad que se necesita para seguir al Salvador.

La Madre del Señor ratificó la alegría del hijo de Isabel y en su canto del Magníficat proclamó la esencia de su unigénito: “…Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…” (Lucas 1, 49-50).

La caridad fue la invitación para crear un grupo elite de seguidores de Jesús. A esa idea se unió un varón justo llamado José, que acercó su oído al seno de su esposa para escuchar el pulso del milagro prometido a su pueblo.

A la Sagrada Familia se presentaron nuevos miembros. Esa vez fueron unos inocentes zagales que abandonaron sus rebaños para conocer al Buen Pastor. La comitiva de adoradores siguió creciendo para recibir a otras almas. Tres sabios reyes de Oriente vinieron a postrarte ante la cuna de Belén.

Los recién llamados no eran suficientes para ese misionero que crecía en una carpintería de Nazaret. Un día se escapó de la custodia paterna para ir al templo de Jerusalén. Fue a buscar las razones de sus ministros. Él les predicó sobre la ley del amor y su diferencia sobre el amor a la ley. El asombro de aquellos doctores aún se estudia con respeto.

La Madre angustiada intervino para llevarlo devuelta a casa. El discipulado del honor debía seguir aguardando su presentación oficial, su bautismo de fuego y sangre.

El tiempo de la vid maduró, y una revolución interminable se inició en las Bodas de Caná de Galilea. Jesús, obediente al mandamiento de su madre, “…Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2, 5) firmó una maravillosa secuencia de signos que después de 2.000 años solo se multiplican cada día como los pescados en la red de Pedro.

El cuartel de las misericordias aún necesitaba de un ara donde la ternura del Cristo pudiera derramarse de forma infinitamente copiosa. Y  en el sacro madero del calvario una lanza romana le atravesó el costado para diagramar una institución que tendría la dicha de formar una cohorte de centinelas.

El ente  que recogió el legado del Calvario fue el Monasterio de la Visitación de Bourg (Francia) cuando el 13 de marzo de 1863, tercer viernes de cuaresma, fundó en esa tierra bendita la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús.

Los soldados comenzaron a propagar la devoción por los nueve primeros viernes de mes de acuerdo con las promesas que Jesús le regaló a santa Margarita de Alacoque:
1.     A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
2.     Daré la paz a las familias.
3.     Las consolaré en todas sus aflicciones.
4.     Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte
5.     Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6.     Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia
7.     Las almas tibias se harán fervorosas
8.     Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9.     Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
10.                       Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11.                       Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12.                       A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.
Ofrecimiento.

Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén
 
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros.  Padrenuestro...

Corazón de Jesús, rico en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros. Padrenuestro…

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros. Padrenuestro...

Estas prácticas piadosas suplican con urgencia que Colombia vuelva a ser el país del Sagrado Corazón de Jesús.


Lo pide Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá que mira complacida como muchos de sus devotos portan en su pecho el “Detente”, el escapulario de Jesús. 

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