jueves, 23 de julio de 2015

A Nuestra Señora de Chiquinquirá


En el tercer centenario de su renovación.

Ruperto S. Gómez
Bogotá, 1886


Sobre el Ande se eleva
La redentora cruz; de Nenqueteba
Rodaron sobre el polvo los altares;
Del cedro secular bajo el ramaje
El misionero al rústico salvaje
Enseña del eterno los cantares.

Mas ay, el muisca oculto
En las cavernas, el antiguo culto
Rendía al sol y a la argentada luna
Y áureas ofrendas en la noche umbrosa
Arrojaba con mano temblorosa
Al sereno cristal de la laguna.

Mas tú, Madre divina
Más pura que la estrella matutina,
Tú, a quien mi labio reverente nombra,
A tu sagrada efigie desteñida
Diste ante un pueblo resplandor y vida,
Y del  error se disipó la sombra.

Triste ciega de hinojos
Postrose ante tus aras, y sus ojos
Se abrieron a la luz; el moribundo,
A quien la ciencia abandonó a su suerte,
Pronunciando tu nombre, de la muerte
Saltó del lecho y te cantó ante el mundo.

Magnífico santuario
La piedad en el campo solitario
Alzó entre muelles de menudas hojas,
Y desde entonces de lejanas tierras
Viene cruzando prados y altas sierras
El que sufre, a contarte sus congojas.

¡Ay! Hubo un tiempo aciago
En que la peste su mortal estrago
Extendía implacable por doquiera
Sólo se oían resonar entonces
El fúnebre tañido de los bronces,
Del huérfano la queja lastimera.

Hasta ti los clamores
Llegaron, y entre cánticos y flores
Tu imagen las ciudades recorría.
Huyó el contagio, cual la sombra oscura
A la lumbre del astro que fulgura
Tras la montaña al empezar el día.

Tres siglos se han hundido
Entre las simas del profundo olvido,
Y tú mística imagen resplandece
Entre el incienso que hasta el ara sube,
Como véspero hermoso entre la nube
Que al soplo de las brisas desaparece.

Tu nombre soberano
Nadie ha invocado en su dolor en vano;
Sobre mi triste corazón que espira
Ante los golpes del destino rudo,
De tu piedad el celestial escudo
Pon, y en tu templo colgaré mi lira.



No hay comentarios:

Publicar un comentario