viernes, 10 de agosto de 2018

Los tiempos de María en Bogotá




Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

La pétrea advocación de Nuestra Señora de la Peña ha tenido, entre algunos de sus queridos hijos, una desconocida acción dedicada a preservar su legado Cristocéntrico para la posteridad.

Los esfuerzos por conservar la memoria de esa tradición se pueden resumir en cuatro grandes espacios de tiempo plenamente identificados. Este cuarteto de temporalidades es desatendido por la mayoría del pueblo capitalino.

El primero fue la Cofradía de Nuestra Señora de la Peña que recibió la aprobación eclesiástica, el 17 de enero de 1717 y, al día siguiente, se fundó la Santa Hermandad de los Cofrades de la Santísima Virgen de la Peña. La entidad funcionó con cierta regularidad hasta la segunda mitad del siglo XX.

El segundo gran momento lo ejecutó su primer historiador, el presbítero Juan Agustín Matallana, (1765-1825) que se encargó de redactar para los santafereños, a principio del siglo XIX, unos anales.

El tercero es la obra de restauración emprendida por el sacerdote alemán, Ricardo Struve Haker, en el santuario de la Alteza Real de Bogotá. Su función, ya ampliamente comentada, abarcó el período 1944-1968. 

Actualmente, se viene gestando un cuarto movimiento de recuperación. Este período abarca desde el año 2009 hasta la fecha e incluye obras como la inauguración de la Parroquia Nuestra Señora de la Peña en el barrio Los Laches (2015), una serie de ponencias académicas entre las que se destacan el Mensaje teológico de Nuestra Señora de la Peña y la recuperación de la fachada del templo-santuario (2017). Además, de la creación del Centro de Atención al Peregrino (antiguo Centro Mariano Nacional de Colombia) (2018). Tareas realizadas por la Arquidiócesis de Bogotá, el Camino Neocatecumenal y la Sociedad Mariológica Colombiana.

El segundo movimiento de esta sinfonía dedicada a la mariología bogotana es el menos escuchado por los piadosos lectores. Entonces, dejemos que sea el doctor Matallana el que describa esa, su intensa labor de propagador del misterio mariano de Cristo en una sociedad monarquista decimonónica.

“…Desde el año de 1810, por el mes de marzo, comencé, oh pueblos de Bogotá, a excitar la devoción a la sagrada familia de la Peña. Di el año de 1812, para ello, una novena muy buena con relación de la historia, meditaciones muy piadosas sobre ello, concluyendo con una oración general por los Estados, empleos, títulos, oficios y ocupaciones, por lo que no faltaron quienes se burlasen de ello, porque ignoraban el motivo y fin y la gran tormenta de trabajos que ya les caían encima, como lo han experimentado con dolor. No satisfecho con esto os di una devoción cuotidiana insertando en ella la historia. Después os repartí un semanario para niños y gentes del campo; después, el año de 1814, se reformó y reimprimió la Novena. Todavía aún no contento con ello, formé la historia general que se publicó, aprobada por el Gobierno, el año de 1815. Sin embargo, en el año de 1816 compuse y di la última novena breve y compendiosa, pero devota y fácil; igualmente os puse en las manos el gran Trisagio, dado y enseñado por Dios, de los corazones sagrados, como remedio para de algún modo evitar tantos trabajos que han sobrevenido a todas las gentes…” (Cf. Ricardo Struve Haker. El Santuario de Nuestra Señora de la Peña, Imprenta Nacional de Colombia, Bogotá, 1955. Pág. 255).

En síntesis, la crónica de la Virgen de la Peña recuerda las palabras del profeta: “…Por eso dice el Señor Yahvé: ‘He aquí que he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada; el que en ella se apoye no titubeará’…” (Isaías 28, 16).

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