jueves, 5 de mayo de 2016

El rapto de Nuestra Señora

 El 21 de abril de 1816 el lienzo fue sacado por la fuerza de la Basílica de Chiquinquirá
Foto: Julio Ricardo Castaño Rueda/SMC
Escultura Jaime Castaño Hinestrosa

Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La Colombia católica tiene un pasivo moral con el altar de la memoria. Hace 200 años la Virgen de Chiquinquirá entraba en Santafé de Bogotá prisionera del mercenario francés Manuel Serviez.

Sí, hoy se cumple el bicentenario de una infamia que los bogotanos no impidieron con la fuerza de su coraje. Eran los tiempos del engaño vestido de levita liberticida.

El rufián que profanó con sus bayonetas la casa de la Patrona marchaba a paso de fuga por los arrabales de la ciudad de la santa fe. La urbe de la Inmaculada Concepción miraba atónita el tropel de mulas y labriegos arriados hacia el abismo del desastre.

Un testigo consignó en su diario la travesía afanada.  El domingo 5 de mayo de 1816 anotó:

“…Entró Serviez con toda la infantería, a las diez del día, y en medio de los dos primeros batallones traían a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá, la original, encajonada y envuelta en un toldo. ¡Qué dolor ver a una reliquia tan grande, nada menos que el Arca del Testamento de la Nueva Granada, en medio de una tropa insolente, cargándola ellos mismos con la devoción que se deja entender, cuando había de ser en hombros de sacerdotes, como cuando vino ahora 150 años…” (Cf. José María Caballero. Diario. Biblioteca de Bogotá. Edición Villegas Editores. Bogotá, 1990).

Serviez, recién ascendido al cargo de Brigadier General, no pudo preveer las consecuencias que su acto de bandolerismo le acarreó.

La primera secuela surgió del arzobispado de Santafé de Bogotá. El 7 de mayo, los gobernadores eclesiásticos, Juan Bautista Pey de Andrade y José Domingo Duquesne, expidieron el decreto de excomunión por haber sacado del Santuario de Chiquinquirá a la sagrada imagen sin el permiso del provincial de la Orden de Predicadores.

La noticia no alcanzó a llegar a los oídos del impío porque andaba supervisando el ascenso de sus reclutas a las breñas de Cáqueza en Cundinamarca. El sujeto tampoco escuchó la Palabra que estaba en las páginas de la Biblia del cura de Chipaque, fray José de San Andrés Moya: No subáis, porque no va Yavé en medio de vosotros y seréis derrotados…” (Números 14, 42).

La noche arropó a la cordillera con sus sombras  y “…la ira de Dios pesa sobre él…” (Juan 3, 36).

La oscuridad trajo la luz del rescate. El seis de mayo, el coronel  Miguel de la Torre paseó los estandartes reales por el empedrado de la plaza mayor. Los santafereños recibieron con vítores y aplausos al invasor. La alegría se hizo sentir especialmente al colaborar con caballos de refresco, guías, víveres e información valiosa sobre la ruta de Serviez.

No de otra manera se explica cómo el comandante del Escuadrón de Carabineros Leales de Fernando VII, capitán Antonio Gómez, entró a Chipaque el siete en persecución del forajido.

Gran sorpresa se debieron llevar los fugitivos, ante la proximidad de la caballería del Rey, porque abandonaron a la Virgen en el Alto de Sáname. El calendario marcó el ocho de mayo día de san Pedro de Tarantasia, un francés pío.

El lienzo recuperado fue llevado en procesión a la capital donde recibió los homenajes por parte de la elite criolla.

El misterio de la paradoja se burló de aquel hurto. Las fuerzas expedicionarias le devolvieran la dignidad religiosa a la colonia. Las sanguinarias tropas del Pacificador Pablo Morillo tuvieron la gentileza militar de no olvidar cual era el culto debido para Nuestra Señora. Detalle soberano que los “prohombres” del fraude pasaron por alto.

