jueves, 19 de mayo de 2016

La iluminación, remembranza de un fraile

Fray Edelberto Zárate González,O.P.





Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

El  Viernes de Dolores (26 de marzo de 1999) llenó de un sello mariano imborrable el ministerio sacerdotal de fray Edelberto Zárate González,O.P. En la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, el venerable lienzo tutelar presentó un fenómeno de iluminación sobrenatural. El acontecimiento que marcó su vida fue relatado así:

“Estaba en un confesionario cuando me llamó el hermano Gerardo Bermúdez., O.P”. La respuesta fue: “no ve que estoy ocupado confesando. ¿Qué pasó?”

“Que la Virgen se está renovando”, respondió el afanado mensajero. Los abuelitos que hacían fila para la reconciliación no entendieron qué pasaba, ni por qué había tanto alboroto.

Salí a mil, rememoró fray Edelberto, y dejé para después a los penitentes. “Subí el presbiterio y me puse a mirar a la Virgen con la gente alrededor. Lo primero que vi fue al niño de la Virgen que estaba resplandeciente. Estaba en una nube blanca, blanquísima. Vi el velo de la Virgen de color blanco, muy brillante y el rostro de la Virgen se puso blanco.

‘Aquí hay una manifestación especial de Dios. Recemos el avemaría’. Me arrodillé. Se me fue la voz. Me quedé en una actitud contemplativa. Después lloré”.

Los fieles que le acompañaban alaban el misterio de Dios con frases espontáneas muy bonitas. Algunos rezaron el Magníficat. “Personalmente tomé los datos de los testigos, eran trece. Durante algún tiempo se reunieron para orar, pero el grupo poco a poco se dispersó. Entre mis papeles están esas notas. Algunas se  perdieron en el trasteo de celda, pero tengo otras”.

La manifestación no duró más de 15 minutos, pero fue suficiente para cambiar la vida de un peregrino de Bucaramanga y convertirse en primicia para los noticieros de televisión.

El padre Zárate al terminar la mariofanía, sobre la siete de la mañana, regresó a la disciplina conventual. Se fue muy inquieto a orar con su comunidad en la capilla conventual.

Hizo una pausa para sacar de su memoria la emoción del recuerdo y expresó: “No podía rezar los Laudes porque mi pensamiento estaba en la basílica. No podía concentrarme en el oficio”.

Al terminar su tarea regresó al templo a mirar el cuadro “que  estaba común y corriente”. Dejó de hablar y aguardó un momento la siguiente pregunta. En esa época seguía afectado interiormente por haber sido testigo de la obra del Altísimo y optó por callar. “Decidí decir algo sobre el tema si me lo preguntaban. De resto permanecería en silencio”.

Movido por la humildad dominica siguió como si nada a cumplir con sus tareas en la Capilla de la Renovación. Allí lo aguardaban, con ansias informativas, los periodistas de la emisora Reina de Colombia, AM y FM. “Ambos estaban ahí y también me entrevistó Judit Sarmiento que me preguntó sobre si los huecos del lienzo se taparon”.

Después de atender a la prensa acompañó a unos feligreses que realizaron el vía crucis en la vereda Córdoba Bajo. Durante el  largo camino les comentó a los fieles que: “la Virgen se había manifestado porque necesitaba oración”. Eran los tiempos del secuestro y el país pasaba por una situación de violencia muy crítica, abortos y guerra, agregó.

Al terminar las estaciones celebró la santa misa y luego pasó a almorzar a la casa de la abuelita de fray Antonio González, O.P. Sumido en sus meditaciones regresó al templo de la Renovación.
Mientras tanto, la Ciudad Mariana se convirtió en un corrillo de romeros que preguntaban por el milagro. “En la calle y en el atrio la gente comentaba: ‘Llegó la televisión para hablar con el hermano Gerardo’. Los grupos de la Legión de María pedían que se les explicara el caso”.

Nueva pausa para excusarse porque su retentiva resultó afectada por una enfermedad que padece. Con algo de esfuerzo siguió conversando. “Yo le pedí permiso al prior y al obispo de Chiquinquirá, que era monseñor Héctor Gutiérrez Pabón para escribir un relato sobre lo que pasó. En abril de 1999, a los 20 días, se imprimió un plegable titulado: La Virgen del Rosario de Chiquinquirá se llenó de resplandor. Debieron ser como unos quinientos ejemplares porque eso era muy caro. El material se regaló entre los peregrinos… Yo le traje uno, aunque usted ya debe tenerlo”…

Sobre el efecto causado en su alma sacerdotal afirmó: “No hay duda de que fue renovado mi amor por la Virgen. Eso hizo que yo me aferrara más al amor de la Virgen María porque Ella vino a traernos la luz de Cristo como lo dice el Evangelio de Lucas: Luz para revelación a los gentiles. Y gloria de tu pueblo Israel”. (2,32).  Además, influyó mucho para que ayudara a promover el santo rosario entre las familias de los secuestrados”.

Una mujer víctima del secuestro lo buscó para pedirle oración por un familiar en cautiverio extorsivo. Fray Edelberto le preguntó: “¿Qué quiere que rece? La señora le respondió: pues el santo rosario, padre”.

“Entonces le pedí permiso al prior, que era fray Omar Sánchez Suárez, para rezar el rosario antes de la misa de cinco de la mañana. Él me dijo: ‘si usted quiere, hágalo’. Antes de esa hora no se rezaba porque se hacía en la tarde. Me levantaba a las 4:30 a.m., a rezar por las necesidades de los secuestrados”.

Vuelven los recuerdos a estremecer su serenidad. “Hubo otra manifestación en la Renovación, pero no recuerdo el año. Lo que sí no olvido era que estaba de párroco fray Aldemar García Ceballos y sucedió un 8 de julio.
Unos peregrinos de Cúcuta estaba en el Museo de la Renovación  guiados por Cristian, un acolito muy preparado por los dominicos en el tema histórico. Se encontraban junto a un cuadro en alto relieve donde aparece el papa Juan Pablo II ante la Patrona. El guía vio que al rostro de la Virgen le manaba una lágrima. La tocó y era óleo como el usado para los bautismos. Junto a él estaba doña Dora Pérez, funcionaria de la Parroquia. Ella sintió la textura del aceite que tenía un aroma muy especial. Ellos fueron a hablar conmigo al día siguiente, nueve de julio, en el convento. Yo tengo los apuntes sobre el tema en mi celda. Los voy a buscar”.

Han pasado 17 años y  expresa satisfecho. “Mi consuelo en la fe es el Viernes de Dolores. No se puede olvidar. Siempre hablo de la devoción a la Virgen que está pendiente de nuestros sufrimientos, sin hacer alusión a ese día.

“A veces el maestro de novicios me pide que repita la historia en las aulas del convento porque los frailes son muy respetuosos hacia el hecho y hacen pocos comentarios”. Un silencio cálido pareció cerrar la charla.

Padre, le parece bien si se publica nuevamente el texto de su  folleto y luego este relato como un ejercicio de identidad para las nuevas generaciones de colombianos. Suspiró y contestó. “Sí, hágalo. Gloria a Dios, Espíritu Santo”.

La secretaria del Convento San José, doña Gladys Garavito, interrumpió el encuentro porque ya era hora de que el fraile tomara un medicamento. Eras las cuatro de la tarde del 3 de mayo de 2016, día de la Santa Cruz. Junto a un cuadro de Santo Domingo se  hizo el trabajo de reportería gráfica y el silencio del claustro recordaba: “Por aquel entonces dijo Jesús: — Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos”. (Mateo 11-25).


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