Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
“…Dichosos
los que no han visto y han creído…” (Juan 20, 29).
La dueña de los Aposentos
de Chiquinquirá, Catalina García de Irlos, le resolvió una pregunta a María
Ramos, la viuda que recogió una manta de algodón que estuvo arrastrada por el
suelo entre la basura de la capilla: “¿Qué imagen haya sido pintada?”
Catalina, un tanto
avergonzada por el descuido que había tenido, le contestó a su invitada: “que
la imagen era de la Madre de Dios del Rosario” y le agregó un corto relato
histórico sobre su origen. Su difunto marido, Antonio de Santana, el
encomendero, era quien la había mandado pintar en Tunja, 1562.
Las palabras bastaron
para que Ramos iniciara una serie de súplicas ante la Omnipotencia Suplicante.
Las preces, elevadas con un fervor heredado de la España católica, lograron
cambiar la vida de la encomienda y de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá en la
octava de Navidad, 1586.
Sobre esa línea de
tiempo reflexionó don Marco Suárez, un estudioso de un tema que debería ser de
interés nacional. Motivo, el centenario de la coronación de la Reina y Patrona
de Colombia, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (julio 9 de 2019).
Él se preguntó: ¿qué
fue lo que hizo que María Ramos no despreciara esa tela que de nada servía? La
respuesta es solo una: “El amor a María Santísima. Esa fue la razón que la
impulsó a confiar en que algún día la Rosa del Cielo dejaría de estar oculta
para que ella la pudiera contemplar.
El amor la impulsaba a encontrarse con el lienzo, al cual aprendió a amar desde su primer encuentro. Fueron muchos los días que pasó orando, suplicando, confiando y aguardando.
A pesar de lo
descompuesto que se encontraba, el lienzo siempre recibió las mejores miradas
de Ramos. Ella nunca imaginó la obra que Dios realizaría en él, solo quería ver
a la Rosa del Cielo para contemplarla y disfrutar de su compañía”.
La primera parte de
aquel misterioso episodio quedó resuelto por las virtudes del amor traducidas
en fe y perseverancia.
Sin embargo, el tema no
agota la profunda sencillez de sus cavilaciones y Marco regresó al origen, a la
pieza testimonio del portento, para conversar con el pasado en el silencio
tutelar del templo.
“Cuando veo el lienzo
en su actual trono, pienso en la manera como María Ramos le miraba. Ella lo
contempló roto, desteñido y poco agradable a la vista. Esas fueron las primeras
miradas de una mujer enamorada de la Rosa del Cielo”.
Y como resultado surgió
una traducción atemporal de aquellos momentos de finales del siglo XVI: ¿Qué
miras, María Ramos?
“¿Qué te causa tanto
dolor?
¿Será acaso la ausencia
de tu verdadero amor?
Quiero verte Madre mía,
lo desea ya mi alma
que se acabe ya tu
ausencia
que a mi corazón llegue
la calma”.
Las respuestas para ese
diálogo de distancias y afectos, incógnitas y símbolos llegan por la ruta del
pensamiento interpretativo de un hecho documentado.
Suárez hizo hincapié en
un punto que acciona la conducta propia del elegido para la vivencia del
milagro, el encuentro entre la criatura y la divinidad.
El lienzo, explicó, “inspiró a María
Ramos a actuar en favor de él, ella lo vio no solamente con sus ojos sino con
su corazón. Ahí se percibe un verdadero amor. Amor a primera vista al descubrir
que una imagen de María Santísima había estado pintada en la manta la llenó de
suficientes motivos para convertirse en la servidora de la Señora del Cielo.
En el siguiente capítulo, de estos microrrelatos,
Marco estableció una estructura de diálogos de fe donde se puede apreciar la
intimidad profunda de Ramos con la pintura. La acción contemplativa encuentra
tres miradas distintas en una sola oración.
La primera mirada, ausencia
“Esta cuenta la atracción de la
que ella se vio invadida por su presencia (lo ve, lo toca, lo recoge,
lo compone y lo ubica en el lugar que el lienzo se merece). Es oportuno
ver como Dios y María Santísima le van mostrando la tarea dispuesta para ella
(es necesario decir que Ramos desconocía la misión a la cual estaba siendo
invitada). Qué grande fue la fe de María Ramos, puesto que desde
el inicio de la misión, el cielo permaneció en silencio.
Por eso es bueno decir a los cuatro
vientos: que grande fue la primera mirada de María Ramos para con la
pintura. Una mirada compasiva, amorosa y dispuesta a ser la humilde servidora
de la Rosa del Cielo.
La lluvia ocultó tu presencia, Madre mía.
Ahora recibe mis lágrimas y súplicas. Y permite que yo te vea para dar gracias
al cielo”.
La segunda mirada, presencia
“Era la mirada que siempre
deseo Ramos. Ver a la Rosa del Cielo para llenar de gozos y alegría su
alma. Lo que antes no podía ver a causa de los daños del lienzo, ahora se
manifestaba en su total hermosura. La Madre se dejó ver para que su amada hija
la pudiera contemplar. Que día tan santo, el día en que posó su primera mirada
en la imagen de María Santísima renovada”.
La tercera mirada, permanencia
“Esta es la de la amorosa hija que
contempla a la Rosa del Cielo. Ya no hay ausencia. La Madre decidió quedarse
para ser vista por todos sus hijos e hijas a través del tiempo.
En esta mirada hay un
encuentro diario entre los ojos de la hija y la Madre. Que alegría tan
grande la de Ramos porque han quedado atrás las lágrimas, el dolor y
especialmente la ausencia de la Rosa del Cielo. María Santísima transformó
la vida de Ramos, la mujer que fue capaz de arriesgarlo todo por Ella.
Ramos no despreció el lienzo sino que
por el contrario lo miró con aprecio.
Fue tan grande la presencia de María
Santísima en el lienzo, que Ramos dedicó el resto de su vida para
cuidarla, estar con ella y servirla.
Gracias, María Ramos, por haber mirado
a la Rosa del Cielo, en la ausencia, durante el milagro y hasta el último día
en que la acompañaste. Por muchas más razones ahora la puedes ver en el
cielo”.
Gracias, Marco Suárez, por compartir
estas escenas que le pertenecen al instante previo en que la fe y la humildad
hicieron resplandecer un prodigio, sin fin ni tiempo.
gracias por su constancia
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