jueves, 2 de marzo de 2017

La falsa invocación del nombre de María



“¿Cómo me dirigiré a ti, Virgen toda santa, ya que tú has llevado al inalcanzable, a aquel que supera a todo el mundo?…”  Salmodia santa del mes mariano.


Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La Santísima Virgen María, Madre de Dios, no tiene como función eclesial revelar secretos a escondidas del Evangelio de su Hijo.

Las heréticas expresiones como: “Mamita María se me apareció y me dijo…” “Mamita María me puso en los labios que tú tenías que…”  “Mamita María me contó un secretito” no deberían estar en la boca de ningún bautizado que haya sido medianamente catequizado.

La elemental complejidad del acatamiento profundo del sentido común bastaría para cerrar esa insolencia del emisario del desastre. La inmutabilidad de la ley de Dios se traduce en el amor de Cristo, entregado en la cruz, para la salvación de las almas. Y nada que esté fuera de ese camino, de verdad y vida, puede ser tolerado por la acción del libre albedrío sujeto a una inteligencia prudente.

El mensaje eterno de María Santísima es un mandamiento a perpetuidad: “…Hagan lo que Él les diga…” (Juan 2, 5).

Por esa razón, el término “mamita María” guarda una duplicidad peligrosa. Lo que en principio podría ser una muestra de afecto filial termina por alejar al creyente del culto de hiperdulía y de toda practica piadosa. La torpeza ingenua de la repetición forma conceptos paganos aislados de la sana doctrina de la Iglesia. Las frases guardan, en su melosa secuencia, un tinte de seudo profecía que rompe con el fundamento de una vida virtuosa. El mérito debe permanecer en la humildad que obedece al octavo mandamiento del decálogo y no al vaticinio.

La ruptura con ese dictado genera comportamientos distorsionados donde una realidad alucinante crea una  subjetividad maligna. Esa condición avasallante interpone, ante la fe, la sombra de su delirio disidente.

Los iluminados por la luz oscura de la ficción no pueden entender que la santidad no es sinónimo de mariofanías.  El servicio al altar no otorga dones extrasensoriales ni el oficio de nigromante. El hecho de pertenecer a una comunidad parroquial no los faculta para realizar predicciones en nombre de un texto paulino.

El practicante de esa moda sacrílega cae en la manía de adaptar su entorno a una sicopatía de renegado. Su verborrea, apoyada en una gesticulación histriónica, adivina ante el impulso de su egolatría tiránica. El sujeto murmura, en los corrillos de la sacristía, que “mamita María me dijo que tú debías…” La continuidad disparatada, acentuada por la voz y la pose delicada le dan el soporte social a la muletilla.

La conducta se injerta en la cotidianidad de la comunidad orante hasta realizar mella en el corazón del feligrés. El veneno se inocula en las asociaciones de laicos comprometidos con las noticias escatológicas. Así se forman grupúsculos donde una matrona, elegida por su “don de lenguas”, recibe mensajes privados sobre el fin del mundo.

Los apocalípticos oráculos son supuestamente entregados por la Inmaculada Concepción, que complace a sus hijos privilegiados. Ella entra en la dimensión de la entelequia con apariciones, escarchas de colores y un coro de ángeles comandados por san Miguel.

Ante el grotesco espectáculo, la curiosidad se doblega y se amalgama al sortilegio. La voluntad condicionada por la fantasía irresponsable convierte un legado sagrado en un teatro decadente donde impera el fraude vestido de religión.

La revelación bíblica y el magisterio de la Iglesia son adulterados bajo el patrocinio de la alevosía y el engaño del sofisma modernista: Cambien la verdad por la opinión y verán como el sacramento de la reconciliación desaparece de la conciencia individual. La falaz maniobra permite la libre interpretación de la Palabra divina basada en conjeturas sin criterio. La inmensa mediocridad moral de los agoreros queda explicada como un triunfo de la razón, la liberadora del espíritu.

La voz del profeta Jeremías (27 9-10) regresa con sus ecos de tinta indeleble para recordar una senda de salida para esas manifestaciones culturales no naturales:

“…Vosotros, pues, no escuchéis a vuestros profetas, a vuestros adivinos, a vuestros soñadores, a vuestros agoreros ni a vuestros hechiceros que os hablan, diciendo: ‘No serviréis al rey de Babilonia’. Porque ellos os profetizan mentira, para alejaros de vuestra tierra, y para que yo os expulse y perezcáis…”

Sin embargo, el tumulto de las demagogas vocifera con rabia fanática que “mamita María” les prometió un arcano para esos casos especiales del escribiente veterotestamentario. Ellas olvidan que, sin restricciones semánticas, un reglón del libro santo las condena: “…No dejarás con vida a la hechicera…” Éxodo 22-17.

La realidad criminal de esa gazmoñería del embeleco encuentra soporte ante la ausencia de la Mariología en los seminarios y centro docentes. El vacío de la Teología Mariana le abre las puertas a la propaganda ideológica de un orden basado en un relativismo por encima del bien y del mal. El embrollo de esa anarquía lidera el triunfo apabullante de la mezquindad. La victoria del adocenamiento gesta recuas de esclavos que balbucean retahílas de sectarios.

La sarta de palabrerías es la sirvienta de una lámpara corruptora que se frota contra la escena de las utopías espurias. Allí, el modismo “mamita María me regaló” suena a blasfemia porque: “…pondré enemistad entre ti y la mujer…” (Génesis 3, 15).




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