La realidad escueta muestra que una España enardecida por el sacrilegio no ahorró el plomo de sus fusiles para destruir al culpable.  El 9 y el 11 de mayo Gómez derrotó a las unidades de de aquel ejército de campesinos liderados por un ladrón. En la cabuya de Cáqueza, Serviez cortó la tarabita sobre el río Negro para poder salvar el pellejo. Dejó a los infelices rústicos que pagaran con sus vidas el peaje de su  huida.

El recorrido de Manuel Serviez cumplió con un sino fatal. Pudo escapar del paredón que le tenía reservado el señor Conde de Cartagena en la Huerta de Jaime, pero no pudo evitar que la ley de las llanuras le aplicara un juicio lapidario a sus fechorías.

En noviembre de 1816, se armó una trifulca de truhanes y garitos para asesinarlo.  Era el mes de los difuntos.

 “…Ocupada la isla de Achaguas por Páez, Serviez eligió para su habitación un pequeño rancho bohío frente a la isla, con el río de por medio, allí vivía casi incomunicado, porque apenas lo visitábamos el coronel Tomás Montilla y yo. Algunos jefes apureños, que estaban pobres, desnudos, y más que todo, viciosos se propusieron por rica presa los baúles del general Serviez, porque los juzgaban con dinero; y en una noche del mes de noviembre lo asaltaron, le dieron muerte horrorosa a machetazos y saquearon su tesoro, el cual rodaba al siguiente día apenas, en las mesas de juego, en onzas de oro… (Cf. José Félix Blanco. Documentos para la historia de la vida pública del libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Tomo V).

El oro robado de los altares le reclamó su ofensa.  El metal con el cual financió su correría sirvió para otros menesteres que están muy lejos de cualquier ideal heroico.

Los baúles de Serviez fueron su mortaja. En ellos guardó el botín de los sagrarios que profanó en su recorrido por esa tierra que se levantó para ensangrentar sus surcos con dolores.

Y aún después de muerto, el proceso de reclamación contra su proceder seguía tiznado por una mancha imborrable: pícaro y hereje.

“…El cura de Sátiva, al norte de Tunja, reclamó el propio año del despojo, 1816, contra los procedimientos del presbítero Antonio García, por el robo de las alhajas de la parroquia que ‘arrebató’ con la fuerza armada como comisionado del general Serviez…”

“…El afligido cura suplicó al presbítero Nicolás Cuervo se interesara ante la Junta de Secuestros, e incluso señaló que se trataba de las alhajas que se llevó Serviez ‘en un par de baúles aforrados de cuero’…” Cf. Eduardo Cárdenas, S.J.,  Pueblo y religión en Colombia (1780-1820).  (ANB AE 28, 269-284).

Sobre el tema queda mucha tinta para el linotipo porque no se trata de colocar el dedo en la llaga de los maquillajes que escandalizaron las cátedras escolares con la mitomanía institucional.

En las aulas se escucharon figuras retóricas como: “Serviez lideró una gesta de titanes que incendió a los Andes con la llama de la libertad”. A la infantil poesía se sumaron las aventuras de acento grecolatino que hablaron de una epopeya diagramada sobre la farsa trágica de una comedia. Triunfo del cuentero.

Por caridad no más estatuas a la mentira, patrimonio inmaterial de una nacionalidad sin linaje.

Es tiempo de implorarle a la Madre de Dios, la querida María de Chiquinquirá, perdón por aquel sacrilegio. Que se repite cuando se crucifica a su Hijo en el lábaro de un discurso criminal. Antes por la independencia ahora por una paz sin esencia.

En conclusión, la Virgen fue rescatada por los españoles y la patria secuestrada por los libertadores. Pregunta final: ¿Colombia seguirá las huellas del nuevo Serviez o regresará a Chiquinquirá, tierra de María?




No hay comentarios:

Publicar un comentario