Por Julio Ricardo Castaño Rueda
Sociedad Mariológica Colombiana
¿Quién es Esta que va subiendo
cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant 6,10).
El misterio dogmático de la asunción de Nuestra Señora tiene el encanto
apostólico de una invitación: “regresa a la casa del Padre”.
Assumpta es la acción celestial ejecutada sobre la criatura
Bienaventurada, necesidad interior de la Santísima Trinidad.
El Paraíso estaba incompleto sin el aroma de la Inmaculada. La legión
angélica y los santos, jerarquía empírea, requerían, bajo el empuje virtuoso de
la súplica glorificada, la humilde armonía de María Santísima, la esclava que
se convirtió en Madre de Dios.
El reino del amor, absoluto e incognoscible, cuyo sentido es la
causa primera del Omnipotente tenía entre sus territorios la voluntad
omnisciente de lo ilimitado. Pero el Infinito, gestor de la lógica doliente de
las distancias, contemplaba la ausencia de la maternidad divina.
El ente perfecto confesó su deseo de ser abrazado por el cálido sentimiento
humano, al estilo sencillo de la gruta de Belén…
Los querubines se doblegaron rendidos ante la descomunal gracia virginal de
la oración en ascenso. La Reina fue asunta al cielo.
Verdaderamente hermosa y acertada reflexión en torno a este sagrado dogma que nos invita a agradecer una vez más la poderosa intercesión de nuestra amada Madre cerca del Altísimo.
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