lunes, 10 de agosto de 2020

El enigma de María de la Peña

Oración a Nuestra Señora de la Peña



Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana

“Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve”. Salmo 71,3.

La soledad de la loma es una de las condiciones que mantiene aislado el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de la vida bogotana.

El expansionismo urbanístico dejó atrás una ermita colonial que guarda un tesoro celestial: la escultura que representa a la Sagrada Familia de Nazaret acompañada por el arcángel san Miguel, portador de la custodia. El conjunto es una página única de la historia de la Mariología.

A pesar de su inmenso valor documental la devoción tradicional se erosionó bajo el peso del arrabal, palabra de origen árabe que se amoldó al comportamiento de los antiguos dominios del sector de Los Laches, conocido barrio capitalino.

La carga, demográfica, que rodea al templo terminó por aislarlo del voluptuoso cuerpo de la metrópoli. Las famosas carnestolendas del domingo de quincuagésima fueron su inri. Una especie de condena social lo acusó de compartir prácticas paganas con los sagrados ritos de la Iglesia. El pueblo raso y sus vicios de chicha se enfrentaron contra la alcurnia económica de las buenas costumbres del notablato, señorío del altiplano.

La conclusión de la sentencia fue una pesada cruz que cargaron los capellanes y los patronos de la capilla desde 1685, fecha del milagro que conmocionó a la juvenil Perla de los Andes.

Dentro de la estructura del prodigio quedó tallada una coincidencia de realidades que asombra por su similitud con la materia del fenómeno mineral.

La pieza íntima del suceso sobrenatural encuentra un dato curioso entre las páginas del diario de un científico viajero, el barón Alexander von Humboldt que llegó a Santafé de Bogotá el 15 de julio de 1801.
El naturalista escribió:

“…Los Laches creían que los hombres eran convertidos en piedra después de la muerte, y que las piedras resucitarían nuevamente como hombres. Piedras de Deucalión...” La Virgen, tallada en piedra por mano divina, reposa sobre el tutelar cerro de Los Laches.

La escatología de la etnia aborigen guarda una relación con el mito griego de Deucalión. Este personaje era hijo de Prometeo y la oceánida Pronea. Él, por consejo de Prometeo, construyó un navío donde se embarcó en compañía de Pirra porque el supremo Zeus envió un aguacero e inundó la Hélade. Las aguas hicieron perecer a la mayoría de aquellos helenos, salvo a unos pocos refugiados en las montañas.

Este tema, similar al suceso del arca de Noé, es un relato veterotestamentario. A lo cual se agrega un dogma del Nuevo Testamento: la resurrección, tarea del Mesías que carga la Patrona capitalina en compañia de su esposo san José. El arcano religioso se injerta directamente en las estatuas de la Peña.

La temática simbólica del mito griego, el culto católico y la creencia indígena podría llegar a ser un capítulo inédito dentro de la crónica de la advocación.

La trilogía de pensamientos multiculturales, separados por épocas y espacios definidos, encuentra un sólido punto de apoyo para sondear el enigma insondable del pedestal de María. Ella asombró a los descendientes de la tribu de los Laches. Ellos fueron en romería a postrase de hinojos ante la Madre Inmaculada, roca de la tierra de sus mayores.

1 comentario:

  1. Allí en un lugar inhóspito se esconde el milagro que espera ser descubierto por los habitantes de esta ciudad de Bogotá. Entre tanto bajo la piedra nos contempla y compasiva nos protege de tantos males!!

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